Laura (Dafne Keen) aparece ante Logan/Lobezno (Hugh Jackman) y Charles Xavier (Patrick Stewart) como la primera mutante en treinta años, dentro de la ficción, que tiene, además, las mismas características que Lobezno con garras de adamantium. Lo que no saben, y averiguarán más tarde, es que no es la única, sino que pertenece a grupo de mutantes que han sido creados en unos laboratorios en México liderados por el Doctor Rice (Richard E. Grant).

Ese grupo de niños-mutantes-probetas se erigen como una suerte de metáfora, suponemos que involuntaria, sobre la naturaleza misma de la saga de X-Men, la cual llegó en un momento, demasiado temprano, a ser como esos niños, formas cinematográficas prediseñadas que presentaban unas formas reconocibles y se asentaban en unas narrativas esquemáticas que, con leves variaciones, cada vez aportaban menos. Un laboratorio en el que es posible crear superhéroes en serie, como una franquicia cinematográfica que reproducía esquemas con muy leves variaciones y que ha ido perdiendo músculo de manera paulatina. De ahí que Logan sea desde cierto punto de vista la puesta en punto, y en escena, no tanto de una defunción, no seamos incrédulos, como del cuestionamiento de unas propuestas que han mostrado una completa saturación en sus planteamientos.

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Logan, dirigida por James Mangold, quien ya se ocupase de la dirección de Lobezno inmortal, segunda película con el personaje de manera individualizada, adapta ‘El viejo Logan’, escrito por Mark Millar y con dibujos de Steve McNiven. El contexto lo tenían ya en sus páginas, faltaba por elegir la manera de llevarlo a pantalla. La posibilidad de realizar una película más asentada en los contornos estéticos del resto de serie resultaba lo más sencillo, un continuismo rutinario: al fin y al cabo, las posibilidades de hacerlo y de que la película no tuviera réditos en taquilla resulta complicado de pensar. De ahí que el determinado riesgo y libertad expresiva por parte de Mangold y su equipo, resulta apreciable, a pesar de no haber podido evitar el caer en ciertos elementos esquemáticos del cine de superhéroes que, al final, importan menos que el recorrido que plantea Logan.

La construcción a modo de western resulta tan clara que sus referencias explícitas a Raíces profundas, cuya historia tiene no pocas relaciones con Logan, resultan incluso innecesarias, aunque no resulten molestas.  Siguiendo los modos de la ‘americana’, Logan, Xabier y Laura inician un camino por Estados Unidos en el que representan claramente a una familia, disfuncional como no podía ser de otro modo. La decadencia de ellos contrasta con la juventud de ella, y sin embargo todo proyecta un tono sombrío y melancólico que tiene su fuerza a nivel dramático, esto es, en las interacciones personales entre los personajes. A través de ellos, Logan ahonda en la caída del superhéroe, en su desaparición, tanto en su condición épica como a través de su cuerpo.

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Porque Lobezno se consume en pantalla tanto en su condición de personaje en la película, y como partícipe de una saga más amplia, así como en aquello que representa más allá de él: el superhéroe imperecedero que parece que nunca morirá. Al igual que Charles Xavier, dos iconos que muestran el lado menos perenne de  los grandes héroes. De ahí que incluso los set pieces sean secas y frías, de gran violencia pero, a su vez, de un control muy medido de la misma. Transmiten en su explosión la propia energía violenta que anida en el interior de un Lobezno que, según avanza la película, apenas puede recuperarse de sus heridas. Tienen algo de rudimentario, en algunos casos, como en las dos secuencias en las que se produce los estallidos mentales de Xavier, incluso de una resolución francamente fea en el plano visual, pero son secuencias que deben poseer el mismo tono que el resto de la película, de ahí la falta de grandilocuencia.

No obstante, hay algo programático en la construcción externa de Logan. Al fin y al cabo, es una película-Marvel a pesar de que al comienzo, cuando aparece el nombre que abre la película, el sonido aparezca ahogado, anulando la épica del relato. Pero dentro de los contornos de la Marvel, la película se toma bastante en serio a la hora de trazar un interesante discurso sobre la figura del superhéroe desde diferentes puntos de vista, como la presencia de esos comics que lleva Laura, y que parecen haber creado una cierta confusión, con los que se introduce una cierta metaficción que habla del alcance de la figura del superhéroe, en general, y sobre el legado mítico de Lobezno, en particular. Porque éste aparece en Logan mostrando una clara dialéctica entre aquello que representa y lo que es, entre una forma más etérea y una más corpórea. Al final, la que quedará, la que permanecerá, es la primera frente al cuerpo, frente a la presencia física. Algo que, de algún modo, también parece afectar al propio Jackman, quien construyó un personaje dotándolo de una identidad tan precisa que parece indisociable del actor. Al final, Logan acaba siendo el itinerario hacia la real inmortalidad de Lobezno, aquella que vence al tiempo, que permanece cuando él ya no está.

Logan es un magnífico intento de conducir una película de superhéroes por unos contornos más sombríos y oscuros de los habitual en tanto a que los paisajes, tanto físicos como humanos, que muestra en su itinerario, resultan desoladoras. Por ejemplo, esa familia de granjeros negros que los responsables de la película nos muestran desde una perfección idílica de familia unida y feliz para poco después hacerles desaparecer con tanta violencia como sequedad. Logan, Laura y Charles, no son ni una familia, ni aspiran a serlo, pero en una realidad como el que representa Logan, quizá, sean en su rareza e imposibilidad la mejor familia posible en un mundo tan desolador como el que recorre de manera transversal una película que tiene la gran virtud de presentar varias lecturas interesantes, siendo la relacionada con el Universo Marvel, quizá, la que acabe importando menos a pesar de transmitir la idea de que ya es hora de que tome otros caminos.