Satanás ha hecho acto de presencia reclamando su cuota de protagonismo. Se nos ha aparecido de la mano de algún protagonista, a los que debe ser aficionado, como el caso del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, que no ha podido resistir la tentación de unir el ángel caído y el aborto, y del exministro de Interior del PP, Jorge Fernández Díaz.

Lo que el cardenal ha hecho saber en la homilía de la pasada misa del Corpus Christi, deja chiquitas a películas de terror como la Semilla del diablo: “El demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones en fetos abortados”.

A continuación, se hizo eco, con total desparpajo, de un colosal bulo difundido por las redes: “Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados”, aunque más tarde pusiera en duda la fiabilidad de la fuente informativa. Cañizares reclamó un cambio muy grande “porque ese es el amor que Dios quiere, no medidas disciplinarias sino cambio de mente, de corazón, es decir conversión”.

Aquí el primado nos dejó alguna duda. Siesa conversión tiene que ver con el actual Ejecutivo o trata solo de la cualidad moral del ser humano. Conociendo el pensamiento de Cañizares podría ser que estuviera orientado hacia lo que en determinadas redes sociales se conoce como gobierno socialcomunista y boliviarano.

El otro aficionado al mal que ha dado entrada en escena al señor oscuro, es el ex ministro de Interior Jorge Fernández Díaz. Ha contado una conversación que mantuvo en 2015 con el Papa Benedicto XVI. El entonces ministro del PP con Mariano Rajoy Brey, se mostró preocupado por los problemas políticos entre España y Cataluña y así se lo transmitió al antiguo pontífice quien le aseguró que “el diablo quiere destruir España”, al parecer por los servicios que el país ha prestado a la Iglesia de Cristo y que van, según Fernández Diaz dice que dijo Ratzinger, desde la evangelización de América, a la Contrarreforma, sin olvidar la persecución a la Iglesia en los años 30 del siglo XX.

Cabe la duda de que haya sido un cierto ardid para justificar la actuación de Fernández Díaz ante los problemas de Cataluña. Porque ese lenguaje no se corresponde con la reconocida altura intelectual de Benedicto XVI

Sea como fuere, es lamentable que un príncipe de la Iglesia y un ex ministro de Interior, en su momento responsable máximo de la seguridad del país, consideren que las culpas -sin excluir sus propias decisiones- las tiene Pedro Botero. El demonio deber estar muy satisfecho con sus más fieles propagandistas.