Esto es Raptor House, de Venezuela al futuro, el sonido underground de DJ Babatr, es el primer largometraje de la productora Morning Coffee. Dirigido por Roberto López Buschbeck y producido por Augusto José Alvarado Domínguez, la cinta narra la historia de un género que nació entre la rabia y la esperanza de la Caracas de finales de los noventa, cuando bailar era un acto de supervivencia.

Grabado entre España y Venezuela, con fotografía de Julietta Lutti, dirección creativa de Gabriela Gardini y montaje de Alejandra Mejías, Esto es Raptor House combina testimonios, actuaciones en directo e imágenes de archivo para narrar cómo un ritmo clandestino se transformó en un movimiento global. Hoy, DJ Babatr pincha en escenarios como Berghain, Boiler Room, DGTL o Primavera Sound, pero con la constancia de que su sonido nació como una respuesta a la exclusión.

Su historia no sólo es un ejercicio de reivindicación cultural. Es también un ejercicio de memoria política. Un reconocimiento a los márgenes. A los creadores pobres y marginales, cuya obra se ha difunidado en el tiempo porque el hombre blanco y rico no se fijó en ella. En un mundo obcecado por la novedad, es necesario a veces bucear en nuestro pasado, ya que es ahí donde muchas veces se encuentra lo novedoso. Transportarte al legado para resucitar las vanguardias que no pudieron asentarse en su contemporaniedad.

En el centro de esa historia está DJ Babatr, el hombre que transformó el ruido de los barrios en un lenguaje electrónico propio. Desde los bloques de Propatria, Las Lomas o La Cota 905, su música emergió como una vía de escape para una generación marcada por la crisis económica, la violencia y la desconfianza hacia el poder. Lo que empezó siendo un refugio juvenil se convirtió en una revolución sonora conocida como Raptor House

La changa: el sonido que la política quiso silenciar

En los años noventa, escuchar electrónica en los barrios de Caracas era una rareza. Se asociaba a la música blanca y europea, ajena a la cultura negra y popular. Sin embargo, en los matinés —raves diurnas improvisadas entre muros descascarados—, jóvenes de las zonas más humildes comenzaron a mezclar ritmos latinos, percusión africana y beats industriales. Así nació la changa, una electrónica de calle que fue el embrión del Raptor House.

De esas fiestas surgieron también tribus urbanas como los guaperos, vinculados a clases más altas, y los tukis, un término usado de forma despectiva para referirse a los jóvenes de los barrios pobres. Con el tiempo, la etiqueta “changa tuki” se convirtió en un estigma. La prensa sensacionalista y las autoridades criminalizaron el movimiento, acusándolo de promover la violencia, cuando en realidad era una vía de escape ante la precariedad y el abandono institucional.

Un fenómeno similar al que sufrió La Ruta del Bakalao en España. Ambos movimientos nacieron al margen de la industria, fueron demonizados por las autoridades y, décadas después, reivindicados como patrimonio cultural. Expresiones culturales marcadas por la música y la desinhibición frente a un sistema opresor. Vías de escape y la reivindicación de que divertirse también es un acto revolucionario. Los poderes, al comprobar cómo una parte de la sociedad se organiza y se aleja de su tela de araña, activan su maquinaria opresora. Criminalizar a través de los medios de comunicación. Censurar y utilizar el miedo como herramienta . Como consecuencia de su lucha contra la changa, en 2008, Babatr abandonó los escenarios y cayó en la oscuridad. “El último CD de Raptor House fue como un funeral colectivo”, recuerda en la película. 

Del silencio a la diáspora

Tras años de exilio interior, DJ Babatr dejó la música y trabajó como colorista para sobrevivir. Pasó de hacer música a un aburrido trabajo, Sin embargo; en ese tedioso laburo también pudo dejarse llevar por la vena creativa. De crear ritmos, pasó a crear colores. Durante la pandemia, volvió a abrir su Bandcamp. Subió viejos temas, remezcló su historia junto a artistas como Nick León y, sin proponérselo, reactivó el pulso del Raptor House. En 2023, su track Éxtasis fue elegido como uno de los mejores del año y su nombre volvió a sonar en la escena internacional.

Su retorno coincidió con un fenómeno más amplio: la diáspora venezolana, que llevó la changa tuki por el mundo, de Caracas a Berlín. Lo que una vez fue sinónimo de marginalidad hoy inspira a productores como TSVI, DJ Deep RH o Arca, y forma parte de los sets de Peggy Gou o DJ Gigola. El sonido de los márgenes se convirtió en un símbolo de orgullo.

Un espejo político de la Caracas partida

El Raptor House no puede entenderse sin mirar la fractura social y racial de la Caracas de los noventa. En una ciudad dividida entre el este privilegiado y el oeste popular, la electrónica fue primero un terreno vedado para las élites. Que un chico de Propatria hiciera techno fue, en sí mismo, un acto político.

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Jóvenes caraqueños en una fiesta de Raptor House.

El documental muestra cómo los jóvenes de los bloques transformaron la violencia del entorno en energía cinética. Bailar era una forma de desobedecer. Los bailarines —como Elbert “el maestro” o Víctor Revolution— inventaron un estilo propio, sincronizado con sus sombras, que convertía el cuerpo en un manifiesto. Pero esa misma visibilidad trajo represión: la policía irrumpía en las matinés y los medios asociaban el movimiento con delincuencia.

La clase política, incapaz de asumir su responsabilidad en la crisis social, culpó al Raptor House de los males que ella misma había creado. Se prohibieron las fiestas, se disolvieron los colectivos y se silenció una escena que hablaba desde la periferia. Hoy, el género ha encontrado afinidades con la comunidad queer, que comparte con él la experiencia de la exclusión y la reinvención. El documental muestra esa alianza con sensibilidad y sin paternalismo: cuerpos marginados que encontraron en la pista un lugar de pertenencia y surgieron del mismo lugar: la marginalidad.  

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