En la antigua Grecia, Platón defendía que el gobernante ideal no era el más rico ni el más popular, sino el más sabio y virtuoso. El filósofo entendía que el poder debía estar en manos de quienes usaran la razón, la ética y la templanza para guiar a la ciudadanía. Hoy, más de dos mil años después, cuesta imaginar que Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo hayan estado muy atentos cuando se explicaban estos conceptos en clase de filosofía. Porque insultar, polarizar y despreciar al adversario no parece propio de sabios. Ni de gobernantes responsables.
Tampoco parece especialmente virtuoso que la presidenta de la Comunidad de Madrid haya incorporado a su equipo de confianza a Juan Vicente Bonilla, ex capitán de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que ha llegado a lanzar mensajes terribles contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y contra el exvicepresidente Pablo Iglesias. Unas declaraciones absolutamente impropias de un servidor público. Pero para Ayuso, este tipo de perfiles no solo son tolerables, sino que merecen un premio.
Sra. Ayuso: ¿cómo puede seguir a día de hoy Juan Vicente Bonilla como cargo de confianza de su gobierno? ¿De verdad todo vale con tal de reforzar una narrativa de ataque y polarización? ¿O es que Madrid camina hacia un modelo donde los principios democráticos básicos dejan de importar?
Vamos por partes. La falta de sabiduría de Ayuso -según los cánones griegos- y su lenguaje soez no parece ser simples despistes. Puede que sean una estrategia calculada para tapar los múltiples escándalos que la rodean; desde la gestión opaca durante la pandemia, especialmente en las residencias, hasta las polémicas que afectan a su pareja. O tal vez está haciendo méritos, dentro del PP, para suceder a Feijóo, al que parece disputarle ya el liderazgo por la vía de los hechos.
Ayuso y Feijóo han olvidado cuál debe ser la verdadera prioridad de cualquier político: resolver los problemas de la ciudadanía, proteger a los más vulnerables, garantizar servicios públicos de calidad, y fomentar la convivencia democrática. En lugar de eso, optan por una política del “cuanto peor, mejor”, que daña profundamente la calidad democrática de nuestro país.
Desde que José María Aznar pronunció aquella frase inquietante –“el que pueda hacer, que haga”-, la derecha española ha perdido el norte. Ha dejado atrás la responsabilidad institucional y la búsqueda del bien común, para abrazar el populismo, la mentira y hasta la nostalgia autoritaria.
Aznar, señalado por expertos internacionales como uno de de los cinco peores expresidentes del mundo, es una figura resentida y tóxica. Metió a España en una guerra ilegal en Irak, mintió con el 11-M y desde entonces vive dedicado a intoxicar el debate público y a seguir haciendo daño.
La derecha española está rabiosa. No acepta a ningún medio que no escriba a su dictado, no soporta la crítica ni admite el pluralismo. Combate por tierra, mar y aire a todos aquellos periodistas que les plantan cara o les hacen preguntas incómodas. ¿Dónde ha quedado el respeto a la prensa libre? ¿Dónde quedó el compromiso democrático con el derecho a la información? Para ellos, simplemente no existe.
Esta estrategia de confrontación total parece que tiene nombre y rostro: Miguel Ángel Rodríguez. MAR, como es conocido, es el asesor en la sombra que marca el rumbo de Ayuso y que ha conseguido convertir a la Comunidad de Madrid en un laboratorio del trumpismo castizo. Rodríguez no cree en la política democrática. Su objetivo no es debatir ni construir, sino destruir al enemigo. Porque para él, y quienes le siguen, ya no existen adversarios con ideas distintas: solo enemigos a los que aplastar.
En otros tiempos, incluso dentro del PP, existía cierta cultura del acuerdo. Existía un respeto institucional mínimo. Hoy, eso está desapareciendo. El PP de Rodríguez, Ayuso y Feijóo ha optado por convertir la política en un lodazal donde el insulto sustituye el argumento y donde cualquier límite ético se difumina.
Y lo más grave es el cinismo con el que pretende presentarse como víctimas. Como almas cándidas. ¿De verdad han olvidado que durante el gobierno de Rajoy se montó una auténtica “policía patriótica” para espiar y fabricar pruebas contra adversarios políticos? ¿Es ese su concepto de democracia? ¿Dónde está su respeto a la ley y al Estado de derecho?
¿Almas cándidas son quienes destruyen discos duros a martillazos? ¿Almas cándidas son quienes decían “Luis sé fuerte”? ¿Almas cándidas son quienes se encontraron un Jaguar en su garaje? ¿Almas cándidas son quienes veranean con narcos?
No olvidemos tampoco que Ayuso no ha mostrado ninguna empatía por las miles de muertes en las residencias de Madrid durante la pandemia. Ni un gesto de responsabilidad. Tampoco ante los líos legales de su pareja. Entonces, ¿Por qué iba a incomodarse ahora por tener en su gobierno a alguien que lanza mensajes de odio y se ríe de los valores democráticos?
España es hoy uno de los países más influyentes del mundo, con un crecimiento económico sostenido, avances sociales significativos y un peso internacional que hacía décadas que no se veía. ¿Merece este país una oposición visceral que solo sabe insultar y crispar? Una oposición sin proyecto, sin ideas, sin respeto por las reglas básicas del juego democrático.
Es legítimo preguntarse si no hay en el PP opciones mejores que Feijóo o Ayuso. Porque lo cierto es que el actual Partido Popular se ha convertido en la peor oposición de Europa. Una oposición destructiva, basada en el bulo, la sobreactuación y el desprecio absoluto por el bienestar de la ciudadanía.
En conclusión, el comportamiento de Ayuso y Feijóo no es anecdótico ni accidental: responde a una estrategia clara de confrontación y erosión institucional. La política con mayúsculas debe ser un instrumento para mejorar la vida de la gente, no un circo mediático para sembrar odio y división entre los españoles.