La enconada pugna de socialistas y ‘neocomunistas’ a propósito de la ley del sí es sí y que a punto ha estado de romper el Gobierno de coalición recuerda a la desencadenada muchos siglos atrás a propósito de la célebre cláusula ‘filoque’ [filócue], que tanto contribuyó a partir en dos la Cristiandad aunque la inmensa mayoría de creyentes, tanto orientales como occidentales, jamás llegaron a saber qué diablos significaba aquello que para los teólogos de Roma y de Bizancio era cuestión de vida o muerte.

Los cráneos privilegiados de uno y otro bando intentaron determinar si, como decían unos, el Espíritu Santo procedía solo del Padre o, como sostenían los otros, provenía en realidad del Padre “y del Hijo” (filoque). No lograron, claro está, ponerse de acuerdo; de hecho, casi mil años después siguen sin estarlo: es lo que suelen tener las controversias teológicas, que no las gana quien tiene más más razón sino quien tiene más poder, y como el poder de los dos bloques cismáticos quedó en cierta manera empatado, la pugna quedó más o menos en tablas, sin que, a todo esto, los fieles de a pie sepan ni tengan interés alguno en saber qué significaba el dichoso ‘filoque’.

El sí es sí es el ‘filoque’ del Gobierno de España. Solo los votantes más esclarecidos de uno y otro bando son capaces de comprender en todo su alcance y con todos sus matices los abstrusos argumentos jurídicos de uno y otro bando. Solo a los muy versados en teología feminista se les alcanzan las razones últimas del cisma que ha puesto en riesgo la integridad del Ejecutivo y que, aun sin haberlo roto, ha abierto en él una herida que perdurará hasta que se abran las urnas a final de año. Pedro Sánchez preside hoy un Gobierno virtualmente cismático. Del resultado de las elecciones dependerá la evolución de la herida: se curará si las izquierdas vuelven a la ganar pero se gangrenará si vencen las derechas.

El presidente y los ministros socialistas sostienen la ley del sí es sí tiene defectos de forma que han propiciado la rebaja generalizada -y alarmante- de penas a agresores sexuales y, por tanto, urge una rectificación, mientras que las ministras de Unidas Podemos Irene Montero e Ione Belarra consideran que los defectos no están en la ley sino en los jueces que la aplican, siempre con un sesgo machista.

El PSOE enarbola la bandera del pragmatismo y Podemos el estandarte del idealismo. Los primeros tienen un ojo puesto en las elecciones y el otro en la realidad; los segundos, un ojo en las elecciones y el otro en la doctrina. El PSOE es realista y Podemos es nominalista. Pedro Sánchez cree que la realidad solo puede cambiarse desde el realismo, mientras que Irene Montero cree que el realismo es un lastre que ralentiza -y aun bloquea- todo cambio.

Parece, en todo caso, que ambos bandos han sabido parar antes de que se hiciera efectivo el cisma. No habrá, pues, ruptura, aunque Montero, doctora en feminismo teologal, siga pensando que el problema de la ley son los jueces y solo los jueces, mientras que Sánchez, maestro del realismo, siga considerando que el problema puede, sí, que sean algunos jueces, pero es sobre todo la ley. Los jueces “y la ley”. Filoque.

Quienes tenemos una cierta edad solemos simpatizar más bien con el pragmatismo de Sánchez, pero tampoco estamos completamente seguros de que Montero vaya del todo desencaminada. Es lo malo que tiene no estar familiarizado con las últimas novedades teóricas incorporadas a la doctrina. De realismo entendemos todos; de teología, solo los muy creyentes.