Beatriz TalegónUn domingo cualquiera, una plaza de Madrid, demasiado soleada para ser otoño, demasiada gente y mucho ruido. La casualidad sienta alrededor de la misma mesa a un grupo de mujeres jóvenes, comprometidas y sensibles: una cantante, una actriz, tres políticas, una representante, y todas luchadoras y soñadoras con los pies en el suelo y la mirada en el horizonte.

Todas se extrañan, como la mayoría de la gente, de por qué estando como se supone que están ahora mismo las circunstancias la situación no explota. Y en la conversación van avanzando en sus dudas hasta plantearse que quizás esté ya explotando y la cuestión alarmante sea que la mayoría no nos estemos enterando. Todas ellas saben bien que una cosa es la función y otra la realidad.

“¿Sabíais que el otro día un señor se quemó en Sevilla?” Solamente la sevillana conocía lo ocurrido. Las demás no habían escuchado absolutamente nada. “¿Cómo es posible que la misma noticia, viniendo de Grecia hace un tiempo genere un revuelo social inmediato y aquí ni nos enteremos?” Se hizo el silencio y las miradas se perdieron pensando en la cantidad de cosas que nos cuentan sin ser ciertas, y las que siendo ciertas nadie se atreve a contar.

La pieza fundamental para una democracia es la ciudadanía crítica, libre y comprometida con el bien común. Para ello es fundamental el papel de la educación, de la creación de individuos con capacidad de hacerse preguntas y con la mente lo suficientemente abierta como para prestar atención a más de una alternativa. Para ello es suficiente que la ciudadanía sienta que sus necesidades básicas se garantizan, y que hay una contraprestación que se fundamenta en el cumplimiento de sus obligaciones y el respeto de sus derechos. Ahora mismo esta ecuación se ha roto: se cumplen obligaciones, se añaden sacrificios (que se suman como obligación), y se observa cómo los derechos se diluyen. Sin embargo se dan mensajes a través de los medios de comunicación donde se señala a una recuperación económica, a unos “brotes verdes” que no se ven por ningún sitio, salvo en la televisión, en los periódicos y se escucha hablar de ello en la radio. Una realidad paralela (y en general, si pretenden que nos lo creamos, podríamos denominarla “para lelos”).

Abrir los periódicos por la mañana, cambiar el canal de televisión o sintonizar distintas frecuencias de radio nos muestran interpretaciones tan distintas que incluso parecen estar hablando de hechos, lugares o épocas diferentes. La objetividad es prácticamente inalcanzable, es cierto; pero la distancia entre las distintas “verdades” solamente puede tener una conclusión lógica: “son todas mentira”.

¿Qué interés puede haber para mentirnos de manera tan descarada –en la mayoría de los casos-? Es evidente que un mismo hecho puede valorarse desde distintas perspectivas, desde distinta inclinación ideológica. Si se mantienen las líneas de la ética, es un pluralismo enriquecedor. De hecho nadie está desprovisto de ideología, aunque a veces no se tenga muy claro con cuál de las más identificables se puede alinear.

Sin embargo la alarma surge cuando se descubre que la información que nos ofrecen no está contrastada, no está fundamentada en hechos probados y además, incluye una intencionalidad evidente desde quien se supone que únicamente debería trasladar información veraz. Y desgraciadamente este tipo de información llena algunos de nuestros periódicos. Evidencia, claramente, que hay quien tiene especial interés en generar una determinada opinión: ya sea a favor de alguien o en contra. Dependerá de quien de algún modo sirva de apoyo al medio de comunicación en concreto y a su estrategia.

Los medios de comunicación no son libres. No tienen garantizada su supervivencia sin replegarse en algunos casos al querer de quienes les mantienen. Y de este modo se juega con la percepción de la realidad, lo que en definitiva supone una capa de maquillaje obsceno que trata de dar espacio y tiempo a quien tiene algún tipo de temor en que la verdad –la de los hechos contrastados- salga a la luz.

Es por ello por lo que es urgente el desarrollo de una cultura ciudadana basada en el flujo de información que respete las reglas más básicas deontológicas, que busque generar ciudadanos que se hagan preguntas, sin dogmas ni verdades absolutas: a base de hechos fundamentados y contrastados.

Desgraciadamente, la era de la infoxicación nos muestra que las empresas vinculadas de algún modo con la comunicación aumentan cada vez más sus beneficios en bolsa. Y cuando la información es un valor en alza, también juega un importante valor la calidad de la misma. Porque donde hay interés en el beneficio económico, dejando a un lado el verdadero objetivo de quien pretende informar, entramos en el terreno de olvidar la ética y sacar la cartera. Y aquí es donde toca plantearse si los fines son la justificación de los medios -de comunicación- .

Beatriz Talegón es secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas
@BeatrizTalegon