Escribo este artículo cuando no se ha despejado todavía la incógnita de quién ha ganado las elecciones de Estados Unidos, mientras continua el recuento de votos y Joe Biden, el candidato demócrata, mantiene, por ahora, una mayoría frente a su rival, el actual presidente.

Donald Trump, fiel a sus amenazas nada veladas durante la campaña, ha destapado la caja de los truenos advirtiendo que no piensa admitir la derrota. Ya en la noche electoral se proclamó vencedor, añadiendo que, si no era así, se trataría de un fraude. Una acusación rotunda que no ha basado en prueba alguna y a la que añade su intención de llegar a los tribunales.

A Trump no se le puede calificar de buena persona o afirmar que es un hombre de Estado, pero sí hay certeza de que se va a revolver con todas las malas artes de que dispone para no perder el poder. Al millonario que hasta ahora dirigía el mundo, no le interesa la democracia ni la respeta ni sabe para qué sirve. Aunque, eso sí, utiliza su nombre en vano de manera habitual.

El planeta está viviendo la batalla con el corazón en un puño, porque lo que se dirime en estos comicios tiene que ver con la defensa de los derechos fundamentales que ha representado la democracia estadounidense pero que, en estos años, se ha convertido en un atentado contra los valores básicos que, a diario, protagoniza Donald Trump.

Una figura que deshonra al considerado Padre de la Patria, Abraham Lincoln, primer presidente republicano de Estados Unidos, figura emblemática del partido, que decretó la libertad de los esclavos negros y la abolición perpetua de la institución esclavista. Fue asesinado en 1865.

Trump representa a la ultraderecha y su mensaje se ha ido extendiendo de la mano de personajes como su antigua sombra, el estratega político Steve Bannon, quien se ocupó de potenciar a los partidos más extremos en Europa y en Latinoamérica. Los resultados han sido claros: Tenemos por ejemplo a un Jaïr Bolsonaro que muestra la fea cara del fascismo en Brasil o en nuestro continente, a los gobiernos de Hungría y Polonia en manos de la involución, o a Vox en España con sus 52 escaños en el Congreso.

¿Por qué Trump mantiene su popularidad en las urnas? El periodista Ramón Lobo apuntaba en el especial elecciones de TVE, a que la sociedad norteamericana ha dejado de interesarse por la verdad. O al menos, las élites. “Por eso, un tipo como Trump que está siempre en plan de reality show es un maestro… no tiene un plan pero que sabe a lo que juega”, decía Lobo.

Trump encaja bien con esas características especiales de una sociedad que se deja llevar por el populismo, que practica la huida hacia adelante y se refugia en sus propios espejismos. Pero su triunfo sería el de aquellos que actúan sin escrúpulos, los que arrasan con los conceptos solidarios.  Vendedores de nada, escuderos de señores con altos intereses económicos. Con estas elecciones, todos nos jugamos el futuro.