Isabel Díaz Ayuso debe ser la única persona importante de la dirigencia del Partido Popular a la que no ha inquietado, sino más bien todo lo contrario, la sorpresiva decisión de Pedro Sánchez de celebrar elecciones generales el 23 de julio. Aunque venía pidiendo el adelanto con cansina y poco convincente reiteración, la jugada del presidente no ha debido gustarle a Alberto Núñez Feijóo, cuya justificadísima euforia por la victoria conservadora del domingo se ha visto súbitamente ensombrecida por el vuelco del calendario electoral. Si Feijóo no logra en julio que los votantes del PP y Vox lo hagan presidente, Ayuso no tardará en postularse como su relevo natural. 

Conocidos los vistosos resultados obtenidos por las derechas en autonomías y ayuntamientos, el domingo todo el mundo coincidía en que el Gobierno de Sánchez estaba herido de muerte y, con toda seguridad, llegaría a las elecciones de noviembre pálido, desangrado y a rastras. Pues bien: el presidente tomó buena nota de la alarmante gravedad de las heridas infligidas a su Ejecutivo y decidió él mismo rematar la faena iniciada 24 horas antes por unos cuantos millones de ciudadanos. Mejor una vez rojo que ciento amarillo, Sánchez ha optado por liquidar con seis meses de anticipación la legislatura consciente de que una mayoría no abrumadora pero sí inequívoca del pueblo español le ha dado la espalda: una mayoría formada, desde luego, por los que han votado al PP y a Vox pero también por quienes –no menos de 700.000– en 2019 votaron socialista y este domingo no lo han hecho. 

Pedro ha matado a Ximo

En el 28-M no ha habido un efecto Feijóo. Lo que ha habido es un poderoso efecto anti Sánchez cuya víctima no ha sido propiamente Sánchez, sino muchos alcaldes y presidentes socialistas que sin mediar esa furia antisanchista habrían renovado mandato. Sánchez ha matado a Ximo, entendiendo al presidente valenciano como epítome territorial, como síntesis involuntaria y trágica de todos esos regidores públicos en cuyos traseros ha quedado la huella del puntapié que los ciudadanos han propinado a su jefe Pedro Sánchez. 

La aritmética es obvia: las autonómicas y municipales las ha ganado Feijóo y las ha perdido Sánchez. Pero una lectura moral de las cifras y los porcentajes sentencia que Sánchez las ha perdido mucho más de lo que las ha ganado Feijóo. Al presidente le honra haberlo entendido y haber obrado en consecuencia adelantando el partido de vuelta. El domingo, los seguidores de Feijóo y Abascal abarrotaron las gradas porque se tomaron el encuentro del 28-M no como un partido local de Copa del Rey sino como una final de Champions; las gradas socialistas estuvieron semivacías, pero Pedro cree que puede llenarlas en el partido de vuelta y enardecer de nuevo a su afición.

Un chute de adrenalina

El anuncio del adelanto electoral ha operado como un chute de adrenalina en los mortecinos miembros del cuerpo electoral de las izquierdas. Las previsibles, inevitables alianzas del PP con Vox en autonomías y ayuntamientos tal vez movilice al votante socialista, que ya se ha desquitado con Sánchez al castigarlo como acaba de hacerlo. No tendría por qué castigarlo una segunda vez. Y menos considerando que si vuelve a hacerlo habrá con toda seguridad ministros de extrema derecha en el Gobierno de España. 

Para que las cosas salgan, sin embargo, medio bien el 23-J será preciso que Podemos madure y comprenda que Yolanda Díaz es especie protegida y hay que cuidarla. La vicepresidenta tercera del Gobierno es un activo electoral muy potente y Podemos debería hacer todo cuanto esté en su mano para no malograrlo. La secretaria genérica más que general de Podemos, Ione Belarra, ya ha dicho que están en ello. Apenas tienen diez días para formalizar su incorporación a Sumar: no hacerlo sería suicida para Podemos, dañino para Sumar y angustioso para el PSOE.

En todo caso, lo más sugerente del movimiento de Sánchez es que revela, una vez más, que el líder socialista está hecho con el material con que se forjan los tipos indómitos. Se diría que no se rinde nunca. Tumbado sobre la lona, con un ojo a punto de reventar, la ceja partida y la nariz taponada con algodones para frenar la hemorragia, un segundo antes de que el recuento del árbitro de la pelea llegue a 10 Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el Potro de la Moncloa, vuelve a levantarse para proseguir el combate. Pedro el Indomable. Un púgil así necesariamente inquieta a su oponente. El domingo por la noche Feijóo creía haber acabado con él; el lunes por la mañana supo que no había sido así. Al líder del PP le esperan unas semanas de inquietud y zozobra. A Pedro, no tanto, pues el 28-M lo había matado y los muertos no tienen nada que perder. Sobre todo los que son capaces de resucitar.