Las desacertadas palabras de Pedro Sánchez tras la crisis migratoria entre Nador y Melilla, con al menos 23 muertos, vuelven a situar al presidente en la diana de las críticas políticas y periodísticas. Su torpeza es constatación de su cansancio y su soledad en el poder. Ni sus socios de gobierno le apoyan ni sus ministros son capaces de apagar los interminables fuegos en esta última fase de su legislatura.

 

“Que el poder no corrompe, que el poder desenmascara”, contestó el cantante Rubén Blades cuando le preguntaron qué había aprendido de la política tras cinco años como ministro de Turismo en el Gobierno de Martín Torrijos, en Panamá. El poder es sólo una toallita desmaquillante, la jeta la trae uno de casa. "A mí, personalmente, el haber salvado la vida a 630 personas hace que piense que vale la pena dedicarse a la política", le escribieron a Pedro Sánchez en su libro Manual de Resistencia. Hablaba de la llegada en junio de 2018 del Aquarius al puerto de Valencia. Fue una decisión valiente, inesperada y única. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida… ay, Dios.

El tiempo no perdona. Aquella firmeza, como en tantas otras ocasiones, devino en un mero gesto buscando el aplauso breve. El PSOE es un artista con malos discos, pero dos o tres singles que todo el mundo tararea. Lo explicó mejor la que en 2019, apenas un año más tarde del episodio del Aquarius, era la portavoz del Gobierno y ministra de Educación en funciones, Isabel Celaá. Cuando España esta vez se negó a acoger a la tripulación del Open Arms, en un caso análogo al de la anterior embarcación, se despachó así: "España ya hizo una labor importante con el Aquarius al conseguir que la UE sintiera como propia la política migratoria". Resumiendo: Que no fue una decisión estratégica, que no fue un desafío progresista, sino una simple ocurrencia sin más sustento que la oportunidad y el ansia por la ovación. Celaá añadió: "No podemos permitir que en el ámbito europeo se afinque el concepto de que sólo España hace rescate y recepciona migrantes".

Mientras Pedro Sánchez se ponía guapo este viernes para el arranque de la cumbre de la OTAN, el gobierno de Marruecos impedía el salto a España de casi dos mil subsaharianos a través de la valla que separa Mador y Melilla. Las imágenes son escalofriantes. La dureza de la represión, el hacinamiento de los inmigrantes y el conteo de víctimas mortales tras la intervención policial:  23 según Marruecos, 37 según las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona. Mohammed VI había cumplido con España al evitar que pisaran territorio español. Pedro Sánchez felicitaba a las fuerzas de seguridad españolas y marroquíes. "Ha sido un asalto violento, bien organizado, bien perpetrado y en este caso, yo creo que bien resuelto. Quiero agradecer también el trabajo del Gobierno marroquí", dijo el presidente. Bien resuelto. Pese a los fallecimientos, pese al drama humano, pese a un problema crucificado en la frontera. La frialdad de Sánchez sorprendió incluso a sus compañeros de partido. El poder, se está viendo, es una suerte de servidumbre. Maniatado por Marruecos, desnortado en su política exterior, con unos socios de gobierno en permanente desacuerdo -pero que ahí siguen haciendo cosas chulísimas-, con resultados electorales adversos, con el principal partido de la oposición en plena efervescencia, con los precios por las nubes y la credibilidad bajo el suelo, Pedro Sánchez se desliza por un tobogán interminable.

Que era capaz de todo, ya lo sabíamos; que en su permanente huida hacia delante empezaría a dar muestras de deshumanización y delirio, no lo vimos venir. "Lamentamos la pérdida de vidas humanas, en este caso de personas desesperadas que buscaban una vida mejor y que son víctimas e instrumentos de mafias y delincuentes que organizan acciones violentas contra nuestra frontera", ha declaro hoy el líder del Ejecutivo, para frenar la hemorragia. Ya es tarde para casi todo. El Gobierno se deshace y sólo un golpe de timón puede evitar lo inevitable. El cansancio político, el zigzagueo ideológico, la incapacidad para apagar incendios, la torpeza en la elección de su equipo ministerial, están acabando con un presidente del Gobierno que confunde forma con fondo y fondo con supervivencia. La crisis migratoria sólo estará bien resulta cuando no se mida en muertos, ni en naufragios, ni en devoluciones en caliente. Mientras tanto, estamos en manos de tiranías como Marruecos, a expensas de su capricho; con Policía y Guardia Civil sobrepasados, con la justicia paralizada, sin un plan de futuro, sólo una concatenación de ocurrencias, medidas pequeñas con gran boato, desafección por parte de la población y soledad institucional.

Un aplauso merece también Podemos, sentados a la derecha del poder, quemando papeleras en lugar de contenedores. Como traviesillos del aula y no los líderes populares que decían ser. Iban a asaltar al cielo y se han limitado a superpoblar los ministerios y vender como propios algunos de los viejos pilares de nuestra democracia. Nos toman por tontos. Cumbres por la paz y tuits indignados. En eso han quedado mientras el sueldo satisface sus hipotecas y alimento su ego a final de mes. El PSOE está solo en esto. Ni escuchan ni merecen ser escuchados. Las palabras de Sánchez son las de un hombre que ha perdido el pulso a la realidad. Si no guarda en la manga un último truco, cosa que no descarto viendo su trayectoria reciente, su futuro político tiene el pardusco color de la oposición. Un político que habla con esa ligereza de la muerte es un político sin principios. Sin ideales, sin un camino hacia la bondad, sin más horizonte que su propia persistencia, Pedro Sánchez es sólo una cometa a merced de las circunstancias. No es un líder, es un superviviente, un náufrago, sin más talento que nadar hacia la costa más cercana. Cree gobernar quien ni siquiera manda, cree saber quien ni siquiera siente.