Los puntos de distribución de alimentos en Gaza se han convertido en un infierno para los palestinos que, desesperados por conseguir algo que llevarse a la boca, acuden a diario entre disparos, granadas aturdidoras y gas pimienta. Quienes los reciben no son solo las tropas israelíes. También hay mercenarios estadounidenses fuertemente armados, contratados por empresas privadas para asegurar los repartos. La Associated Press (AP) ha documentado esta situación a través de vídeos, mensajes internos y los testimonios de dos de esos mercenarios, quienes han decidido hablar pese al riesgo.

Hay gente inocente herida. De gravedad. Innecesariamente”, denuncia uno de esos hombres, que pidió anonimato al igual que su compañero, ambos alarmados por lo que consideran un uso desproporcionado de la fuerza. Ambos trabajan para empresas subcontratadas y describen un escenario en el que los guardias —muchos sin la más mínima capacitación— actúan con impunidad, disparando munición letal al suelo, al aire e incluso hacia la multitud.

Los vídeos obtenidos por AP son sobrecogedores. Las imágenes muestran a cientos de palestinos apiñados junto a verjas metálicas mientras intentan acceder a los alimentos. Los gritos se mezclan con el estruendo de los disparos, el estallido de granadas aturdidoras y las nubes de gas pimienta. Las escenas reflejan el terror de una población atrapada entre el hambre y el fuego.

En algunos de esos vídeos, grabados por los propios mercenarios, se les escucha coordinarse para reprimir a la multitud. Uno propone organizar una “demostración de fuerza” con tanques israelíes. En otro fragmento, se oyen disparos: al menos 15 en rápida sucesión. La reacción de uno de los tiradores es escalofriante: “Creo que le has dado a uno”, comenta un mercenario. Su interlocutor responde, exultante: “¡Claro que sí, chico!


Los expertos en acústica forense consultados por AP han confirmado que los sonidos recogidos en las grabaciones corresponden a disparos reales, muchos de ellos efectuados a apenas 50 o 60 metros de la cámara.

Israel y su “alternativa” al sistema de la ONU

La llamada Gaza Humanitarian Foundation (GHF) —una entidad creada en febrero, registrada en Delaware y apoyada por Israel— es la encargada de los repartos. La iniciativa nació tras el bloqueo israelí a la entrada de ayuda humanitaria gestionada por la ONU, con el pretexto de que Hamas se apoderaba de los suministros. Desde mayo, la GHF distribuye alimentos con el beneplácito de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

Pero la operación está envuelta en opacidad. El Gobierno de Estados Unidos ha prometido 30 millones de dólares a esta fundación, su primer aporte conocido. El resto de su financiación es un misterio. Las periodistas de AP intentaron visitar los centros de reparto sin éxito: todos están en zonas controladas por las FDI, inaccesibles a la prensa. La diferencia con la ONU es evidente. Las Naciones Unidas insisten en que sus operaciones humanitarias no incluyen guardias armados. En cambio, la GHF parece haber militarizado la distribución de comida, lo que, lejos de proteger a los palestinos, ha incrementado el peligro.

Desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, Israel ha asfixiado a Gaza con bombardeos y bloqueos. La cifra de muertos palestinos supera los 57.000, según el Ministerio de Sanidad de Gaza, un dato corroborado por diversas organizaciones internacionales. La mayoría de los 2,3 millones de habitantes del enclave vive al borde de la inanición. Las escenas en los caminos que llevan a los centros de la GHF son dramáticas. Los palestinos relatan que las FDI abren fuego casi a diario contra quienes intentan acercarse. “Hemos venido aquí para conseguir comida para nuestras familias. No tenemos nada. ¿Por qué nos dispara el ejército? ¿Por qué nos dispara?”, cuentan los desesperados, según los mercenarios que han decidido romper su silencio.

El ejército israelí afirma que sus disparos son meras advertencias y que investiga las denuncias de daños a civiles. Al mismo tiempo, dice estar trabajando para reducir la “fricción” con la población. Sin embargo, los testimonios recogidos contradicen estas explicaciones oficiales.

El papel de las empresas privadas: impunidad y violencia

Uno de los mercenarios que habló con AP relata que los estadounidenses desplegados en los centros no solo vigilan, sino que documentan a quienes consideran “sospechosos” y comparten esa información con las fuerzas israelíes. La vigilancia y el control se entrelazan con una violencia desmedida: disparos dirigidos a la multitud, granadas aturdidoras y gas pimienta son, según estos testigos, herramientas habituales en los repartos.

Los informes internos de Safe Reach Solutions, la empresa subcontratada por la GHF, reconocen que durante un periodo de dos semanas en junio hubo heridos en el 31% de las distribuciones. Aunque el documento no precisa el número ni la gravedad, los datos revelan un patrón de violencia sistemática. Por su parte, el portavoz de Safe Reach minimiza lo ocurrido. Asegura que “en incidentes aislados” se disparó munición real al suelo “para llamar la atención” durante los momentos más críticos. Insiste en que el entorno de los centros es “seguro y controlado”. Una afirmación difícil de sostener a la vista de los vídeos y las cifras de víctimas.

La GHF defiende su labor. Asegura haber entregado el equivalente a 50 millones de comidas y se presenta como un grupo formado por expertos en logística y ayuda humanitaria. Sin embargo, sus repartos están marcados por el caos. Bandas armadas y multitudes desesperadas saquean los camiones antes de llegar a destino. Los muertos y heridos se acumulan en cada distribución. El pasado mes, al menos 51 palestinos murieron y más de 200 resultaron heridos mientras esperaban la llegada de camiones de ayuda. Las FDI admitieron que sus soldados causaron varias de esas muertes al abrir fuego.

Mientras tanto, las imágenes de mercenarios celebrando disparos y compartiendo datos con un ejército ocupante desmontan cualquier narrativa de “misión humanitaria”. Las voces de quienes han decidido hablar, arriesgando su seguridad, lo resumen con crudeza: “Esto es una locura. La gente se está muriendo por intentar conseguir una caja de comida”.

La situación en Gaza es el resultado directo de una estrategia que combina el hambre con el fuego. La GHF, presentada como la solución, ha sido incapaz de garantizar un reparto seguro y digno. Al contrario: los centros de ayuda se han convertido en trampas mortales para una población exhausta.

Las grabaciones y documentos en poder de AP, validados mediante geolocalización y peritajes acústicos, no dejan lugar a dudas: la violencia en los repartos no es un accidente ni un error puntual. Es el síntoma de un sistema diseñado para controlar mediante el miedo y la fuerza, incluso cuando lo que se reparte es comida.

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