Es un momento perfecto para leer esta biografía, dado que coincide con la publicación de los Diarios completos (sin los tijeretazos ni las censuras del poeta Ted Hughes) de Sylvia Plath, además de otras compilaciones o antologías (por ejemplo La caja de los deseos, en Nórdica). Supone la primera propuesta de una nueva editorial, Barlin Libros, que publicará libros de no ficción. Y su autor es Paul Alexander, célebre por ser también responsable de sendas biografías de James Dean y J. D. Salinger.

 

Magia cruda. Una biografía de Sylvia Plath (con prólogo de Luna Miguel y traducción de Alberto Haller y Sonia Bolinches) tiene unas 300 páginas y seduce al lector desde el inicio. Porque el arranque de Paul Alexander es muy inteligente, y similar a una película: en el capítulo "La hora azul" nos sitúa a finales de 1962 (Plath se suicidaría a principios de 1963), en la casa de Devon, escribiendo poemas por la noche, entre la soledad y el silencio, mientras sus hijos duermen y ella sigue perdiendo peso y enfermando, con su marido Ted Hughes ya lejos, liado con otra mujer y en proceso de divorcio. Sylvia Plath escribiendo en esa hora azul, cuando está a punto de amanecer, apresurándose porque sus hijos se despertarán en torno a las ocho de la mañana y tendrá que pausar la escritura. Es un principio digno de una película norteamericana y cumple con exactitud esa función, pues al acabar ese breve capítulo ya nos hemos enamorado de Sylvia, nos compadecemos de ella, admiramos su resolución y su valentía y sentimos curiosidad por saber los detalles exactos: ¿cómo llegó hasta ese punto?

 

Resulta doloroso leer todos los escollos por los que fue pasando la poeta y escritora: sus episodios de depresión, su primer intento de suicidio, su rabia porque la sociedad iba a condenar su conducta si quería ser una mujer liberal (al contrario de lo que sucede con el hombre, cuyos escarceos sexuales siempre eran y son bien vistos), el comportamiento obsesivo de algunos de sus pretendientes, las infidelidades y la actitud violenta de Ted Hughes, sus abortos, los numerosos fracasos y los rechazos editoriales, las críticas malas o regulares (no sólo tuvo críticas favorables), los días de frío en la casa familiar, la muerte de su padre cuando ella era sólo una niña, los enfrentamientos con su cuñada… Su vida estuvo plagada de detalles así, entre angustiosos y polémicos, y de todo ello va dando cuenta Paul Alexander con sus dotes de buen narrador que, además, se entrevistó con unas trescientas personas y probablemente se leyó toda la documentación existente, pues incluso nos proporciona detalles de cómo se titulaban los poemas que escribía tal o cual noche.

 

Si esa vida fue dolorosa, al llegar al último capítulo ("Vida póstuma") sabemos lo que significa la justicia poética, y nunca mejor dicho: A pesar de no hacerse famosa en vida, Sylvia lo hizo en los años posteriores a su muerte. Un público casi sectario, del tipo que raramente se forma alrededor de un autor, ya sea vivo o muerto, compró prácticamente todo lo que había dejado escrito. No lo consiguió en vida, pero tras su muerte adelantó a su marido: se convirtió en un mito, en una celebridad, para algunas personas incluso en una mártir y en una víctima del patriarcado y de una sociedad injusta. Si muchos no teníamos una grata opinión de Ted Hughes, aquí se acentúa: pero no sólo por su vida marital o por sus infidelidades, y por no cuidar a Plath como ella requería y se merecía, sino también por otros hechos, es decir, sus censuras, sus recortes de los diarios, de los poemarios y de las cartas, por su negativa a charlar con Paul Alexander, y porque al final se llevó uno de los premios gordos (como no se habían divorciado cuando ella murió ni hubo un testamento, todos los beneficios de las obras de Plath quedaron en sus manos).

 

Del autor nos dice Luna Miguel en el texto de apertura: […] Alexander hizo algo que pocos hasta la fecha habían hecho: construir un relato de Sylvia Plath que fuera más allá de su personalidad o de su obra, y sobre todo que fuera mucho más allá de su relación tumultuosa con Ted Hughes.

 

Hacia el final de este contundente libro sobre una de las grandes autoras del siglo XX, escribe Paul Alexander: A principios de los años setenta, prácticamente todo lo escrito por o sobre Sylvia –sus cuatro poemarios, La campana de cristal, The Savage God y varias memorias–, sugerían que la última crisis que padeció y desembocó en su suicidio, se debió a la desilusión provocada al comprobar que lo que la sociedad le había prometido y lo que realmente acabó obteniendo en su vida eran dos cosas muy distintas.