No es la primera vez que Unidas Podemos y el PSOE rompen su alianza en el Congreso de los Diputados. Antes del feminismo, las rebajas de condena a violadores y las clases sobre cómo combatir la cultura de la penetración -satisfyer kills fascists-, hubo otros tantos temas que amagaron con ser definitivos para la estabilidad y puesta a punto de la coalición: desde la comodidad del colchón de Pedro Sánchez hasta Mordaza, Vivienda, la ayuda militar, el Sáhara, el emérito emiratí, la cesta de la compra, el bienestar de los gatitos o la carne al punto (“no hay nada mejor”). El relato, siempre el relato. Mal augurio para una relación de conveniencia, la de la coalición, que se ha dicho a sí misma que no, que no es no, que esta vez no se juega y que el sí, el solo sí es sí, se reforma por mucho daño electoral que provoque. A dos meses de las autonómicas y municipales. A nueve de las generales.

Este mismo martes la toma en consideración de esta reforma, que pretende acabar con las rebajas sistemáticas de condenas a agresores sexuales elevando la horquilla de penas mínimas, no fue la única tramitación en la que socialistas y morados chocaron. También lo hicieron con el tope a los alquileres ‘a la portuguesa’ que promovía el Gobierno socialista de las Islas Baleares y al que el PSOE nacional se opuso. También lo hicieron con el envío de armamento pesado a Ucrania, donde los morados hicieron lo propio. Tic, tac. El matrimonio desfallece, por mucho que haya una vicepresidenta mediadora que escucha y cuando habla lo hace a la gallega: que sí que no, que no que sí, que puede ser. La veda está abierta, pero nada de esto, nada, sería noticia sin la ley estrella de Irene Montero, verdadero germen de una disputa de difícil resolución en la que las promesas de acuerdo prescriben al mismo ritmo que ambos bandos riegan la actualidad de titulares.

“Dirán que son decenas, centenas, miles de violadores”, ironizaba hace un tiempo la número dos de Irene Montero, Rodríguez Pam, riéndose de un drama que ha sacudido las perspectivas electorales del Gobierno y ha escocido especialmente al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien, desde el principio, deslizó la necesidad de reformar la ley para acabar con la sangría. Pam se reía de forma feminista, que es como Pam lo hace todo. A Pedro Sánchez, en cambio, le faltaba perspectiva de género para la carcajada.

La lacerante descoordinación entre ministerios se agudizó este martes, cuando, acabando con la dilación de la evidente fractura, las buenas formas saltaron por los aires. Sucedió desde bien temprano, en los pasillos del Congreso, donde desde Podemos deslizaban la idea de que habría que mirar al Ministerio de Justicia para exigir dimisiones. Horas más tarde, en el Consejo de Ministros, se aprobaba la nueva ley de Paridad, un acelerón feminista que no contaba con la presencia de Irene Montero, que se había enterado poco antes de su aprobación de la existencia de estas voluntades. Llegaba el turno del Congreso, el combate más arduo de todos, el más caliente.

Andrea Fernández, secretaria de Igualdad del PSOE, era la encargada de defender la necesidad de tomar en consideración la reforma de la ley del solo sí es sí. Para ello, Fernández, una de las diputadas más jóvenes del Congreso, pidió a dos ministras, cobijadas en los sillones azules una con la otra, sin nadie más, gesticulando más de lo que eran capaces de asumir los fotógrafos, que se alejasen de la “hipérbole” y madurasen. A lo que respondió Unidas Podemos con todo lo que tenían en el arsenal, acusaciones de “traición” de por medio y menciones constantes a La Manada. Una ley que ha propiciado la rebaja de condenas y la excarcelación de violadores que se defiende acusando a quien pretende reformarla de fomentar la cultura de la violación con el consentimiento como piedra angular del debate.

Y es aquí donde incluso los socios se enredaron entre sí. De un lado, ERC y EH Bildu, quienes pidieron al PSOE que respetase al Ministerio de Igualdad, que coordinase con quien capitanea esta diatriba sus posturas y no se entregasen al aplauso de las derechas. De otro, el PNV, quien tiraba de vieja retórica para indicar que la reforma es necesaria, que hay que acabar con los efectos indeseados de la ley, que la ciudadanía está preocupada y no hay tiempo para esperar a que las portadoras de los lazos más morados de todos encuentren un resquicio desde el que hacer autocrítica y dejar de echar balones fuera.

Entre tanto, Gamarra, la que más fácil lo tenía. Quien, desde el púlpito que le otorga la condición de única portavoz que ayer no se revolvía internamente en sus posturas, aceptó la toma en consideración de la ley. Y pidió, además, que el Gobierno tomase en consideración otra voluntad popular: “Sí se puede, claro que se puede, se puede dimitir”.