Al menos un centenar de personas han fallecido y otras 4.000 personas han resultado heridas en la brutal explosión que ha tenido lugar en la tarde del pasado martes en el puerto de Beirut. Además, 300.000 personas se han quedado sin casa. 

La deflagración en la capital libanesa parece que se produjo en un almacén, donde 2.750 toneladas de nitrato de amonio llevaban más de seis años.

La Cruz Roja libanesa avisa de que, previsiblemente, la cifra de fallecidos aumentará. Su jefe, George Kettani, ha afirmado que "Lo que estamos presenciando es una gran catástrofe. Hay víctimas y víctimas en todas partes".

La explosión, con una onda expansiva que arrasó los edificios a varios centenares de metros a la redonda, pudo sentirse incluso en Chipre, país a 240 kilómetros de distancia. Los sismólogos también han registrado la explosión que equivale a un terremoto de magnitud 3,3.

El presidente Michel Aoun ha decretado tres días de luto oficial y ha afirmado que debería declararse el Estado de Emergencia durante dos semanas. También ha anunciado una investigación para encontrar a los responsables del nitrato de amonio, que permanecía almacenado allí desde que se confiscó como cargamento de un barco en 2013.

Por su parte, el Consejo Supremo de Defensa del Líbano ya ha anunciado el "castigo máximo" para ellos.

Esta tragedia hunde aún más al pequeño país que, pese a ser de los más pacíficos de oriente próximo, ha sido duramente azotado por la crisis del coronavirus, una reciente crisis económica, la más grave desde la guerra de 1975, y una extendida corrupción política. 

El Gobierno español ha respondido a la llamada de ayuda del Líbano y el Ministerio de Defensa enviará un convoy con medios sanitarios y logístico.