La jornada de reflexión, también conocida como veda o silencio electoral, suele hacer referencia a la prohibición expresa de realizar propagandismo político desde la medianoche anterior al día de elección hasta que se cierren los colegios. Un espacio temporal en el que el cruce de acusaciones y las promesas de campaña finalizan para no interferir en la voluntad del elector, dejando que metabolice la cantidad de información que ha debido digerir durante las dos semanas previas y exprese sus preferencias sin ruido mediante. Esta es al menos la carta dispuesta para el ciudadano de a pie, ya que para los partidos votados, la otra cara de la moneda en la ecuación, la jornada de reflexión suele producirse el lunes, el día después, especialmente si la expresión popular no ha sido la esperada.

En las elecciones de este domingo, las de Castilla y León, la segunda jornada de reflexión está siendo más importante y respetada que la primera, especialmente en Génova. No solo porque el PP se saltase la ley promoviendo su programa electoral en redes sociales y llamando al voto descaradamente, algo tajantemente prohibido, sino porque el escrutinio ha dejado un panorama donde hay menos vencedores que vencidos: el PP de Alfonso Fernández Mañueco ganó en lo aritmético y perdió en lo moral, el PSOE de Luis Tudanca retrocedió siete escaños en favor de la España Vaciada y constató que el cambio se quedará en el eslogan, Unidas Podemos volvió a sufrir una noche de las que te ponen contra las cuerdas y Ciudadanos quedó como partido al que mirar cuando piensas que estás jodido. Vox, UPL y Soria ¡YA! son los únicos que más que jornada de reflexión disfrutarán de un lunes de resaca electoral.

El análisis requiere de autocrítica, la misma que faltó en muchas de las intervenciones de los candidatos y líderes nacionales una vez conocida la nueva configuración del tablero. En el PP, de hecho, tienen ante sí una extraña paradoja: más que preguntarse qué podrían haber hecho, la mayoría de voces apuntan a que han hecho demasiado. Lo conseguido: cambiar a Ciudadanos, un socio en caída libre y sin el ego –ni el poder- suficiente para ser contestatario, por Vox, un monstruo de dimensiones aún desconocidas que se ha ganado el derecho electoral a pedir que sus votantes sean tratados con el mismo respeto que el ofrecido a los socios anteriores. Acabar con quien te servía de muleta para aupar a quien amenaza con convertirte en polvo. Y todo por un puñado más de votos, dos procuradores extra y la obtención de una victoria que en ningún momento estaba discutida.

Un resultado de dudoso éxito y unas causas dispares. La excusa de Teodoro García Egea, arquitecto a ratos y chapuzas a tiempo completo, es que el adelanto era necesario para evitar que Pedro Sánchez se aprovechase de un Ciudadanos en proceso de simbiosis socialista para presentar una nueva moción de censura. La realidad, la que se niegan a asumir por estar más basada en la política ficción que en la pragmática, es que fue un proceso de ego y tacticismo infantil que tenía por fin acallar a Isabel Díaz Ayuso, alejar las posibilidades de la madrileña en el congreso regional del PP y plasmar ante los críticos que no había discusión posible por el liderazgo.

Mal diagnóstico fruto del análisis de alguien que se encanta en el espejo y piensa que sus intervenciones convertidas en meme por el rapapolvo semanal de Yolanda Díaz son más populares que Isabel Díaz Ayuso. O que la judicialización por la judicialización, contra Sánchez, contra Europa y contra los tribunales, dará resultados. O que Pablo Casado diciendo ETA muchas veces se va a convertir en un tipo duro, respetado por los votantes de Vox. O que Alberto Casero sufrió un hackeo de algún agente secreto del CNI en manos de Pablo Iglesias y no se confundió de botón, tres veces, en el mismo pleno.

Un problema del que no se libra la izquierda (ni Ciudadanos)

Pero no solo Mañueco, al que le tocó encarnar el desaliento del proyecto Egea, perdió en la jornada electoral. La izquierda que conforma el Gobierno salió malparada una vez más (y ya son varias, demasiadas para no prestar atención). Luis Tudanca tuvo la deferencia de asumir que esperaba más, que ponía su cargo a disposición de alguien que consiguiera lo que él era incapaz. Ferraz, sin embargo, niega la mayor, cree que su campaña ha sido buena y que su candidato ha sido más que meritorio de un apoyo mayor.

Sin embargo, el PSOE de Pedro Sánchez tiene ante sí un problema, que no es más que la constatación de que con el voto heredado, el de carné, el que te convierte en segunda fuerza sin más esfuerzo que tirar de militancia y poder orgánico, no es suficiente. La pandemia ha recrudecido estos problemas, sumando adeptos a causas populistas y votos a formaciones minoritarias sin más mensaje que cuidar a su entorno más cercano. Pero la realidad, por más que se esconda y se camufle en excusas de salón, esconde tras de sí una verdad aplastante: el socialismo español carece de mensaje, más allá de cuatro medidas que son compartidas en la guerra por el relato con sus propios socios. Vox, Ayuso o Soria ¡YA! no tienen mucho más, pero tienen marketing, poder mediático, capacidad para resumir quiénes son en tres frases, identidad.

Algo que también falta a Unidas Podemos y a Ciudadanos. Los dos partidos que vinieron a arrancar el bipartidismo del panorama nacional se enfrentan a un escenario voluble, donde sus mismas tesis son realizadas con más éxito por los que llegaron más tarde. Y no hay crítica a los medios de comunicación que salve a sus artífices, por más que Iglesias se empeñe en predicar teorías en cuatro medios amigos a los que considera imparciales o Rivera se esfuerce en limpiar su imagen de tipo trabajador tras ser vapuleado por un bufete de abogados que tenía suerte si le veía el pelo un par de horas al mes.