Cuando llega al poder un tipo instruido, amante de los libros, inteligente y con buenas dotes diplomáticas solo puede ocurrir una cosa, éxito arrollador en cualquier misión que se le mande.

Este podría ser el resumen de la historia de Diego Sarmiento y Acuña, primer conde de Gondomar. Su vida es tan intensa, que merece ser recordada, más en un día como hoy, cuando se cumplen 396 años de su fallecimiento.

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¿El Maquiavelo español? ¿El caballero negro? ¿Qué hay de cierto y leyenda en la historia del primer conde de Gondomar?

Los orígenes y primeros años de Diego Sarmiento y Acuña

Aunque nacido en Astorga, fue criado y educado en un contexto gallego, donde el amor a las letras fue denominador común de varias generaciones. Precisamente en ese entorno destacó en su juventud como defensor de las costas gallegas a raíz de los ataques de Francis Drake. Así queda constancia de su papel como cabo en el obispado de Tui y posteriormente de gobernador de la gente de guerra en Bayona.

Finalmente, en su mocedad y tras un breve matrimonio terminó casándose con Constanza de Acuña, una pariente no muy lejana, con la que compartía la afición lectora. Como prueba del nivel cultural de la familia, su hermano fue el instructor de sus ocho hijos, pero no solo fue extensa la familia, también Diego y Constanza formaron una cuantiosa biblioteca.

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La Casa del Sol en Valladolid hoy es el Museo Nacional de Escultura, pero en sus orígenes fue la residencia de Diego Sarmiento y Acuña

Se sabe que en el año 1623 contaba con 6.500 ejemplares, pero varios historiadores sospechan que alcanzó los 7.300 volúmenes. Pero no era el único aspecto fastuoso en este personaje (el índice de sus libros se puede consultar en realbiblioteca.es).

Embajador en Inglaterra

Sus amplios conocimientos en infinidad de materias le hicieron un tipo conversador, sagaz y de especial encanto para narrar historias. Si a esto se le suma su puesto como corregidor de Valladolid (donde había ido a parar por clausulas matrimoniales), no es de extrañar, que al trasladar allí la capital del reino el todo poderoso duque de Lerma se fijase en él. Fue entonces cuando el primer ministro le encargó una de las misiones más complejas en ese momento: Ser en embajador en Inglaterra.

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Aunque en 1604 se había conseguido la paz con Inglaterra. La situación en 1618 cuando se nombra a Gondomar embajador, era realmente complicada. En la imagen la Conferencia de Somerset House donde se firmó la paz de 1604

La situación no era nada sencilla, a España le convenía la paz pero la piratería británica hacia saltar chispas a la menor ocasión, el objetivo de Lerma y su equipo era simple, ganarse el favor del rey Jacobo I de Inglaterra y que este no apoyase a los protestantes en Europa.

Las dificultades comenzaron nada más llegar, pues el navío en el que arribó Diego Sarmiento coincidió en el puerto de Portsmouth con la nave capitana de Inglaterra. En esta situación el embajador debería haber arriado sus velas en señal de sometimiento, pero no lo hizo, consiguiendo así comunicación directa con el rey, aunque fuese para dar explicaciones.

Como era de esperar, salió airoso argumentando que su emblema de armas decía “Osar morir da la vida”. De esta manera comenzó un trato tan cercano con el rey británico que casi se podría hablar de amistad, Sarmiento se refería así mismo y el rey como “los dos Diegos” y tal era su cercanía que en Londres despertó suspicacias. Algunos le llamaban “el Maquiavelo español” y otros, como el dramaturgo Thomas Middleton, directamente “el caballero negro”.

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Sus grandes dotes culturales le hicieron ganar tal confianza con el rey Jacobo I que logró información que ni el más avezado espía hubiese conseguido

Cierto es que dio alas a la mística Luisa Carvajal y Mendoza (propiciando el auge del catolicismo), y que seguramente fue el mayor instigador en la pena de muerte para el corsario Walter Raleigh… pero no menos cierto es que Walter Raleigh (Guatarral para los cronistas españoles) violó deliberadamente los acuerdos diplomáticos una y otra vez. Y lo que es más importante aún, pese a toda la leyenda negra que los puritanos británicos difundieron sobre él, el historiador británico John Philipps Kenyon lo definió como: “un hombre más inteligente que cualquiera en Inglaterra”.

Su éxitos se tradujeron en diez años de paz, y cada vez que se obvio su opinión la situación acabó en desastre. Su prestigio fue tal que se recurrió a Diego Sarmiento incluso en su vejez cuando los achaques le tenían impedido. Murió en una delicada situación económica augurando en su propia figura el declive del gobierno, un gobierno que triunfó cuando apostó por hombres inteligentes y se arruinó cuando los despreció.