Pocos políticos habrá en España capaces de mentir con el aplomo de Mariano Rajoy. En su comparecencia de ayer en la comisión parlamentaria que investiga el operativo policial para espiar al extesorero del PP Luis Bárcenas y robarle de pruebas incriminatorias para el partido, Mariano Rajoy mintió con bonhomía, con afabilidad, con pulcritud, se diría que casi con decoro.

Aunque mintiera tanto, nadie habría dicho de él que es un mentiroso compulsivo, más bien todo lo contrario: el expresidente es un embustero exacto, sereno, pudoroso. En la comparecencia ante los representantes del pueblo, no hubo mesura alguna en sus embustes, pero sí en su gesto, en su verbo, en sus maneras: las mentiras eran inequívocamente mentiras, pero todo lo demás era verdadero.

No se han puesto suficientemente en valor las dotes de seducción de Mariano Rajoy, quizá porque encarna un formato de seductor poco común: sus armas no son la simpatía ni la verborrea, sino la quietud, la indiferencia y una elegante desgana. Rajoy es el más audaz de los mentirosos porque la suya es una audacia tan discreta e invisible que cualquiera la confundiría con la franqueza.

Aunque es poco probable, si un día fuera sorprendido por su esposa retozando con una mujer en la alcoba matrimonial, es fácil imaginar a un Rajoy indicándole con un leve gesto a la amante que se fuera vistiendo mientras él le explicaba pacientemente a su legítima: “Biri, querida, te engañas, ¿una mujer en mi cama? Yo no veo ninguna mujer, vamos, vamos, cálmate, seamos razonables, ponte ese vestido que tanto me gusta y vayámonos a dar un paseo y a tomar el vermú”.  

Presidente del PP bajo cuyo mandato el partido desplegó un sofisticado operativo para la captación ilegal de fondos meticulosamente ocultados en una contabilidad paralela y presidente también de un Gobierno que destinó decenas de policías a espiar adversarios políticos o destruir pruebas incriminatorias de corrupción, Mariano Rajoy oculta tras su apariencia sosegada y cachazuda a un embustero de altísima capacitación profesional.

Hay que ser un tipo muy inteligente para mentir con ese desembarazo y gravedad durante tres largas horas sin dar un solo un paso en falso: no en vano cuentan las crónicas que el expresidente preparó minuciosamente su intervención durante una semana.

Mariano Rajoy negó la realidad, incluso la realidad probada en sentencias judiciales firmes, pero lo hizo como quien en vez de estar mintiendo estuviera rezando una oración repetida mecánicamente durante años, sin demasiada confianza en que sus plegarias sean escuchadas pero sin importarle demasiado esa circunstancia. Y es que Rajoy es un clásico, un estoico, un discípulo aventajado del gran Seneca. Escuchándole ayer se diría que su lema es el célebre 'Nec spe, nec metu': Sin esperanza, sin miedo'.

Y aun con todo y pese a todas sus mentiras, al término de esa comparecencia repleta de comprometidas preguntas de la oposición era más probable sentir admiración que enojo. Todos los presentes sabían que les había mentido, pero lo había hecho con tanta firmeza, retranca y desahogo que pocos de ellos habrían tenido inconveniente en acompañarlo de buena gana a alguna terraza a tomar el vermú.