La mentira ha cambiado las reglas del juego de la política. La gran novedad incorporada en los últimos años por los sistemas liberales a su arsenal dialéctico ha sido la naturalización de la mentira como arma política. Lo nuevo no es, obviamente, la mentira, tan vieja como la propia política; ni siquiera lo es su abundancia o su generalización. Lo nuevo es el hecho de haber sido incluida como una carta más de la baraja. La mentira ha dejado de ser el naipe marcado cuya utilización fraudulenta inhabilitaba en el pasado al jugador y lo excluía de modo fulminante de la partida. 

Y quien ha introducido en la ciudad ese caballo de Troya que es la mentira ha sido la derecha: no la derecha –conservadora pero jugadora leal– que conocimos tras la Segunda Guerra Mundial, sino la que irrumpió en toda Europa tras la Primera y que hoy está renaciendo de sus cenizas. Donald Trump ha sido su Ulises; un Ulises que nunca leyó a Homero y probablemente ni siquiera sepa quién es, pero que logró engañar a los guardianes para que le abrieran las puertas de la ciudad. Cuatro años después sería expulsado de ella, pero tras haber sembrado en sus calles y plazas la semilla de la mendacidad. Hoy, millones de norteamericanos creen la mentira de que en 2020 les robaron las elecciones: unos lo creen de buena fe porque no saben que es mentira; otros, de mala fe porque les da igual que lo sea. 

En las democracias, los medios de comunicación han sido durante décadas los árbitros del partido. En su mayoría, eran árbitros fiables. Hoy muchos no lo son, pero el público no siempre sabe diferenciar a los árbitros leales de los que están comprados: comprados casi siempre por el dinero, pero también por la fe. Los colegiados que se creen sus propias mentiras son los más peligrosos, aunque casi siempre hayan accedido a esa fe por la puerta del dinero.

Feijóo va por delante

Salvo en una, en todas las encuestas publicadas en los últimos meses y que incluyen proyección de escaños la derecha aventaja con holgura a la izquierda. A excepción del sondeo de SW Demoscopia de julio pasado, los demás atribuyen al PP nunca menos de 120 diputados y a Vox pocas veces por debajo de 45, aunque en general juntos sobrepasan o se aproximan mucho a la mayoría absoluta de 176 diputados. 

El comandante Sánchez tiene solo unos meses para cambiar ese signo demoscópico hoy desfavorable para sus huestes. Alberto Núñez Feijóo puede que no esté a la altura de lo que muchos, en la derecha y en la izquierda, esperaban de él, pero las encuestas avalan su liderazgo y certifican que no se está equivocando.

El riesgo de la oposición de tierra quemada que viene haciendo el Partido Popular es convertirse en una fábrica de sanchistas. No sería la primera vez. En la legislatura socialista de 2004-2008 el PP se pasó tanto de frenada que se convirtió en una factoría de zapateristas mucho más eficiente que el propio Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. El PP de Rajoy jugó tan sucio en cuestiones tan delicadas como el terrorismo o la seguridad nacional que muchos desencantados con el presidente volvieron a darle su voto en 2008. 

No es fácil combatir al PP porque ha decidido que la mentira es un arma política de mucha eficacia. Y lo es porque una porción significativa de sus votantes no ve con malos ojos el uso de la mentira para expulsar a Sánchez de la Moncloa. Puede que mentir esté mal, sí, pero está mucho peor tener como presidente del Gobierno a un tipo que quiere destruir el Estado más antiguo de Europa, ¿no? Puede que Joe Biden ganara las presidenciales de 2020, vale, pero había que hacer lo imposible, asaltar el Capitolio incluso, para impedir que el país quedara en manos de socialistas amigos de los sucios inmigrantes decididos a destruir el modo de vida americano.

La victoria y la verdad

El descrédito por parte del PP de los buenos datos de paro de 2022 apenas resiste el análisis más superficial: Génova dice que la mejora del empleo está manipulada por el Gobierno pero los presidentes autonómicos del PP presumen de ella. Hasta un niño de seis años puede entender la trampa, pero electores y periodistas conservadores han decidido que la victoria es más importante que la verdad. Y lo mismo pasa con la renovación del Poder Judicial. O con el precio de la luz. O con la inflación. O con las pensiones. 

Los estrategas del PP han decidido minimizar hasta la nada los buenos datos económicos y exagerar hasta la mentira el alcance de los peajes pagados por el presidente del Gobierno a sus socios parlamentarios. No es que todo lo que dice el PP al respecto sea completamente mentira: es que basta con incluir unas gotitas de verdad en la redoma de la mentira para que todo su contenido le parezca verdadero a mucha gente.

Mala noticia en un año doblemente electoral: pese a su más que notable hoja de servicios al país, la izquierda no tiene una estrategia definida para neutralizar eficazmente el arma de la mentira que la derecha ha incorporado con toda naturalidad y desahogo a su arsenal armamentístico.