Gabriel Rufián llevó la apuesta de ERC de distanciarse de JxCat hasta las últimas consecuencias, incluso sabiendo que la abstención de los diputados republicanos en la investidura de Pedro Sánchez sería un gesto inútil y les acarrearía las iras de sus socios de gobierno y su entorno mediático. Todo parece indicar que al partido de Oriol Junqueras es cada día menos impresionable por la santa indignación de los partidarios de Carles Puigdemont; su actitud se ve avalada continuamente por los sondeos y los resultados electorales, con la salvedad del voto testimonial acumulado por el ex presidente de la Generalitat en las elecciones europeas. Aunque esta primavera de la palabra podría tener fecha de caducidad.

Rufián llegó al Congreso en 2016, entonces su estado de ánimo era otro; se desplazó a Madrid como un embajador sin embajada para repetir cada día que Cataluña estaba lista para irse de España muy pronto. Tres años después y con su líder encarcelado a la espera de sentencia por lo sucedido en otoño del 17, ha explotado como diputado dialogante y mediador de un gobierno de izquierdas español, tras haber tenido su cuota de responsabilidad tanto en el éxito de la moción de censura contra Rajoy como en el fracaso de los presupuestos generales, causa inmediata de haber llegado hasta el punto actual de incertidumbre.

Una vez asumido que, de momento y por un largo tiempo, Cataluña no necesita embajadores en el Congreso sino diputados, el gobierno de izquierdas resulta imprescindible a ERC; para mantener viva la expectativa del diálogo pero también para gozar de un protagonismo en positivo que la derecha nunca les concedería. Rufián, hablando en nombre de Junqueras, reivindicó su protagonismo como partido de izquierdas y como partido de experiencia histórica contrastada, como PSOE y PNV.

Un gobierno Sánchez le ofrecería un espacio político a los republicanos para maniobrar al margen de las exigencias soberanistas, sin olvidarlas, pero manejando la intensidad de la reclamación en función de la coyuntura. Ahí no llegará JxCat porque ideológicamente le resultaría incomodo y porque su discurso es voluntariamente monotemático, una vez defenestrada la teoría pujolista del peix al cove, de mejor pájaro en mano que no los cientos volando.

ERC apostó por un gobierno de izquierdas dialogante justo en el peor día para hacerlo, cuando la abstención no valía para nada porque los interesados en el gobierno de coalición dieron prioridad a sus desavenencias. No les sirvió a PSOE y a Unidas Podemos, pero les resultó útil a los propios republicanos para desmarcarse de nuevo de sus colegas de JxCat, empeñados en mantenerse en la irrelevancia parlamentaria en Madrid, fieles a su idea de la simple denuncia del estado represor.

El distanciamiento escenificado en Madrid entre las dos fuerzas independentistas es paralelo a la brecha que están abriendo en Cataluña a diario. JxCat han optado inequívocamente por mantenerse en el corazón de la ortodoxia soberanista, lo que les ofrece más aplausos que críticas de los fieles al unilateralismo pero les aleja del liderazgo social. ERC, por su parte, intenta alejarse de la vía unilateral para ocupar una nueva centralidad política mucho más compleja, basada en el diálogo, que le granjea las críticas de los irredentos pero les concede el favor de los sondeos.

Ahora mismo, ERC obtendría más diputados que nadie en unas nuevas elecciones generales (empatados en votos con el PSC) y ganaría de calle unos comicios autonómicos, con los socialista disputándoles la segunda plaza a JxCat. Eso dice el barómetro hecho público este viernes por el CEO (Centre d’Estudis d’Opinió), donde se apunta también que la unilateralidad solo encandila a un 9,1% de los catalanes que en su inmensa mayoría se dividen entre quienes esperan un diálogo sin límites (42,3%) y quienes abogan por un diálogo dentro de la Constitución (39,7%). Datos que explicarían las buenas expectativas electorales de ERC, PSC y Comunes.

Este mismo CEO dice que los partidarios de la independencia pierden fuerza frente a los contrarios a la secesión (44% a 48%), situación que no se daba desde junio de 2017, unos meses antes del fulgor soberanista. Todo parece alinearse con la estrategia de ERC de apostar por la palabra y rehuir el enfrentamiento. Sin embargo el propio Rufián advirtió desde la tribuna que este tiempo de bonanza podría truncarse en el próximo otoño, cuando se conozca la sentencia del Tribunal Supremo, entonces, vino a decir, tal vez ni él, ni Junqueras, ni ERC estén en condiciones de mantener la oferta de la palabra en la que sustentar un diálogo. Tal vez por esto se abstuvieron en la segunda votación de investidura, por si no hubiera ocasión de hacerlo más adelante.