La ERC de siempre ha vuelto, no se sabe por cuánto tiempo, pero mientras esté en su modo desorientación será un factor de inestabilidad para el gobierno de Pedro Sánchez. La reaparición de Marta Rovira desde Suiza y de Oriol Junqueras desde la cárcel es un síntoma de que algo no va bien en la organización republicana; sus objetivos esenciales (elecciones catalanas y mesa de negociación) se han difuminado en una agenda marcada por el coronavirus, alejando unos éxitos políticos que daban por seguros hace tan solo tres meses. El episodio de desconcierto de esta semana podría ser transitorio, dado que difícilmente los republicanos están en situación de modificar radicalmente su estrategia a corto plazo.

Los dirigentes delegados (Sergi Sabrià y Marta Vilalta) están desaparecidos y Roger Torrent se ha encerrado en el Parlament, de guardia permanente para evitar nuevas maniobras de JxCat en su contra. Pere Aragonés sigue hablando con la vicepresidenta Carmen Calvo y Gabriel Rufián declama poesía tuitera desde la tribuna del Congreso con un pie en el grupo de los irrelevantes, muy a pesar suyo, que estaría más a gusto en las cercanías del PNV. En estas circunstancias, la reaparición de Oriol Junqueras era imprescindible para intentar rehacer la situación. 

Oriol Junqueras salió al día siguiente del fracaso de ERC en el Congreso para intentar frenar el desánimo de una operación fallida, atribuida a Marta Rovira, como casi siempre que se trata marcar distancias con el PSOE. El presidente del partido amenazó a Pedro Sánchez con cerrarle la legislatura si seguía contando con Ciudadanos y exigió a Quim Torra la convocatoria de elecciones catalanas, para impedir que sea el Tribunal Supremo el que marque el calendario electoral. Junqueras disparó con pólvora del rey, pues en sus peticiones están las pruebas de su debilidad, y no hizo sino agudizar la sensación de desorientación.

El temor a perder fuerza en el Congreso por la predisposición de Inés Arrimadas a votar con el PSOE es una hipótesis probablemente infundada más allá del estado de alarma pero que en todo caso ha sido promovida por el intento de ERC de penalizar el estilo presidencialista de Sánchez. La apelación a Torra para que disuelva el Parlament cuanto antes, una vez aprobados los presupuestos, es tan solo una muestra del miedo de ERC a tener que pasar por un pleno en el que Torra planteará ignorar los efectos de su muy probable inhabilitación por el TS, extremo inasumible por los republicanos que les acarreará nuevas críticas por parte de sus socios de JxCat.

La pretensión de ERC de negar el apoyo a Sánchez y esperar que el PSOE no busque al apoyo de Ciudadanos para ganar una votación relevante es un infantilismo parlamentario, tan evidente como poner en peligro su colaboración con el PSOE (mesa de negociación política mediante) por no saber aprovechar las concesiones que los socialistas acabaron por ofrecer al PNV (cogobernación de la desescalada) y no poner en valor la disponibilidad del ministro de Sanidad, Salvador Illa, de aceptar como unidad de apertura del confinamiento la región sanitaria en lugar de la provincia, como así ha sucedido. Todo ha sido un error de cálculo que ahora podría girarse en su contra, una vez demostrada la capacidad de Sánchez de alcanzar acuerdos alternativos y la disponibilidad de Arrimadas a tantear los efectos de una aproximación al gobierno.

De la misma manera, es un brindis al sol presionar a Torra para tomar una iniciativa que perjudicaría a JxCat y beneficiaría a ERC al ahorrarle el trámite de aceptar la decisión del Tribunal Supremo, cuando la medida de presión (la aprobación del presupuesto) ha caducado sin pena ni gloria. En esta caso, a diferencia de lo que sucede en el Congreso donde la geometría ofrece alternativas a su huida de la mayoría parlamentaria, ERC depende de ella misma para acabar con el mandato de Torra, retirándole el apoyo en la cámara catalana. Una opción que los republicanos han descartado desde el primer día por evitar aparecer como los responsables de la ruptura de la familia independentista a la que JxCat quiere forzarles a base de un acoso permanente por su cercanía al PSOE, acusación que no remite por mucho que voten en contra del estado de alarma.

La escasa credibilidad de la reacción de Junqueras para paliar el desconcierto ha dado paso a una explicación difícil de demostrar por parte de los republicanos: la culpa es del PSC. Según esta versión, ERC habría exigido a cambio de no votar en contra de la prolongación del estado de alarma la retirada del apoyo de los socialistas catalanas a la comisión de investigación sobre el desastre de la gestión de los efectos del coronavirus en las residencias. El desastre es tan incuestionable que las competencias sobre esta materia le fueron retiradas al departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias para adjudicarlas a la Conselleria de Salud.

En el PSC no hay noticia de ninguna petición en este sentido para favorecer el voto de Rufián en el Congreso. Es muy poco probable que esta interferencia hubiera obtenido ningún resultado de haberse producido, pero el intento de situar la responsabilidad de su alejamiento del PSOE en el PSC coincide plenamente con el interés republicano de convertir a Miquel Iceta en la diana preferida de sus ataques.