La editorial y distribuidora “Intermedio” publica La Bella y la Bestia, diario de rodaje, de Jean Cocteau, en una muy cuidada edición con una breve presentación de Miguel Marías, que incluye al final el relato de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont  y un sensacional trabajo de edición de Vanessa G. Cazorla.


Lo maravilloso del cine es este perpetuo truco de cartas que se ejecuta delante del público sin que éste se percate de su mecanismo”.


Tras terminar la Segunda Guerra Mundial Cocteau asume el reto de realizar su largometraje La Bella y la Bestia, adaptación del relato de Leprince de Beaumont en un momento de reconstrucción en Europa, con pocos medios para la producción y una atmósfera de posguerra en el que el eco del conflicto bélico todavía suena con fuerza. A la par, Cocteau se encuentra mal de salud, como también el protagonista de la película, Jean Marais. Un contexto, general y personal, que no parece el mejor para plantearse una obra fantástica (y fantasmagórica).


Cocteau, por entonces un reconocido novelista y que había realizado ya Le Sang d’un poéte (1930) y L’Èternel retour (1943), cuenta con cincuenta y cinco años, y aun así encontramos en las líneas de este diario la sensación de estar ante un debutante, ante un director que se enfrenta a un medio que conoce pero que se le escapa de entre las manos, como si fuera, y en realidad quizá lo estaba haciendo, descubriéndolo sobre la marcha. Página a página, este excepcional diario puede leerse de varias maneras. Casi como una obra de ficción, así es la magnífica narrativa de Cocteau, capaz de introducirnos en su más sincera intimidad a la vez que mostrarnos la más física de las realidades; pero también porque supone el relato de un desafío, lleno de logros pero también de derrotas, un enfrentamiento ante la imposibilidad de poder sacar hacia delante durante nueve meses el rodaje debido a los innumerables problemas técnicos, logísticos y humanos a los que tenía que enfrentarse. Es, este diario, apasionante al respecto. Pero también puede leerse como un tratado estético sobre la posición artística de Cocteau ante el arte en general, sobre el proceso de construcción de una mirada fílmica antes y después de haberse rodado cada secuencia. Si las descripciones de cómo ha realizado una toma o una secuencia pueden tener un valor testimonial, también interesan por la forma en que Cocteau justifica, ya sea de manera previa o a posteriori, sus decisiones. El diario está plagado de reflexiones, muchas de ellas casi de soslayo, sobre el cine, sobre Cocteau como cineasta, que hacen del libro un excelente manual para cualquier interesado en el cine de manera tanto práctica como teórica y no tanto porque enseñe como hacer esto o aquello, sino porque muestra que para afrontar un trabajo artístico, antes quizá de nada, se debe tener una postura estética (y ética) ante el arte y dicho trabajo. Cocteau la tiene, e incluso va desarrollándola durante el rodaje/escritura de la película/libro.


La Bella y la Bestia, diario de rodaje está atravesado por una dialéctica muy fuerte entre los aspectos físicos a los que se enfrenta Cocteau, tanto en lo concerniente al rodaje como a su lucha contras las enfermedades cutáneas que sufrió, y la interiorización de dichos aspectos o, mejor dicho, la asimilación de ellos por el cineasta durante el proceso de rodaje. Algo malsano recorre las páginas del diario, como también lo hace en general en la obra de Cocteau, tanto escrita como filmada, lo cual no es obstáculo para que tanto en una como otra aflore un mundo artístico que busca la belleza constantemente. Quizá fuera el momento histórico, las dificultades técnicas a las que nos referíamos o la enfermedad de Cocteau que en ciertos momentos parece mermar sus capacidades y sus fuerzas. Pero lo cierto es que esa sensación está presente al igual que lo está la enorme elegancia de Cocteau a la hora de mirar a su alrededor, su personal asimilación de una realidad que le rodea y a la que él se enfrenta con animada artisticidad. La lucha externa (rodaje) e interna (enfermedad) dan como resultado el relato de un artista que concibe el arte como vehículo de transformación del mundo, o, mejor dicho, como vehículo para transfigurarlo en pantalla.


Pero además del texto de Cocteau y el regalo, al final del libro, del relato de La Bella y la Bestia, se debe hacer referencia a la excepcional traducción de Vanessa G. Cazorla y a su magnífica edición: el libro viene acompañado de numerosas notas de página que aportan un relato casi paralelo de una época y de sus creadores, que no sólo se quedan en la mera aclaración de nombres, fechas o lugares, ampliando considerablemente el interés del libro gracias a la contextualización que lleva a cabo, con brillantes comentarios y recuperando nombres y obras que hoy en día se encuentran, injustificadamente, olvidados.