Ciudadanos ha cambiado de opinión. La fuerza de la movilización feminista del año pasado les dejó en fuera de juego, después de estar cargando contra los ideales defendidos por las organizadoras días atrás. Ahora, en un ejercicio de pragmatismo y electoralismo -saben que ponerse de perfil no es una opción-, se han inventado un nuevo concepto: el feminismo liberal.

“El feminismo va en contra del capitalismo”. Para los que ahora ensalzan la bandera violeta y no dudan en sumarse a la causa, esta era la razón para borrarse y no dar su apoyo tiempo atrás. Al menos hasta que le vieron las orejas al lobo y a última hora decidieron salir, posar ante las cámaras y denunciar los insultos recibidos ("¡Fuera la derecha!", gritaban las manifestantes).

Pero los vaivenes de la formación naranja en esta materia no quedaron ahí. Llegando en su día a relativizar sobre la violencia de género (al menos como concepto), una de sus medidas estrella, defendidas hasta la saciedad, fue equiparar la violencia contra el hombre y la mujer tildando la ley como “violencia doméstica”. Queda claro así que el concepto de género, definido por Simone de Beauvoir como la construcción sociocultural que provoca la diferencia, no cuadraba con los planes de Rivera y su equipo, al menos hasta que han visto el tirón social que desprende.

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Género por doméstica. Feminismo por liberalismo. Cambios para eludir las críticas por su posicionamiento sobre igualdad.  Porque, al igual que Pablo Casado, que pidió abiertamente no politizar el 8 de marzo, el reajuste en el argumentario de Ciudadanos fue obligado. Actividad circense para tejer un discurso que les permita apuntarse el tanto sin renunciar a sus diferencias con el movimiento.

Para ello han abierto un decálogo particular. El feminismo liberal: una concepción contratista, económica, pensada en términos empresariales y desligada del clamor real. El caballo de batalla naranja, legislar en materia de prostitución y sobre gestación subrogada. 

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Una lucha global, sí. Tal y como decía Arrimadas ante las preguntas de Jordi Évole en Salvados, todo el mundo está invitado y no se puede prohibir la protesta a nadie. Sin embargo, desvirtuar el foco lanzando al aire conceptos recién salidos del horno, cambiar las siglas y los lemas silenciando aspectos clave o salir a apuntarse el mérito no parece el camino idóneo.