Todos y cada uno de esos hechos, supuestamente iban encaminados a promover la estabilidad económica y, en consecuencia, a aminorar la presión sobre la deuda soberana. Y no está siendo así.

Parece que a todos se nos olvida, se nos quiere olvidar, que la esencia del capitalismo es la obtención de beneficios económicos y de cuantos más beneficios, mejor. En sí mismo, en su propia lógica, el capitalismo –como la codicia y la avaricia- es insaciable: mientras no haya una oportunidad de ganar más en otro mercado más rentable, el capital seguirá explotando hasta la extenuación su nicho de inversión especulativa, sean Grecia, Portugal, Irlanda, España, Italia o Europa toda, qué más da.

Parece que no hemos querido entender que desregular el mercado, poniéndolo al margen –y por encima- de la política, es desregular la codicia y desproteger a los ciudadanos, siempre sin herramientas para oponerse a ella. Y tanto más harán esos mercados sin freno cuanta más comprensión y colaboración tengan de los gobiernos.

Seguramente Frau Merkel estará encantada haciendo el juego a los especuladores y con lo bien que le va a su país en estas circunstancias, y estará convencida de que a su crecida Alemania jamás le pasará lo que al resto de Europa. Puede ser. Pero no debería olvidar que durante el siglo pasado las dos veces que Alemania quiso imponerse a toda Europa todo terminó en catástrofe, para Alemania y para todos.

Hollande tiene mucho, mucho trabajo por hacer y muchas esperanzas puestas en él.