En el pasado, los del PP de Madrid solían matarse únicamente con los del PP de Madrid. En el presente, se matan directamente con los del PP de España, con la complicación añadida de que ahora Madrid es más España que nunca.

La última hora de la batalla de Madrid es que la va perdiendo Pablo Casado, que es quien la inició. En pocas horas, el presidente del PP ha dejado atrás su condición de líder nacional del segundo partido del país para dar paso a su condición de ‘caso’. El político Casado es hoy el caso Casado. Pablo ya no es Pablo: es lo que los diccionarios llaman un suceso notorio o escandaloso cuyas circunstancias atraen la curiosidad del público.

Del mismo modo que hubo un caso Naseiro o hay un caso Kitchen, en el futuro los libros que narren la historia del Partido Popular podrían hablar de un caso Casado, el hombre que puso a su partido al borde del abismo 1) sin tener necesidad alguna de hacerlo; 2) sin haber evaluado debidamente las fuerzas de su adversaria; y 3) engañándose sobre la calidad y alcance del propio armamento.

Recuérdese cuántas veces en política los líderes o los partidos se ven metidos en conflictos no buscados ni provocados por ellos sino por la fatalidad, por las circunstancias, por imponderables que nadie pudo prever. La singularidad del abismo ante el que se encuentra hoy el Partido Popular es que es una creación personal, intransferible e innecesaria de Casado.

Él y su número dos Teodoro García Egea han tenido un comportamiento a mitad de camino entre la necedad y la imprudencia, ambas adobadas con buenas dosis de soberbia y fatuidad: se creyeron más sagaces, más poderosos y más estrategas que nadie, y al final resulta que solo eran dos pobres tipos pagados de sí mismos cuya ligereza ha provocado la mayor crisis habida en el PP en toda su historia y dejado a cuadros y militantes del partido preguntándose incrédulos en manos de quién diablos están.

Otra particularidad de la guerra desatada por Génova contra la presidenta madrileña y hasta ahora estrella ascendente de la derecha española, Isabel Díaz Ayuso, es que se trata de una contienda en la que solo hay perdedores. Únicamente queda por establecer el orden de los mismos, que por ahora son al menos cuatro: Pablo Casado, Teodoro García Egea, Isabel Díaz Ayuso y el propio Partido Popular. Teodoro está calcinado, Pablo está malherido, Isabel está bajo sospecha y el PP es presa del desconcierto y la ansiedad: ¿pero en manos de quién estamos, Dios mío?

Es pronto para saber si el próximo damnificado será el presidente andaluz Juan Manuel Moreno, que este año enfrentará unas elecciones cruciales en las que su adversario más amenazante es Vox, el mismo partido que Casado y Egea han fortalecido temerariamente jugando a las casitas con nitroglicerina.

Juanma tiene buenos motivos para sentirse inquieto: tanto, que hoy debe estar arrepentido de no haberse adelantado a Mañueco convocando las elecciones andaluzas en noviembre pasado, cuando Vox abandonó la mayoría parlamentaria que lo hizo presidente. Ahora se ve obligado a esperar unos meses que se le harán eternos pues a lo largo de los mismos Vox puede ir escalando posiciones a costa del PP.

El último episodio de la batalla de Madrid se conoció ayer, cuando Casado dio una vuelta de tuerca no tanto a la situación como a sí mismo y reculó en su ofensiva contra Isabel Díaz Ayuso, a quien 24 horas antes había acusado de corrupción y tráfico de influencias. Génova aceptaba las sucintas explicaciones de la presidenta madrileña sobre la comisión lograda por su hermano en calidad de intermediario del contrato de 1,5 millones de euros otorgado por el Gobierno de la Puerta del Sol a la empresa de un amigo de ambos hermanos: un contrato y una comisión, por cierto, en los que la prensa conservadora no ve contraindicaciones éticas ni políticas de ningún tipo.

Casado había dicho el viernes en una emisora amiga que Tomás García Ayuso había cobrado 300.000 euros; ayer, el Gobierno de Madrid rebajaba la cantidad a 55.000; horas después, Génova aceptaba pulpo como animal de compañía. Casado reculando. Casado en estado puro. Casado superándose a sí mismo. No me llames Pablo, llámame Caso. Caso Casado.