Cataluña ha firmado el sepelio de las derechas. Vox irrumpe en Parlament con 11 escaños; Ciudadanos ha registrado un revés de proporciones bíblicas con únicamente seis diputados, 30 menos que en 2017; y el Partido Popular continúa desangrándose perdiendo un escaño, quedándose en tres. La sonrisa de Santiago Abascal y su candidato, Ignacio Garriga, no son sino el maquillaje de una irrefutable realidad: el fracaso de la foto de Colón.

El pasado 10 de febrero se cumplieron dos años desde que los líderes de las derechas se fundieran en una imagen que supuso un punto de inflexión en el tablero político español. El líder del PP, Pablo Casado, se fotografió sonriente junto a un Cristiano Brown (UPyD) que había conseguido colarse en la foto. A su derecha, un imperturbable y orgulloso Abascal asistido por Javier Ortega Smith y Rocío Monasterio. En el otro lado de la escena, el ya finado Albert Rivera escoltado por Begoña Villacís e Ignacio Aguado. Todos encañonados por un mismo flash para mostrar el rechazo común de las derechas a las presuntas concesiones de Pedro Sánchez a los independentistas.

PP y Ciudadanos compraron el discurso de Vox y se fundieron bajo la misma consigna, quedando desdibujadas las fronteras entre neoliberales, conservadores y ultras. Él único que ha sacado rédito de aquella instantánea ha sido Abascal. A Rivera le costó el cargo y su sucesora, Inés Arrimadas, aún carga con su mochila; y Casado ha ido dando bandazos y aún no ha dado con la tecla para frenar la sangría de votos.

Hacerle el el juego a los ultras era peligroso, y ahora, se ha demostrado también inútil en términos electorales

La derecha se fracturó en tres y fiaron su porvenir a una dura oposición y un nacionalismo español exacerbado. ¿El resultado? Entre los tres han sumado menos diputados (20) que sólo Ciudadanos en 2017 (36).

El fin de una era

El desafío soberanista entra en una nueva fase. Los resultados de las formaciones independentistas demuestran que el eje nacionalista sigue marcando la política catalana y apenas hay transferencia de votos. Por un lado, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y su pragmatismo han ganado enteros en detrimento de Junts; y por otro, Salvador Illa, candidato del PSC, ha aglutinado el voto de los constitucionalistas.

La treintena de escaños que han perdido los naranjas no han recalado en PP, que también ha caído, y Vox no los ha atraído en su integridad. El PSC ha pasado de ser cuarta fuerza con 17 escaños a ganar las elecciones. La ciudadanía ha mandado un mensaje claro: diálogo.

A golpe de bandazos

En un intento por recuperar a parte de su electorado perdido, populares y naranjas legitimaron a la extrema derecha y ésta se los ha comido. La foto de Colón ha fracasado. Aquella consigna de una España unificada bajo la la rojigualda a base atropellar los sentimientos independentistas ha naufragado. Hasta Abascal, que dice actuar únicamente en favor de la patria debería haber interpretado los resultados del domingo como una derrota.

Quien a buen seguro lo ve así es Pablo Casado. Desde el advenimiento de Vox ha cambiado de estrategia en varias ocasiones para frenar la sangría de votos. En febrero de 2019, cuando precisamente los independentistas tumbaron los Presupuestos de Sánchez y se convocaron elecciones, Casado admitió que no entraría en el cuerpo a cuerpo con Abascal porque poseía el “votante descarriado” del Partido Popular al que quiere volver a enamorar.

Entre aquel desvelo y la moción de censura de Vox en la que Casado rompió con la foto de Colón pasó año y medio. El líder del PP no conseguía recuperar el terreno perdido y optó por cambiar de estrategia, sustituyendo a Cayetana Álvarez de Toledo por Cuca Gamarra como portavoz parlamentaria y declarando la guerra a un partido al que, ahora sí, situaba en la extrema derecha.

Echando la vista atrás, cabría preguntarse cuál hubiera sido el resultado si tanto Casado como Rivera hubieran cercado a Vox. Hacerle el el juego a los ultras era peligroso, y ahora, se ha demostrado también inútil en términos electorales.