En la imagen que transmitió Jose María Aznar durante su presidencia del Gobierno, destacó su afición por las falsedades. El domingo por la noche, en la entrevista con el periodista Jordi Évole, reafirmó esa tendencia en seguir instalado en la patraña además de afirmar que desconocía lo que no le interesaba.  

Se mantuvo un Aznar tozudo, al insistir en que su Gobierno tuvo la certeza desde el principio de la autoría etarra de la matanza del 11-M. Se aferró a que la información facilitada por los servicios de inteligencia apuntó hacia ETA, incluso horas después del crimen. Más aún, insistió en su afirmación de que “el atentado lo ideó gente que conocía muy bien este país y no habitaban en desiertos remotos”.

Como se sabe, ETA conocía bien nuestro país y no habitaba en países remotos, así que mantuvo esa tesis aunque supusiera una nueva descalificación de los servicios de información de entonces. Ignoró que, en aquel momento, el eficiente trabajo de la policía se demostró al identificar casi de inmediato a los responsables que, evidentemente, no eran de aquí. 

Las elecciones a punto de celebrarse, tampoco tuvieron nada que ver con señalar la denuncia de la autoría del terrorismo etarra. Con el paso del tiempo, ni se acordó que el antiguo responsable del CNI, Jorge Dezcallar, afirmó que días antes había escrito a Aznar advirtiéndole de su equivocación. De los calientes debates en la ONU, entre los que destacaron denuncias de que en Irak no había armas de destrucción masiva, ni idea.

Al contrario, se ratificó en su convicción de que en Irak se manejaban armas de destrucción masiva, según le habían informado.  

En el amplio repaso de su época al frente de Gobierno, Aznar no reculó en ningún momento, no reconoció error alguno, ni pidió disculpas. Se mostró tan sobrado de sí mismo y despreciativo con las contrariedades como se le recuerda, y fabricó el relato de la manera más adecuada a sus intereses. Como siempre. 

No solo negó haber conocido la corrupción en su partido y, por supuesto, que él nunca percibió ningún sobresueldo irregular procedente de fondo público, sino que se hizo el loco respecto a la presencia de determinados invitados en la boda de su hija, como Francisco Correa, el Bigotes y otros elementos de la trama Gürtel allí presentes y fotografiados para la posteridad. 

“Ya sabe que en las bodas hay dos partes”, dijo, apuntando que podían haber sido invitados por la familia del contrayente, “y ahí lo dejo”, apostilló.

A la hora de repartir culpas, solo puso la mano en el fuego por él. “Los demás que pongan la mano en el fuego que quieran”. Del presente, le preguntaron poco.

Con todo, José María Aznar consideró que los errores del Rey emérito no deben empañar su legado institucional. Lamentó que ahora no pudiera repetirse el pacto del Majéstic, como el que firmó con Jordi Pujol en 1996. Ni un paso atrás en calificar de “golpe de Estado” los sucesos del procès, y negó el acierto de la sentencia del Tribunal Supremo que lo calificó de delito de sedición. 

Esa forma de gobernar basada en la prepotencia que marcó Aznar, es el camino que con otro estilo continuó Mariano Rajoy Brey pero con resultados muy pocos brillantes. Si Pablo Casado se reafirma en ese empeño, los resultados pueden ser catastróficos.

Una huida hacia delante, pero mirando con la vista atrás, solo se entendería desde la soberbia o el miedo, además de llevar al PP a la caída más dura. Eso sería el legado maldito de Aznar.