De un día para otro, la política mundial ha cambiado hasta el punto de dejar de ser la que era, pero la política española se comporta como si aquella siguiera siendo la misma. Y no lo es. Estados Unidos ha cambiado de bando y esa traición de Donald Trump lo ha trastocado todo. En el tablero de ajedrez del continente, el rey blanco que es la Unión Europea está inerme y desnudo: reina, torres y caballos han dejado de protegerlo; hasta antes de ayer, el único rey negro que lo desafiaba era Putin.

Hoy, las blancas europeas tienen frente a ellas un ejército doblemente capitaneado por un sátrapa y un putero, Vladímir Putin y Donald Trump son los dos reyes negros que están obligando a Europa, continente-paloma, a repensarse a sí misma como continente-halcón. Pero la política española se comporta como si todo siguiera siendo como era antes de tener lugar La Gran Traición.

¿Cómo invertir en cañones y que parezca que se está invirtiendo en mantequilla? Es la pregunta, más táctica que estratégica, que se hace el Gobierno de Pedro Sánchez, más solo que nunca justo en el momento en que debiera estar más acompañado.

España no es Ucrania

Los grupos situados a la izquierda del PSOE se mantienen abrazados al mástil de la bandera de paz, convencidos de que Europa no puede ni debe dejar de ser el continente-paloma que viene siendo desde hace 80 años. El exministro Alberto Garzón lo explicaba así en un artículo reciente: lo que urge “no es más gasto en armas, sino en reconstruir un futuro donde la seguridad no se mida en tanques, sino en estabilidad, capacidad de adaptación y justicia social”. El excoordinador de Izquierda Unida escribía que “la existencia de potencias nucleares sugiere que hay disuasión suficiente para evitar conflictos de destrucción mutua”, aunque a renglón seguido añadía esta reveladora apostilla, prueba seguramente más de honestidad intelectual que de negligencia narrativa: “Aunque no todos pueden ejercer esa disuasión, y si no que se lo digan a Ucrania”.

Ni siquiera quienes, como Podemos abiertamente o Sumar encubiertamente, se oponen a gastar más en cañones pueden negar que la Unión necesita repensar todo lo relativo a su seguridad: un asesino en serie y un delincuente común se han aliado configurando una gigantesca tenaza con la cual aherrojar o hacer trizas el entramado institucional de tolerancia, bienestar y justicia social del continente.

Es poco probable que un Podemos ucraniano pensara sobre el rearme lo que piensa el Podemos hispano. Tan poco probable como que un PP ucraniano se comportara como lo está haciendo el partido que nominalmente lidera Alberto Núñez Feijóo. Génova urge al Gobierno a llevar al Congreso el debate y la votación sobre el aumento de fondos para defensa. Y tiene toda la razón en pedirlo, aunque su incentivo para hacerlo sea menos el sagrado respeto a la institución que encarna la soberanía popular que la certeza de que Sánchez perdería la votación y ello haría aún más patente la debilidad parlamentaria del Ejecutivo. Antes pacifista que sanchista.

No es no y mil veces no

El PP jamás sacará al Gobierno de ese callejón sin salida. Podría hacerlo por España o por Europa, sí, pero España y Europa pueden esperar: lo que no puede esperar es la caída del autócrata, pues autócrata es el último calificativo, la más reciente máscara que la derecha ha encastrado en el duro rostro de Perro Sánchez. Con toda naturalidad, el PP ha incorporado a su argumentario esa hiperbólica equiparación de un presidente democrático con Francisco Franco o con los zares de Rusia, aunque el copyright parece ser de José Antonio Zarzalejos, el periodista que fue durante mucho tiempo el Iñaki Gabilondo de la derecha hasta que Pedro Sánchez y sus políticas lo sacaron de quicio.

No quiere decir todo ello, sin embargo, que el Gobierno tenga razón en su pretensión de escamotearle al Congreso la votación y el debate sobre los cañones. Seguramente tendrá sus razones, pero no tiene razón. De un día para otro, el tablero de la política mundial ha dado un vuelco: Pedro Sánchez no puede forzar al Congreso de los Diputados al ridículo de comportarse como si desconociera ese vuelco, como si no supiera algo que cualquier novato de la política o del ajedrez sabe perfectamente.