El autor colombiano publica su tercera novela, Ornamento, y comisaría una exposición de artistas emergentes de su país en Tabacalera Madrid.


Si en su segunda novela, Los Estratos, Juan Cárdenas (Colombia, 1978) coqueteaba con el género detectivesco, en la tercera, Ornamento, que acaba de lanzar en España la editorial Periférica, este autor, que nada tiene que envidiar a literatos de referencia, paisanos suyos, como Juan Gabriel Vásquez, Laura Restrepo o Santiago Gamboa, se aproxima al género fantástico, para invitarnos a tomar conciencia de la sociedad especulativa en la que vivimos, así como de la influencia de la educación y el estatus en la sociedad colombiana.


Esta absorbente y magnífica novela breve, con mucha influencia del clásico Las Hortensias, del escritor uruguayo Felisberto Hernández, parte de un experimento científico. Un médico prueba, en varias mujeres-cobaya, una droga que únicamente tiene efecto en el género femenino. El placer sexual que provoca (acaso en un intento por abundar en la célebre frase de Erich Fromm “en una cultura no orgiástica, el alcohol y las drogas son los medios a su disposición”), su escaso coste de producción y el perfil de clase alta en el que se pretende inocular la necesidad y dependencia de esta sustancia, hace que en la multinacional que la produce se froten las manos ante las expectativas de ingresos millonarios. En paralelo a su investigación profesional, el doctor protagonista capea los vaivenes del carácter cambiante y cocainómano de su mujer, una artista contemporánea de éxito, cuyos discursos teóricos también nos conducen a devanarnos los sesos en torno al efecto de la especulación económica en otro sector, el del arte. Dos vertientes, la de la industria farmacéutica y la del arte, de una misma sociedad, la de mercado, sometidas a idénticas dinámicas. Ningún precio resulta desorbitado mientras haya alguien dispuesto a pagarlo.


De nuevo, Cárdenas ha echado el resto en su construcción literaria. En un interesante callejeo estético, en la primera mitad de la obra saltea el discurso del narrador con mini monólogos que se marcan las mujeres-cobaya cuando están dormidas bajo el efecto del estupefaciente en estudio; eso sí, se trata de soliloquios ordenados ortográficamente, que nadie espere la experimentación con larguísimas frases de Molly Bloom en Ulises. Y, ya avanzado el relato, en un estupendo y sólido volantazo de la trama, lo que parecía un interesante diario médico se reconvierte en una historia más intimista, a raíz de que el investigador se complique la vida con una de las mujeres-cobaya, de cuyos soliloquios obtiene interesantes revelaciones en relación con la educación de la familia colombiana burguesa, en particular en lo referido a las mujeres, a lo que esa subsociedad elitista espera de ellas, y en relación con sus frustraciones personales.


Nos saludan, desde las páginas de este libro, de forma cruda y sin anestesia, las obsesiones de Juan Cárdenas: la sociedad iberoamericana actual y su impregnación de pasado; el arte contemporáneo (será debido a los años que el autor trabajó en una galería); la forma como nuestra mente regurgita los recuerdos y estos nos marcan el presente; la creación y destrucción de los matrimonios burgueses y modernos, en climas casi tan inquietantes como los de Haneke; los juegos de varias voces en un mismo personaje.


Se trata de una excelente obra con la que este autor da un paso más en su consagración, también apreciable en su evolución editorial: comenzó publicando en la modesta 451 Editores, y ahora ya pertenece a la casa Periférica, una de los mejores sellos del panorama español.


Juan Cárdenas está también de actualidad como comisario, junto con Daniel Silvo, de la exposición Acorazado Patacón, que se puede visitar hasta el 12 de abril en Tabacalera Madrid, y reúne obras de artistas colombianos emergentes como Felipe Arturo, Milena Bonilla o Natalia Castañeda.