El hipotético indulto a los líderes independentistas juzgados actualmente en el Tribunal Supremo asomó en la campaña electoral por voluntad machacona de la derecha, como contrapartida de un supuesto pacto de gobierno ya redactado entre PSOE-Unidas Podemos y partidos independentistas. Pedro Sánchez ha mantenido un férreo silencio ante las múltiples provocaciones sobre esta cuestión, porque el indulto, de ser necesario, será el tema de la próxima campaña electoral.

El intento de precipitar la discusión electoral sobre el indulto fracasó porque atenta a la lógica de las cosas más elementales. Hasta Felipe González apoyó en este tema a Pedro Sánchez, en su prudencia en no pronunciarse sobre una medida de gracia que requiere de una condena. Ciertamente, algunos dirigentes del PSC habían deslizado con anterioridad reflexiones sobre la conveniencia de plantearse el indulto llegado el caso, un mensaje conciliador dirigido al sector de la izquierda que sin estar deslumbrado por la luz soberanista no entiende el duro trato judicial a los encausados; sin embargo, no parece que el resultado fuera del todo positivo, al menos en las elecciones autonómicas.

Los candidatos de la derecha se han pasado la campaña leyendo la palabra indulto en la frente de Sánchez, sin atreverse a afirmar que lo podían leer en la mente del aspirante socialista, lo que hubiera sido mucho más preciso, de disponer Casado y Rivera de esta facultad. Porque el indulto es en realidad la única medida tangible a disposición del nuevo gobierno para pacificar la situación catalana. Un acto de política paliativa que no implica en sí mismo ninguna solución para el conflicto institucional y social existente, tan solo una apuesta conciliadora para ganar tiempo ante una lejana reforma constitucional que, de momento, no está al alcance de las previsibles mayorías parlamentarias. La otra medida, el 155, es un simple acto de crispación en las actuales circunstancias.

La polémica del indulto llegará en cuanto se conozca la sentencia y la gravedad de una eventual condena. El margen de maniobra del gobierno no será el mismo frente a una perspectiva de 30 años de cárcel por rebelión o por media docena de años por malversación y conspiración a la sedición, ni la lectura política será idéntica de tratarse de una petición formal de los condenados (hasta ahora negada por los interesados) o de una iniciativa del propio gobierno, el TS o la Fiscalía.

El indulto, de materializarse, va a tener consecuencias políticas para el gobierno del Estado, suponiendo que este gobierno sea de izquierdas y esté dispuesto a asumir el desgaste previsible de la aprobación de dicha medida. Y también para el universo independentista, ya muy dividido por otras tantas interpretaciones tácticas y estratégicas, en el que conviven sectores que difícilmente entenderían la solicitud de la gracia estatal por llevar implícita la asunción de culpabilidad.

El gobierno deberá soportar una agresiva movilización de la derecha que quien sabe hasta dónde puede llegar, a partir de la calificación de la medida como acto de traición. La situación política de los dirigentes independentistas será mucho mejor en el plano personal y familiar, pero no tanto en el político, recuperarán la libertad pero seguirán inhabilitados para acceder a cargos públicos y además, muy previsiblemente, deberán enfrentarse a quienes desde su mismo campo les señalarán por haber solicitado el perdón del Estado para lo que habrán debido argumentar algún tipo de voluntad de enmienda; en caso de negarse a pedir el indulto pero obtenerlo por iniciativa del gobierno, deberán dedicar buena parte de su tiempo a defenderse de la sospecha de concesiones secretas para suavizar el ritmo y el tono de la reivindicación.

El indulto, pues, de ser necesario y de producirse, no será un camino de rosas para nadie, aunque pueda ser una etapa imprescindible para mantener viva alguna expectativa positiva de futuro. Esta campaña no ha sido siquiera un ensayo general de las barbaridades que pueden ser dichas en un enfrentamiento electoral con el indulto inminente o reciente. O con los elogios dispensados a quienes lo hayan impulsado, aunque sobre este extremo es más difícil de fantasear.