Es una pequeña trampa, atravesar miles de kilómetros pero trasladarse a un lugar familiar, un lugar que comparte la cultura, y sobre todo un lugar en el que se habla la misma lengua, y sin embargo, después de unos años darse cuenta de que algo ha cambiado en la forma de hablar, y por tanto, de escribir. "Te conviertes en una especie de isla lingüística que el lector tiene que descifrar" cuenta Méndez Guédez (Venezuela, 1967), que relata entre risas como es incapaz de diferenciar entre la palabra española "yuyu" (miedo)  y el venezolano "yeyo" (desmayo) así que utiliza el primer término por el segundo continuamente.


Esta permeabilidad lingüística es la que le pareció interesante a Domenico Chiappe (Perú, 1970), compilador de los relatos del volumen. Asegura que es algo que había notado en su propia escritura y le apetecía comprobar si también le sucedía a otros y cómo lo resolvían. Este era el único criterio selectivo, además de la calidad de los textos: autores que se hubieran criado en hispanoamérica, cuyo lenguaje se hubiera formado allí y que se hubieran trasladado a España de forma permanente, no con una beca, ni de forma temporal, porque cree que es esa experiencia vital de permanencia en el destino, la necesidad de "buscarse la vida" es la que favorece esta mutación en el lenguaje. "No hay ninguna conexión más entre ellos, ni generacional, ni temática, ni de lugares de procedencia" afirma Chiappe. Fernando Varela nos dice que precisamente esta es una de las cosas que le atrajo del proyecto como editor "Se practica poco, y seguramente es mucho más interesante una selección como esta, a partir de una experiencia vital, que las antologías locales o generacionales", además, claro está, de la calidad de los textos y de los autores, que o tienen un recorrido muy potente, o lo tendrán, nos asegura.


Una de estas autoras es la ecuatoriana María Fernanda Ampuero. Lleva 10 años en España y dice hablar al menos dos idiomas, el español de España y el español de Ecuador "Soy un sujeto híbrido, la pureza que me piden es imposible y no puede existir tampoco en mi escritura". Ella, que vivió en Argentina antes de venir a España, asegura tener cuentos argentinos, españoles y ecuatorianos, donde los personajes hablan cada uno en su código lingüístico, "yo no estoy traicionando a nadie por ser híbrida", afirma, un poco cansada de que la cuestionen aquí y allá por no ser lo suficientemente "ecuatoriana".


Esta tensión es la que hace que estos autores hayan aprendido a vivir en un no lugar que no es aquí ni es allí. Hay otros que en la experiencia de la migración se aferran al lenguaje propio y generan una resistencia a esa contaminación, y otros que procuran asimilarse lo antes posible al habla de destino, pero no son estos los que interesaban a Chiappe para componer este libro, sino los que se quedan en medio, dejándose contaminar, mezclándose y creando así un lenguaje propio que no tiene nadie más. "Son autores que quemaron las naves, que llegaron para quedarse". Y se quedan, pero viven de alguna manera en tierra de nadie, no se les incluye en antologías ni generaciones de españoles ni tampoco de sus países de origen, algo que literariamente, aseguran Chiappe y Varela, es para bien.


Esta metamorfosis lingüística no es sencilla ni arbitraria. Desde el punto de vista del editor, Varela explica que se trata de un terreno farragoso. Aunque afortunadamente ya no se acostumbra a realizar "dobles ediciones" para España e Hispanoamérica, el lector español se ha vuelto más conservador con los años "Aquí se publicó Tres tristes tigres, que es un libro que sólo entendía Cabrera Infante" coincide Méndez Guédez. A la hora de editar estos textos hay que tener en cuenta que cambiar palabras, en este caso, no es utilizar sinónimos, se trata de una traducción: no es lo mismo potrero que descampado, ni zopilote que buitre, ni overol que mono de trabajo. No obstante, aunque se respete el léxico, cosa que prácticamente cualquier editor español hace hoy en día, existen algunos giros lingüísticos que en España pueden resultar complejos o incorrectos, o dificultar la comprensión,  y, aún así, no es fácil pedir a un autor que los modifique. En el uso del lenguaje va la identidad, y esta contaminación de la que hablamos no es forzada, ni recomendada, ni tan siquiera práctica. Más bien parece responder a criterios caprichosos, afectivos y, tratándose de literatura, también musicales y estéticos. Estos autores híbridos que componen Huellas en el mar no pierden registros ni vocabulario, sino que lo multiplican y narran eligiendo a partir de su nuevo y amplísimo inventario lingüístico.


Huellas en mar, (VVAA). Lengua de Trapo (próximamente).