¿En un pueblo, por qué? Si no hay nada…estáis locos”, “¿volver al pueblo? Menudo retraso…”, “para qué luchar por el pueblo, si total, le quedan tres días…”. Estos son la clase de comentarios con los que llevamos lidiando e intentando contestar desde el día en que decidimos no volver al pueblo, sino ir. Porque lo elegimos convencidos de que no era un retraso, que a los pueblos no les quedan días y de que tienen mucho que ofrecer.

Siempre procuro contestar sin acritud, sacando la mejor de mis sonrisas, que oculta tras la mascarilla, queda restringida a la máxima expresividad con la que mis ojos son capaces de sonreír. Mientras detallo las ventajas, bondades y oportunidades que supone la vida en el pueblo, la empatía me devuelve a la realidad. Comprendo la difícil tarea de derribar del ideario colectivo la arraigada imagen del pueblo en blanco y negro anclada en el estereotipo que une lo rural, mediante un largo, antiguo e invisible hilo, a envejecimiento, retraso, incultura, aburrimiento y falta de oportunidades.

Sin embargo, los estereotipos, cual ladrones de energía, no son más que prejuicios sociales, tan débiles como pompas de jabón, que aunque llamativas y voluminosas, estallan y desaparecen al tocar la realidad del suelo.  El patriarcado desde que el mundo es mundo, sopla de forma silenciosa y continua, con la paciencia y premeditación de un psicópata, hasta formar la pompa más injusta, que es la que pesa sobre de las mujeres rurales. Mujeres como nuestras abuelas y madres, tan duras como la tierra que trabajaron de forma invisible y que como Atlas, el titán que se enfrentó a los dioses olímpicos, cargaron con el peso del mundo como castigo.

Cuando la burbuja del estereotipo estalla ante el primer baño de realidad, lo primero que una aprende es que no podemos hablar de mujer rural de forma genérica. Dentro de una comunidad hay mujeres distintas: las que trabajan en el campo, las que apenas salen de su pueblo, las que salen todos los días para acudir a su trabajo, las que deciden emprender un negocio… al igual que ocurre en el medio urbano. Lo que  nos hace diferentes no es nuestra condición, sino nuestras circunstancias.  La mujer rural de hoy estudia, trabaja y tiene una familia como todas las demás, pero sus condiciones son distintas: cuando estudia lo hace a muchos kilómetros de su casa, cuando trabaja y lo hace en el campo es bajo la temporalidad estacional de los productos agrarios y cuando tiene familia, no tiene guarderías donde dejar a sus hijos.

Así la labor de los titanes y de las titánides que habitamos los pueblos de hoy no es resistir con estoicismo, eso lo dejamos para los urbanitas, sino romper con los viejos estereotipos que empañan todo lo relativo a lo rural, y con ellos, derribar los estereotipos de género que juegan con el modelo tradicional de laboriosidad femenina, anclado en la domesticidad y en la tramposa etiqueta de ayuda familiar de los trabajos para no reconocer la categoría social y económica que les corresponde.

El titán Atlas cuando sostenía el peso del cielo recibió la ayuda de Hércules, que durante el periplo que siguió para completar sus 12 trabajos, necesitó coger las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, dominio de Atlas. Si los hombres y mujeres rurales sostenemos el “ager”, las manzanas doradas que alimentan a todo el mundo, necesitamos de una administración e instituciones hercúleas, que doten al medio rural de infraestructuras y servicios dignos, suficientes y en igualdad de condiciones. Serán los próximos Presupuestos Generales del Estado, los presupuestos de la recuperación y de desarrollo de los Fondos Europeos, herramienta fundamental que aligere la carga. Cabe preguntarse si el resto de dioses a la diestra del Olimpo del parlamento español estarán por la labor de compartir el peso del cielo.

María Luisa Vilches Ruiz es portavoz adjunta del PSOE en la Comisión de Trabajo, Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y diputada por Albacete.