Aunque generalmente solo recordamos el 23F, nuestra democracia ha sufrido varios intentos de Golpes de Estado. La última intentona ocurría en 1985, aunque no nos enteramos hasta que en 1997 el ya ex presidente Felipe González habló tímidamente de ello durante un mitin de su partido en A Coruña: "Los coruñeses sabrán en el futuro qué pasó en 1985 cuando celebramos aquí el Día de las Fuerzas Armadas. Lo contaré cuando no haga daño a mi país, porque yo no haré política de tierra quemada".

Lo que se pretendía durante el denominado “zambombazo”, era aprovechar ese desfile para poner 100 kilos de explosivo bajo la tribuna de autoridades, terminando así con la vida del Rey Juan Carlos I, la Reina, las infantas Elena y Cristina, el presidente del Gobierno, Felipe González, el ministro de Defensa, Narcís Serra, y los jefes de la cúpula militar, los almirantes Ángel Liberal y Guillermo Salas y los tenientes generales José María Sáenz de Tejada y José Santos Peralba. A todos ellos se les añadirían otras víctimas entre soldados y civiles en el público.

Un plan poco original y mal planeado

Al igual que cuatro años antes el golpe del 23F se había inspirado en el secuestro del Congreso de Nicaragua por parte de los sandinistas, el “zambombazo” tampoco fue un plan fruto de la originalidad de los militares franquistas. Como referencia, habían tomado dos atentados anteriores: la bomba subterránea que ETA detonó al paso del coche del almirante Luis Carrero Blanco en 1973 y el atentado contra el presidente de Egipto, Anuar Al-Sadat, en 1981 durante un desfile militar.

Ricardo Sáenz de Inestrillas era el jefe del comando del intento de golpe de 1985, pero junto a él también estuvieron Mariano Sánchez Covisa, líder de los Guerrilleros de Cristo Rey, José Antonio Alonso, dirigente de Fuerza Nacional del Trabajo, el sindicato de Fuerza Nueva, y otros activistas de menor relevancia.

Sin embargo, hubo varios problemas para llevar a cabo el “zambombazo”. Los miembros del comando se encontraron con problemas financieros tras conseguir alquilar un local a 30 metros de la tribuna, desde donde pretendían cavar un túnel. Además, tampoco les resultaba sencillo conseguir los explosivos, ya que no podían robarlos de los arsenales militares para poder atribuir el atentado a ETA.

Finalmente, los propios autores intelectuales terminaron abortando el plan mediante el siguiente mensaje a sus compañeros: "Nos han descubierto, todo está suspendido". El Centro Superior de Información de la Defensa contactó con ellos para informarles de que estaban siendo vigilados y serían detenidos al primer paso en falso. Las visitas a las cárceles donde cumplían su pena los autores de las intentonas anteriores de golpes de Estado habían puesto al Gobierno bajo sospecha.

Sin detenciones para asentar la democracia

A día de hoy, choca que no se llevaran a cabo sus detenciones, pero en aquel momento el Gobierno lo explicó que preferían calmar las aguas de lo que parecía la última intentona desesperada de acabar con la democracia española: "Eran pocos, estaban bajo control, no representaban ningún riesgo y lo último que necesitábamos era convertirlos en mártires".

En el “zambombazo” se encontraron, además de los sectores más ultras de la derecha, los autores de los intentos anteriores de acabar con la cúpula del Estado: Inestrillas (Operación Galaxia), Milans y Pardo Zancada (23-F), José Crespo Cuspinera (27-O).

Las autoridades militares lograron parar este atentado gracias al estado de alerta en el que se habían quedado tras el 23F, punto de inflexión gracias a la posición tomada por Juan Carlos I, que conllevó el progresivo aislamiento de estos grupos, cuanto más minoritarios más radicalizados. "Después de 1981 quedó claro que el golpe no podía hacerse con el Rey ni pese al Rey, sino contra el Rey. Para nosotros, era un perjuro y un traidor", afirmó uno de los autores del “zambombazo” de A Coruña.