Lo que tiene el árabe es que no se entiende. Nada.  Así que cuando intentas comunicarte con un refugiado a través de las palabras, la cosa se pone difícil. Pocos de ellos, además, hablan inglés. Por tanto, buscar otras formas con las que poder intercambiar emociones y pensamientos con los de enfrente se convierte en una tarea trascendental a la hora de convivir en un campo.

El lunes 15 es también fiesta en Grecia, en el campo de Katsikas no hay colegio. Unos cuantos niños se van de excursión con Clarice, una Scout belga que nos sorprende llegando con una caja de pañuelos propios de su organización. No tengo claro que los niños sepan qué significa y a qué compromete enrollártelo en el cuello, pero sólo por la ilusión que han tenido al ponerse esa pañoleta distintiva, que los ha elevado por unas horas a ser los elegidos y nos los olvidados, aplaudo a esta joven belga por la fantástica idea.

Los otros niños que se quedan están reunidos en una de las tiendas de ACNUR. Sus carcajadas rasgan con brusquedad el silencio de un campo que hoy ha amanecido como cualquier domingo en España. A ralentí. Tres payasos italianos les piden atención, que griten onomatopeyas, que bailen, que den palmas. Con sólo eso basta para darte cuenta cómo sus miradas, asentadas sobre un bloque de piedra, empiezan a viajar a un lugar completamente diferente al que han recorrido hasta aquí. Podría quedarme horas observándolos.

A unos cuantos metros nos encontramos con la jaima convertida en el Beauty Salon. Pequeños taburetes, palanganas como las de antes, esponjas y cremas verdaderamente handmade ocupan el espacio. No tenemos permitido hacer fotos, aquí las refugiadas se quitan el velo y se relajan a través de masajes, pintándose las uñas, arreglándose el cabello… A este espacio accede sólo el sexo femenino. Esta actividad se puso en marcha desde la ONG española Olvidados hace pocas semanas, con el objetivo de que las mujeres puedan tener momentos para ellas, y recobrar, aunque sea por instantes, su dignidad. Nuestra compañera María Suárez, especialista en masajes tibetanos, dedica parte del día a ser voluntaria ahí. Debajo de cada velo hay una persona, un cuerpo lleno de miedo y sufrimiento. Les pongo las manos en la cabeza, cierran los ojos, sonríen, y por un momento se olvidan del dolor.

Dibujos en el cambo de refugiados de Katsikas - P. S.

Nuestra ruta finaliza entrando en la “sala de exposiciones” improvisada en una de las tiendas. Toni y Kawa, dos sirios que en su país se dedicaban, de forma profesional uno y por afición el otro, al mundo del arte, llevan trabajando varias semanas en diferentes cuadros y dibujos. Me paro y sin darme cuenta cierro mis puños con fuerza. Un mapa infográfico con el detalle de su recorrido, unos pájaros que elevan el vuelo en un cielo atardecido, pequeños individuos sujetados por un brazo tatuado con los nombres de las ONGs que están en terreno, una playa con un niño muerto…

Han hecho postales de varias de sus imágenes. Preguntamos cuánto cuestan. Nos niegan con la cabeza. Murmuran palabras que, por supuesto, no entendemos. Insistimos a través de gestos. Vuelven a negar con la cabeza, y las depositan en nuestras manos.