En mayo de 2012 una joven de veintidós años se graduaba magna cum laude en la Universidad de Yale. Había escrito una obra de teatro que pronto se iba a representar; al parecer había un puesto en el New Yorker esperando para ella. El día de su graduación deslumbra a los asistentes a un acto en Yale, como antes había deslumbrado a sus profesores y compañeros de estudios. Aquel día leerá un discurso titulado Lo contrario a la soledad, un texto tan lleno de fuerza y energía como de inocencia. La inocencia propia de quien cree que está en posición de cambiar el mundo, o al menos de intentarlo. En sus palabras se desprende la esperanza, los miedos, las incertidumbres y las aspiraciones de toda una generación. Aquel discurso, poco después, se convertirá en un fenómeno literario en Estados Unidos cuando se publicara en el Yale Daily News, siendo un texto viral que leerían millones de personas. Y quizá esto no habría pasado si días después de su lectura esa joven llamada Marina Keegan, no hubiera fallecido en un accidente de coche.
Lo contrario de la soledad es en gran medida un libro extraño. Lo es porque estamos ante –en teoría- el único legado literario de Keegan, una escritora verdaderamente prometedora, original y personal, con una gran capacidad para trabajar en varios registros con la misma facilidad tanto en ficción como en no-ficción, rompiendo, en el segundo caso, las barreras de lo académico y elaborando unos artículos con fragmentos brillantes, combinando la seriedad de quien habla de un tema con conocimiento y un sentido del humor, que no ironía, muy llamativo. Pero son textos que revelan tanto todo lo anterior como un estilo incipiente, una mirada al mundo que posee un cierto conato de inocencia pero también una magnífica capacidad de observación. Se presiente que tras Keegan, en efecto, es posible que se fuera una escritora, en todos los aspectos, con gran futuro. Y de no haber fallecido, quizá, estas piezas habrían sido analizadas años después como esos textos incipientes que prologaban una excelente carrera. Sin embargo, ahora queda como un ejemplo no solo de lo que es, de su valor intrínseco, sino también como proyección de aquello que podría haber sido. Y aunque Keegan presenta en sus escritos un cierto tono o estado anímico muy acorde con su edad y las perspectivas de una generación, la joven no entra en un discurso derrotista, ni marcadamente melancólico, sino que sus páginas poseen una mirada optimista o, mejor dicho, vitalista. También comprometida con su momento, hablando tanto de la condición de los vagabundos y sin techo como de la extinción de las ballenas, por ejemplo, o la denuncia hacia aquellos que acaban poniendo su inteligencia al servicio de las grandes corporaciones.
Keegan como articulista o escritora de ficción resulta interesante, pero menos que como narradora de ficción, dado que es en sus nueve relatos en donde Keegan brilla de verdad. En sus historias la escritora se mueve en diferentes estilos y registros, capaz de adentrarse tanto en cuestiones íntimas o familiares como en otras más generales, políticas y sociales. En todos ellos Keegan se presenta como una autora muy apegada a su época pero con la suficiente personalidad como para alejarse de ella, para fagocitarla bajo un estilo muy cuidado, de perfecta estructura (en ocasiones incluso demasiado bien construidos…) y desplegando una mirada hacia su alrededor tan aguda como incisiva; observando la realidad desde cierta extrañeza que convierte en un realismo en el que no abusa del detallismo ni de las descripciones, buscando transmitir tanto una historia como el estado anímico que reside bajo ella.
Relatos que hablan de unos personajes y unas vidas a las que Keegan se enfrenta con un claro sentido de búsqueda de entendimiento, utilizando la literatura, o la escritura, como vehículo para el aprendizaje. No sabremos qué podría haber hecho Keegan en el futuro, pero sí sabemos que aquello que dejó escrito posee el suficiente interés como para justificar la recuperación en un volumen de todo lo que pude escribir con apenas veintidós años. Una obra forzadamente corta e irregular pero que sorprenderá a quien se acerque a ella sin prejuicios.