Parece que por fin todas las piezas encajan. O al menos comienzan a hacerlo. La rotundidad del apoyo que el máximo órgano de dirección de ERC, su consejo nacional, ha dado al acuerdo al que este partido ha llegado con el PSOE y el PSC, tras prolongadas y nada fáciles negociaciones, abre una etapa nueva en la política española, y de modo muy especial en la política catalana. La cuasi unanimidad de este apoyo marca un punto y aparte en la relación de ERC con JxCat. De nada han servido los consejos y las recomendaciones, las admoniciones ni las advertencias, ni tan siquiera las amenazas más o menos veladas lanzadas desde Waterloo por Carles Puigdemont y desde Barcelona por su vicario Quim Torra. Por no valer, de nada han valido tampoco las sonoras descalificaciones que, tanto en público como en privado, otras destacadas voces de los sectores más radicales y extremistas del movimiento secesionista han dirigido durante estas últimas semanas contra ERC.

La posición de ERC no es coyuntural ni de simple oportunismo. Es una posición estratégica, no una simple opción táctica. Que no sea oportunista no implica que no sea oportuna, ni que no sea una respuesta a una oportunidad insólita. La inteligencia estratégica de un Oriol Junqueras reforzado ahora tanto por sus ya más de dos años de prisión como por su condición de eurodiputado de pleno derecho, da a ERC toda la legitimidad democrática para hacer finalmente posible, mediante la simple abstención de sus trece diputados a Cortes, la investidura del socialista Pedro Sánchez como presidente del primer Gobierno de España de coalición, y en concreto de una coalición progresista y de izquierdas, con UP y sus confluencias, y con los apoyos, activos o solo pasivos, de varias formaciones políticas nacionalistas o regionalistas.

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Únicamente JxCat es responsable de su exclusión de este acuerdo. Una exclusión que puede acabar conduciendo a la antigua CDC o CiU, que tantos rendimientos de toda clase obtuvo con su pragmatismo durante tantos años, a la irrelevancia absoluta en la política española e incluso, a medio y sobre todo a largo plazo, incluso en la política catalana. Si Mariano Rajoy y sus sucesivos gobiernos del PP contribuyeron de manera decisiva en el crecimiento espectacular del independentismo en Cataluña, muy bien podría suceder ahora que Pedro Sánchez lograse, a partir de este principio de acuerdo y de su posterior desarrollo, una profunda escisión en el seno del movimiento secesionista que diese paso, por fin, al regreso a la política de un problema que siempre ha sido y sigue siendo político.

Quim Torra es ahora solo un problema. Sobre todo, para los suyos, para JxCat y en especial para el PDeCAT. Es un problema incluso para Carles Puigdemont y sus seguidores más fieles, que ya no saben qué hacer con él, a punto de ser ya definitivamente inhabilitado. Torra está caducado y a nadie le apetece tomarse un alimento caducado. Pero la forzosa sustitución de Torra resultará difícil si requiere la elección de un sucesor que cuente con los apoyos no solo de JxCat sino también de ERC e incluso de las CUP, formaciones ambas imprescindibles para la mayoría absoluta independentista.

La antigua CiU, la vieja CDC, había considerado siempre que la Generalitat era algo de su propiedad exclusiva, algo así como su finca privada. Con su habitual y sincero desparpajo lo expresó en su día Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, cuando el socialista Pasqual Maragall sucedió a su esposo como presidente de la Generalitat: “Es como si encontraras derribada la puerta de tu casa por unos ladrones que la han ocupado”. Por muchos cambios de nombre que hayan dado a las sucesivas formaciones políticas que han pretendido ocupar el lugar de CiU o CDC, ya nada es lo mismo. Aquella telaraña caciquil extendida por la práctica totalidad de Cataluña se ha ido rompiendo poco a.  poco, se mantiene todavía a nivel municipal, comarcal o provincial gracias a todo tipo de pactos más o menos inestables, y puede acabar rota en mil pedazos.

El menosprecio con el que JxCat ha tratado siempre a ERC, como lo hicieron ya CDC y CiU años atrás, puede acabar ahora con una ruptura espectacular. Se ha dicho que en Cataluña ha subsistido una tradición empresarial en la que el abuelo creaba la empresa, los hijos la consolidaban y la hacían crecer, y los nietos la hundían. CiU, y más en concreto CDC, fue sobre todo una empresa. ¿Cumplirá JxCat y el PDeCAT con esta tradición?

La respuesta a esta pregunta depende en gran medida del éxito del principio de acuerdo para el diálogo.