El gobierno del PP y Mariano Rajoy, muy en particular, están viviendo estas semanas en el paraíso. Gobiernan, pero sólo lo estrictamente necesario para que no se desmonte el chiringuito y, además, se pasan por el forro de sus partes pudientes el control parlamentario. Es su ideal de democracia. Si en vez de marzo estuviéramos ya en julio, con el Tour en marcha, y no tuviera le certeza de que la situación tiene fecha de caducidad, la felicidad para el presidente en funciones sería absoluta.

No es de extrañar que Rajoy no sólo no haga el mínimo movimiento para poner fin a su interinidad, sino que hace todo lo que está en su mano, siempre que eso no suponga un sobresfuerzo, para que la situación se alargue hasta donde sea posible. Siguiendo su filosofía vital, que para eso aprobó unas oposiciones, lo último que le ha dicho a Pedro Sánchez es que si acaso lo llame después de sus merecidas vacaciones de Semana Santa. La pena es que este año caigan tan lejos de las vacaciones de verano, porque si no bien podría haberle dicho que ya en septiembre, que no es cuestión de ponerse a trabajar para cuatro días y en plena canícula estival. 

Y tan encantados como el presidente lo están los señores ministros en funciones. Cierto es que en estos cuatro años de legislatura con mayoría absoluta, han hecho lo que les ha venido en gana. Pero no dejaba de ser un incordio tener que ir al Congreso, aunque fuera muy de vez en cuando, a aguantar los improperios de la debilitada oposición. Eso sí, por donde no están dispuestos a pasar es por tener que dar cuentas a un parlamento donde no sólo no tienen una mayoría que los ovacione, sino que, tras las recientes elecciones, está plagado de jovenzuelos que les faltan el respeto que su alta alcurnia merece.

Y, claro, está también ese asuntillo de la corrupción, que es como una mosca cojonera que no deja de picar desde que sale el sol. Pasear por los pasillos del Congreso sorteando periodistas se está convirtiendo en un incordio. Suerte que ellos saben como manejar a la prensa no afín. No sólo no responden a lo que se les pregunta, sino que nos enseñan a los periodistas lo que debemos preguntar. Celia Villalobos, que no termina de cogerle el truco al nuevo Candy Crush Jelly Saga, se hizo la indignada ante las preguntas de un reporterucho que se atrevió a pedir su opinión sobre lo que se está sabiendo del PP valenciano. Villalobos, haciendo uso de su doctorado en Ciencias de la Comunicación, le dijo que porqué no le preguntaba por el caso de los ERES de Andalucía, y no siempre por los casos de corrupción de su partido. Sin duda, por la mente del periodista debió pasar la imagen de la oficina del INEM de su barrio, y se mordió la lengua, aunque el cuerpo le pedía responder algo así como: Le pregunto lo que le pregunto, primero porque el periodista soy yo; segundo, porque usted es del Partido Popular y no del PSOE; y tercero, porque no se me ocurre nada más interesante, que preguntarle sobre el caso de corrupción mas generalizado e importante de toda la Europa conocida.

Pero ya les digo, pese a estas pequeñas incomodidades, y la pena de no tener tiempo de aprobar más sustanciosos concursos públicos, el PP está viviendo lo que para ellos es la democracia ideal.