Pocos han sido los momentos de calmachicha que ha disfrutado Alberto Núñez Feijóo desde que aterrizó en la séptima planta de Génova 13. El volumen del aznarismo entre los cuadros del Partido Popular es resistente al tiempo. Es más, incluso secuestra la narrativa que pretendía – o al menos así decía – sembrar en la dirección nacional. La batalla dialéctica no se limita a la confrontación funcionaria con Pedro Sánchez. El número malabarista del expresidente de la Xunta debe, a su vez, no contrariar a una Isabel Díaz Ayuso que nutre con notas guerracivilistas y cada vez más radicales a aquellos sectores nostálgicos y neoliberales, mientras combate el resurgimiento de Vox. Entre estos márgenes, se mueve el líder de la oposición, neutralizado para un debate que repele la equidistancia como es el conflicto en Palestina. De ahí, que choque con las grandilocuencias de la presidenta madrileña y el Califato de Santiago Abascal.

Como a los héroes de Una nueva esperanza, a Feijóo le amenazan las paredes móviles del compactador de basuras de la Estrella de la Muerte. Cada vez más cerca de aplastar su vida política; ahí está la no tan reciente experiencia de Pablo Casado. No es novedad, pero esta sesión de control erosiona hasta los límites la figura de líder que su equipo proyecta pese a los consecutivos tropiezos. En un contexto geopolítico que abraza ya sin tapujos el uso del sustantivo “genocidio” para hablar de los crímenes del Gobierno de Netanyahu sobre Gaza – incluso entre las administraciones conservadores o liberales -, el líder de la oposición naufraga en el mar de la indefinición con una colección de evasivas que le extirpan de un debate político serio, sin “insultos” ni ruido.

“Los civiles palestinos no son terroristas. Quién está bombardeando Gaza es el Gobierno de Israel, no el pueblo de Israel a quien usted ha condenado. Hamás es una organización terrorista y le ha felicitado dos veces. Eso es una vergüenza de la que jamás podrá alejarse”. Todo menos hablar de “genocidio”, lo que a ojos del grueso de la Cámara Baja ha resultado una “torpeza”. Gabriel Rufián hacía sangre por esa vertiente, profundizando en el negacionismo de la derecha para “meterse en ese jardín” y debatir en que se “centre en si hay genocidio o no”.

Desde la bancada azul, Sánchez no ha querido hacer demasiada sangre con la “equidistancia” de Feijóo más allá de aludir al informe de la ONU o a la encuesta del Instituto El Cano; pero ministros como María Jesús Montero o Félix Bolaños no han rehuido del cuerpo a cuerpo con Miguel Tellado, Ester Muñoz, Elías Bendodo o Cayetana Álvarez de Toledo. Vicepresidenta y ministro se emplearon a fondo para desarticular las incongruencias narrativas de Génova.

En primer término, la titular de Hacienda que recriminó al principal partido de la oposición su silencio “cobarde” mientras “se asesina a miles de personas en Gaza”. Duro golpe a la línea de flotación de un Partido Popular encorsetado entre el discurso ultra de dibujar Madrid como Sarajevo y pelear el relato a un Vox en auge cuyo techo electoral resulta toda una incógnita. “Se trata de un genocidio. La historia nos juzgará y pondrá a este Gobierno al lado de la legalidad internacional y los Derechos Humanos”, arremetió Montero contra sus adversarios.

Después, el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, profundizó en la disonancia argumental que airea el frágil liderazgo interno de Feijóo. Con su habitual estilo, tiñendo sus mensajes irónicos de un tono más serio y dibujando al PP como “sindicato del bulo” al apoyarse de informaciones falsas como la desmentida por la Policía Nacional que publicó 'El Mundo' este martes, desbarató la ofensiva de un Tellado agarrado a la corrupción rival para frenar la incongruencia geopolítica pautada por Feijóo su equipo de estrategas. Un discurso “equidistante” adornado con “patrañas, falsedades y mentiras”.

Otro elefante en la habitación

Pero las paredes que aprisionan el discurso del PP no se limitan a las evasivas sobre Gaza. Aparece el otro gran elefante en la habitación de Génova: la inmigración. Una cuestión que se le ha atragantado a los escritores de Feijóo, cuyos escorzos han secuestrado el discurso popular hasta el punto de desenmascararse como aprendiz de un Vox que ya no se corta para hablar del “Califato de Bruselas” para referirse a la permisividad de la Unión Europea en la política migratoria.

Cada vez, el PP se pliega más al discurso de Vox disfrazándolo de una necesidad de favorecer una “inmigración ordenada”, como justificaba su portavoz parlamentaria en sesión de control. Lo hacía, además, un día después de que el Grupo conservador ligara su destino a Santiago Abascal al votar a favor de la iniciativa de los ultraderechistas para “restringir la regularización de inmigrantes ilegales a través del arraigo”. Un ‘sí’ que justificaron con acusaciones a Sánchez por haber dado “carta blanca” a las “organizaciones criminales que se dedican a la trata y el tráfico de personas”.

Lo malo para el Partido Popular, como le ocurrió en su día a Ciudadanos con apuesta neoliberal en los últimos días de un Albert Rivera envalentonado, es que entre el original y la copia, la gente suele quedarse con el primero. Máxime cuando tampoco existe una ruptura total con el discurso previo y no se atreve a ser más papista que el Papa, en este caso que Santiago Abascal. Situación extrapolable a las soflamas de Ayuso a la que otorgan patente de corso para comparar los disturbios de La Vuelta del pasado domingo con Sarajevo, donde fallecieron más de 6.110 muertos durante su sitio. Todo ello, además, mientras las baronías conservadoras lamentan sottovoce el difícil encaje entre las llamadas a la moderación de su líder y el discurso afilado y ruidoso que despliega después.

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