Carlos Mazón, su exconsejera de Interior Salomé Pradas y la dirección nacional del Partido Popular que los respalda tienen buenas razones los dos primeros para mentir y Génova para permitir las mentiras de ambos sobre la gestión de la mortífera DANA del 29-O en Valencia. La principal de esas razones está directamente extraída de la lección magistral que todo el mundo sacó de las mentiras del 11-M: que mentir a lo grande, sin interrupción y sin complejos no hunde la carrera política o periodística de nadie… si cuenta con las complicidades políticas y mediáticas adecuadas, generadoras a su vez de ese cierto grado de conformidad, indulgencia o simpatía popular que es la tercera pata del banco donde los mentirosos obtienen su crédito, virtualmente ilimitado.
El presidente valenciano tiene, pues, importantes incentivos para seguir ocultando la verdad de lo que hizo aquella tarde fatídica del 29 de octubre de 2024 en que no estuvo donde tenía que estar ni haciendo lo que tenía que hacer. En Valencia se había desatado la mundial y el comandante en jefe estaba desaparecido.
Lágrimas de cocodrilo
Quienes confiaban en que la exconsejera Salomé Pradas dijera la verdad ante la jueza se equivocaron. Pradas lloró mucho durante su declaración judicial; lloró casi tanto como mintió. Su actuación recordaba a esos futbolistas que cometen una falta merecedora de tarjeta roja e inmediatamente después de perpetrarla se arrojan lloriqueando sobre el césped y simulando un dolor insoportable: confían de ese modo en que el árbitro se apiade un poco de ellos y les perdone la expulsión. Rara vez, por supuesto, el colegiado se deja engañar; rara vez también un juez soslaya las pruebas de la culpabilidad de un investigado en atención a sus lágrimas de cocodrilo.
Pradas en los juzgados y Mazón en todas partes mienten y mantienen sus mentiras porque cuentan con complicidades políticas y periodísticas suficientes para hacerlo sin demasiados riesgos y porque saben, como sabemos todos, que vivimos en un espacio público global donde la verdad ha dejado de ser determinante, y no porque no siga existiendo sino porque cada día es más difícil diferenciarla de la mentira o, todavía peor, porque, aun diferenciándola, a millones de personas les da igual y prefieren quedarse con la mentira porque creen así ser fieles a una Verdad mayor, más urgente y necesaria.
La lógica de nuestros mentirosos no es distinta de la lógica aplicada por las jerarquías eclesiásticas a los innumerables casos de pederastia descubiertos en todo el mundo: los papas, cardenales y obispos que protegieron a los pederastas no lo hicieron porque los consideraran inocentes, sino porque antepusieron la política a la caridad y la conveniencia a la justicia, convencidos de que protegiendo a los pecadores protegían un bien mayor, que era la Iglesia misma, portadora ella sí y en su opinión mucho más que las pobres víctimas, de La Verdad. Los abusos puede que fueran verdaderos, pero no eran La Verdad.
Pequeño fracaso, rotundo éxito
¿Triunfaron las mentiras del 11-M? Sí y no. Fracasaron a corto plazo, pero triunfaron a medio y largo plazo. Las burdas mentiras proclamadas como si fueran verdades por José María Aznar y sus centuriones ministeriales fracasaron el 14-M, sí, porque los mentirosos no lograron su objetivo inmediato y urgente, que era sin duda conservar el Gobierno. Sin embargo, transcurridos más de veinte años, los principales promotores del Gran Bulo mantienen intacto su prestigio y sus nóminas: los periodistas que abanderaron la mentira siguen en primera línea y Aznar sigue siendo un referente conservador de primer orden.
¿Miente Mazón? ¡Pues claro! ¿Por qué no habría de hacerlo, si sus jefes políticos de Madrid se lo permiten porque entienden que es la única manera de conservar el poder en Valencia y, simultáneamente, los medios conservadores que al principio pidieron su dimisión han optado finalmente por guardarse la tarjeta roja en el bolsillo al verlo, pobrecillo, retorcerse de dolor sobre el césped? ¿Miente Pradas? ¡Pues claro!
El hilo conductor
Por lo demás, el hilo conductor que explica las mentiras y une a todos estos mentirosos tiene un nombre: poder. Poder. PODER, un bien casi siempre canjeable por dinero, Dinero, DINERO. Aznar y sus periodistas de cámara mintieron para conservar el poder, y lo cierto es que no iban desencaminados: a la postre lo han conservado; Aznar goza de un prestigio político ¡y hasta intelectual! prácticamente intacto en toda la derecha española; los ‘Pedrojotas’ y los ‘Fededicos’ –“siempre útiles aunque no siempre exactos”- siguen en primera línea del periodismo conservador codeándose con sus pares políticos, publicando exitosos libros y distribuyéndose el ingente trabajo de impartir, unos, lecciones de ética periodística y de lamentar, otros, la ausencia de ética en el periodismo actual, a imitación del gran Johnny Caspar de ‘Muerte entre las flores’.
Si a todos ellos les ha salido bien, ¿por qué no habría de salirle también a Mazón? Es cierto que ahora tiene enfrente a una jueza batalladora que quiere saber la verdad, pero siempre cabe la posibilidad de que en magistraturas judiciales más selectas tenga el president la suerte de dar con algún alto tribunal que, como el señor Lobo de ‘Pulp Fiction’, “simpaticen con su causa” y se muestren proclives a “solucionar su problema”.