Recientemente saltaba a los medios de comunicación una estupenda noticia. Las cartas que Galdós escribió a Pardo Bazán no están perdidas. Mucho se especuló si habrían ardido o si se habrían perdido para siempre, pero según el librero Guillermo Blázquez aún existe parte de esa correspondencia.
Lógicamente la relación epistolar trasluce los amoríos que doña Emilia y don Benito mantuvieron, y como las que han aparecido son las líneas escritas por él, ha causado sensación la fogosidad del escritor (no sé qué esperaban encontrar algunos en unas cartas amorosas…)
Lo llamativo es que ese ardor de Galdós, no es exclusivo de este escritor. Otros tantos literatos también han plasmado en sus líneas la pasión más arrebatadora y conocerlos puede ser un paseo interesante por la historia de nuestra literatura.
Desde tiempos del poeta Marcial, allá por el siglo I podemos seguir la pista de la fogosidad de muchos escritores. Este autor bilbilitano cuenta entre sus líneas con las más diversas menciones al desenfreno, desde todas las posturas habidas y por haber (con términos que han llegado a nuestros días fellatio y cunnilingus), pasando por todo tipo de gustos, heterosexuales, homosexuales…
 

Marcial

Marcial.

Por limitarnos a Hispania, podríamos mencionar la descripción que Marcial hace de las bailarinas gaditanas famosas en Roma por sus eróticos bailes.

“Se contornean tan lúdicamente, excitan tan provocadoramente que habrían hecho masturbarse al propio Hipólito.”

Incluso nos ofrece nombres propios como la inigualable Teletusa de la que dijo:

“experta en trazar posturas lascivas al son de las castañuelas de la Bética y en danzar al son de los ritmos de Gades”

En la Edad Media de nuevo nos encontramos autores en ardientes deseos, y si la palabra fogosidad deriva de fuego qué mejor que citar a Juan Ruiz (el arcipreste de Hita) cuando en su libro del Buen Amor dice:


Prefiere el fuego estar guardado entre ceniza,

pues antes se consume cuanto más se le atiza;

el hombre, cuando peca, bien ve que se desliza,

mas por naturaleza, en el mal profundiza.

 

Yo, como soy humano y, por tal, pecador,

sentí por las mujeres, a veces, gran amor.

Que probemos las cosas no siempre es lo peor;

el bien y el mal sabed y escoged lo mejor.
 

Arcipreste de HIta

Arcipreste de Hita

En plena modernidad encontramos versos como los del Conde de Villamediana en el siglo XVII donde hace todo un elogio a las erecciones matutinas por no hablar de Félix María de Samaniego, famoso por sus fábulas, pero también por sus versos eróticos del libro El jardín de Venus. Una obra prohibida por la Inquisición y cuyo contenido en muchos casos pasa de lo fogoso a lo pornográfico como las aventuras de un viajero en el misterioso país de Afloja y aprieta cuya capital es Siempre-meta.
 

Félix María de Samaniego

Félix María de Samaniego.

Con Samaniego entramos en el siglo XIX donde encontramos a otro escritor ardiente. Ángel Ginavet (quien, por cierto, hoy 13 de diciembre cumpliría 155 años).
Ginavet fue un tipo aplicado, metódico, con una fuerza de voluntad encomiable, pero sobre todo fue un hombre apasionado, con su trabajo y con el amor. Es por ello que tras numerosos cargos alcanzó ser cónsul en Helsinki, consulado que sirvió para que nuestro protagonista conocieses a Marie Sophie Diakovsky, llamada coloquialmente Mascha.
La joven en cuestión era tenía 24 años, y además de contar con un carácter independiente demostró un enorme nivel cultural, dominando varios idiomas, tocando el piano, componiendo versos y obras de teatro… en definitiva los ingredientes suficientes como para provocar la pasión más desbocada en Ginavet, que dejándose llevar por el amor también le escribió cartas y le dedicó fotografías con frases como:
“Despréciame, insúltame: yo seré ciego y sordo”.
La historia en este caso acabó mal, con Ginavet tirándose por la borda de un barco… pero otras tantas veces ese furor bien encauzado generó números versos y creaciones literarias. Por el contrario en otras ocasiones quedaba solo en eso, algo puramente animal. Saber elevarlo a la categoría de arte, es una cualidad que no todo el mundo es capaz de tener.

Ángel Ginavet

Ángel Ginavet