La cuarta ampliación temporal del estado de alarma, que por ahora es la última pero que todo apunta que deberá tener nuevas prórrogas hasta que España entera llegue a la desescalada total que dé paso a la tan ansiada “nueva normalidad”, ha provocado algunos movimientos tectónicos en el ya de suyo agitado terreno político de nuestro país.

Los ha provocado sin duda en el seno del PP, con el liderazgo de Pablo Casado tensionado tanto por las presiones que recibe, por una parte, desde Vox y sobre todo desde la FAES aznariana, como por buena parte de sus barones territoriales: unos le exigen una oposición descarnada y frontal, de puro y simple acoso y derribo del Gobierno de coalición de de izquierdas de PSOE y UP, mientras que los otros le reclaman oposición, sí, pero leal y constructiva, abierta a la cooperación con el presidente Pedro Sánchez y su gobierno en una situación de crisis como la actual. El fracaso estrepitoso de Casado en la última sesión plenaria del Congreso de Diputados, cuando tras amagar una y mil veces con votar en contra de una nueva prórroga del estado de alarma para acabar quedándose con una simple, inexplicada e inexplicable abstención, mostró de nuevo la endeblez e inconsistencia de Casado como principal líder de la oposición. Solo le han faltado los desatinos continuados de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid para deteriorar aún más la imagen que el PP está obligado a dar como alternativa razonable de gobierno.

Que el Gobierno de PSOE y UP haya ido perdiendo apoyos en las votaciones de las sucesivas prórrogas parece estar en contradicción con el respaldo que una amplia mayoría social sigue dándole en la gestión de esta inesperada y tan grave crisis sanitaria. También está en contradicción con lo que sucede en casi todos los países de nuestro entorno, en los que solo la derecha extrema se ha opuesto de manera radical a las gestiones de esta crisis llevadas a cabo por sus respectivos gobiernos, como ha hecho Vox desde el primer instante. Pasar  de los 322 apoyos iniciales a solo 178 de esta cuarta y por ahora última prórroga es una anomalía en el contexto político de la Unión Europea (UE). Sin duda esta pérdida de apoyos puede ser atribuida a los errores cometidos por el Gobierno presidido por Pedro Sánchez durante estos dos últimos meses. Pero hay también motivaciones exclusivamente partidistas que explican, aunque dudo que puedan llegar a justificar, los cambios en el sentido de voto no solo del PP sino también de ERC, por poner solo un par de ejemplos.

Que ERC votase en contra de esta cuarta prórroga, como lo hicieron solo Vox, JxCat y CUP, ha creado un considerable desconcierto en sus propias filas, hasta el punto que uno de sus dirigentes más valorados, Joan Tardà, ha criticado esta decisión en público y con contundencia. Su portavoz en el Congreso, Gabriel Rufián, parece que era partidario de no votar en contra, y un diputado de su grupo, Joan-Josep Nuet, amparándose en su condición de independiente, se abstuvo. Lo peor para ERC no es solo que, como le sucedió también al PP y en particular a Pablo Casado, quedaron descolocados a causa de la inteligente jugada táctica de Inés Arrimadas al hacer que Ciudadanos siguiese votando a favor de esta prórroga previa negociación con Pedro Sánchez, sino que el PNV hiciese lo mismo y que un amplio conglomerado de partidos progresistas y/o regionalistas optaran asimismo por validar esta nueva prórroga, configurando así una mayoría absoluta de 178 votos.

Con su hábil jugada Inés Arrimadas ha logrado que Ciudadanos marcara de nuevo perfil político propio, distanciándose no solo de Vox sino también del PP.  Habrá que ver si se trata tan solo de una simple maniobra táctica cortoplacista o de un primer intento de regreso a las posiciones centristas que caracterizaron a Ciudadanos en sus orígenes, antes de que Albert Rivera se dejase arrastrar por su incontrolada ambición personal y, tras renunciar al ejercicio de la equidistancia propio de un partido bisagra, se propusiera convertirse en el gran líder de toda la derecha española, con el resultado desastroso de todos conocido.

Descolocados ante el acuerdo de Ciudadanos, que podría extenderse incluso a la negociación y votación de los próximos Presupuestos Generales del Estado, los dirigentes de ERC han constatado de nuevo que su seguidismo de JxCat, su supeditación a las ensoñaciones que les llegan de Carles Puigdemont desde  Waterloo y de Quim Torra desde Barcelona, siempre les acaban perjudicando. Ni sus socios de Bildu se sumaron al incomprensible e inexplicado cambio de voto de ERC. Y para más inri, como en tantas otras ocasiones en estos últimos ya más de cuarenta años de democracia, el nacionalismo vasco, sobre todo el del PNV pero también el de Bildu, ha dado una nueva lección de pragmatismo político al nacionalismo catalán. Si ERC no rectifica a tiempo, si no deja de seguir con docilidad y sumisión los dictados de Puigdemont y Torra, corre el grave riesgo de volver a quedar como segundón en el reparto de los votos del independentismo catalán. Porque, puestos a votar una vez más ensoñaciones y radicalismos, ¿qué mejor que hacerlo por la versión original?