Hoy 28 de junio se cumplen 499 años del nombramiento del rey Carlos I como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Una fecha que ha pasado a la historia con la mayor pompa y boato, pero que hoy nos sirve como excusa para ensalzar a un cronista fue de todo menos serio, el bufón Francesillo de Zúñiga que a la sazón fue autor de la “Crónica Burlesca de Carlos I”.

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Pocos libros fueron más polémicos en el siglo XVI que la mordaz crónica de Francesillo de Zúñiga (fuente: Biblioteca Nacional de España)

Por lo general los cronistas son figuras impuestas por el poder, partidarios de contar una versión benévola del señor para quien escriben, pero lo que no cabría esperar es que un bufón o un “loco”, como eran llamados también entonces, le diese por relatar todo lo que él había visto en la corte, poniendo a parir a diestro y siniestro.

En un lugar cercano a Béjar (Salamanca) hacia 1480 nació un niño llamado Francés o Francesillo, vino al mundo en una familia de sastres judeo-conversos y aunque el destino no le deparaba más futuro que las tijeras de su padre, supo ganarse el afecto de su señor don Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar, quien le tomó como bufón.

Éste como otros tantos aristócratas tenían bufones no solo por su divertimento si no por su ingeniosa capacidad de respuesta. Perico de Ayala, un amigo de nuestro protagonista, fue contratado por el conde de Ureña a quien supo sacar de un brete cuando un hombre buscaba el favor este noble. El pedigüeño fue atendido por el bufón, quien después de escucharle preguntó si sabía nadar, de modo y manera que cuando el conde de Ureña preguntó al bufón que había dicho aquel gorrón dijo: “ha dicho que nada”.

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Igual que Francesillo de Zúñiga, Pedro Hernández de la Cruz conocido como Perejón también fue un bufón que sirvió primero a un noble, el conde de Benavente, para luego ser bufón real. (Fuente Museo del Prado)

En ese mismo ambiente creció nuestro Francesillo a resguardo siempre de su señor el duque de Béjar hasta que en 1517 comenzó a codearse con lo más florido de la corte. Con la llegada de Carlos I Francesillo participó en numerosas ceremonias tomando buena nota de los hipócritas nobles.

Se percató por ejemplo de cómo en esas aduladoras ceremonias los condes, marqueses y duques se humillaban ante cualquier político con tal de hacerse ricos, y de este modo Francesillo los describió en términos que hoy día nos cuesta reconocer pero de sonora chanza como “cordero mamón”, “perro ahorcado”, “liebre empanada”, “pato cocido” o “asadura de toro con mal de orina”…

Ninguna gran familia de España quedó a salvo, sin ir más lejos la hermana del Almirante de Castilla fue tachada de hipócrita al presumir de sacar infinitas almas del purgatorio con sus oraciones y no reconocer cómo con sus actos metía en el infierno las de sus hijos y sus nietos. Así van desfilando  el duque de Alba, el conde de Saldaña, el duque de Haro… y otras innumerables casas.

No contento con esta mordaz crítica, analizó la guerra de las Comunidades con igual socarronería llamando bulliciosos y desorganizados a los comuneros y enclenques a las tropas reales como por ejemplo a don Gabriel Manrique de quien dijo parecía “hombrecito de reloj armado“  o como por ejemplo que en las tropas realistas se andaba más preocupado porque no les matasen un mulo recién herrado que por la batalla en sí.

En 1527 comenzó a pasar por escrito todas aquellas impresiones, ganándose gran fama entre la corte del emperador, el best seller en el que se convirtió su crónica hizo que se copiase a mano e incluso llegase a oídos del emperador, que no dudó en ficharlo como bufón real.

Francesillo se llegó a cachondear hasta de la mandíbula de Carlos I de quien contó que en su recibimiento en Calatayud alguien le gritó que cerrase la boca porque se le iba a llenar de moscas.

Pero su éxito fue breve, en 1529 se pasó de la raya y perdió el favor del rey y en 1531 murió su señor el duque de Béjar dejándole desprotegido. De esta manera sin que se sepa aún por quién el 2 de febrero de 1532 Francesillo fue apuñalado en Béjar. Dicen que incluso en su lecho de muerte aún tuvo ánimo para bromear y cuando su mujer le vio mal herido y preguntó qué pasaba respondió “no es nada señora, si no que han muerto a vuestro marido”.

Aquellas poderosas familias no perdonaron que alguien del pueblo llano hubiese sacado a relucir sus miserias. Había que marcar bien las diferencias, muerte a aquel que trata a los hombres como si fuesen iguales.

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