La escritora catalana asume su condición de lectora y crítica literaria para aproximarse a la relación entre dos grandes poetas. Y lo hace en un ensayo que desde su título asoma preguntas: Sylvia Plath y Ted Hughes: ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio? (colección Palabras hilanderas de Huso y Cumbres, 2021).

Un día de invierno de 1956, una joven americana que está estudiando con una beca en la Universidad de Cambridge se despierta con resaca. Coge su diario, y anota:

“Domingo, 26 de febrero. Una pequeña nota después de una gran orgía. Escribo esto por la mañana, una mañana gris, de lo más sobrio, de ojos fríos, blancos, puritanos, que me están mirando. Anoche pillé una buena borrachera, que fue preciosa, y ahora estoy hecha polvo, después de dormir seis horas calentita como un bebé. Creo que tengo delirium tremens o algo”.
(Inicio del libro Sylvia Plath y Ted Hughes: ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio?)

Edgar Borges: - ¿Conoció usted a Silvia Plath primero por su obra o por lo que se decía de su vida?
Laura Freixas: - No recuerdo cómo conocí a Sylvia Plath, pero sí sé que lo primero que leí de ella fue su única novela, La campana de cristal (1963), en una edición que, como tantas cosas interesantes bajo Franco, se había publicado en Argentina, y que yo leí en 1979. Inmediatamente sentí que aquella, para mí, desconocida estaba hablándome de los mismos temas que a mí me preocupaban: las experiencias de una joven con un amplio bagaje cultural, con inquietudes y deseos autónomos, en una sociedad que da a las mujeres un papel subordinado; y más concretamente, el inicio de una vida profesional y de una vida sexual y amorosa, desde el punto de vista de ese tipo de mujer joven.

E.B: - ¿Quién era Silvia Plath para la sociedad de su tiempo?
L.F: -La sociedad de su tiempo apenas conoció a Sylvia Plath. En vida publicó poco, su novela la publicó con pseudónimo por miedo a herir a su madre, y el que era famoso -tuvo un gran éxito desde muy joven- era su marido, Ted Hughes. Las pocas personas que sabían quién era ella (gente perteneciente al mundillo de los poetas británicos y estadounidenses) la veían ante todo como la esposa de Hughes, que también era poeta, pero se entendía (y ella misma, en parte, o durante un tiempo, lo entendió así) que el bueno, el importante, era él.

E.B; - Pregunta obligada: Sylvia Plath y Ted Hughes: ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio?
L.F: -Esa pregunta condensa el principal problema, dilema, desgarro... en la vida de Sylvia Plath. Entendemos la realidad, nos guste o no, partiendo de los modelos que imperan en la tradición y en la sociedad que nos rodea. Para interpretarla de otra manera hace falta mucha lucidez, mucha labor de reflexión, mucho escuchar o leer a quienes han pensado sobre ello... y superar muchos obstáculos internos, emocionales. Plath y Hughes eran los dos poetas, ambos muy creativos, muy exigentes consigo mismos, muy ambiciosos, y con muchísimo talento. Pero el modelo imperante consistía en dar por supuesto que el hombre era el genio y la mujer su “musa”, un bonito nombre que a la hora de la verdad significa ama de casa, niñera, enfermera, dama de compañía, secretaria, sufrida esposa dispuesta a tolerar las infidelidades de su marido... A los pocos años de matrimonio, quedó claro que eso era lo que Ted esperaba de Sylvia (tras el suicidio de Sylvia, y el de su nueva pareja, Assia Wevil, Ted terminó emparejándose con una clásica “musa”, Carol, mucho más joven que él y sin otra profesión que la de ser su esposa). Y Sylvia entró en una angustiosa crisis en la que no conseguía encontrar un lugar para ella: no podía ni ser la igual de Ted, al modo de “genio y genia” (la sociedad no los veía así, Ted tampoco, ella no se sentía lo bastante segura de su talento y tenía miedo de convertirse en una “solterona”, pues pensaba que ningún hombre querría como pareja a una mujer centrada en su propia tarea creativa), tampoco quería ser “musa”, y en cuanto a la pareja “genia y muso”, habría sido completamente insólita (e injusta, pues Ted era tan genial como ella).

E.B: - ¿Se puede ser genia y musa?
L.F: -El papel de “genia” y el de “musa” son contradictorios. El “genio” o “genia” (palabra que, por cierto, ni siquiera existe) vive ante todo para su propio proyecto; la “musa” vive para que otra persona pueda desarrollarse. Y ese es el dilema no solo de las esposas de “genios”, sino de las mujeres modernas en general: en tanto que miembros de una sociedad individualista, persiguen sus propias metas, pero en tanto que mujeres, la sociedad espera que se subordinen a las necesidades de otros (marido e hijos principalmente, aunque no solo) y las castiga con la soledad y el rechazo social si no lo hacen.

E.B: - ¿Hace algo la industria editorial del presente por las escritoras vivas y desconocidas?
L.F: -En una época en la que el mundo editorial se ha convertido, en gran parte, en un negocio como los demás, cuya principal aspiración es la de cualquier negocio, o sea, obtener beneficios, descuidando la misión de enriquecer el discurso público, de hacer una aportación valiosa a la cultura... (como explicó André Schiffrin en 2000, en su ensayo La edición sin editores), resulta esperanzador que una pequeña editorial se lance a publicar una colección, Palabras hilanderas, de reflexiones sobre literatura, en forma de libros bellos y cuidados, dirigida por Marifé Santiago. Estoy encantada de formar parte de ese proyecto.

Hay actualmente un interés del mundo editorial por descubrir y publicar a escritoras, y también por publicar obras sobre mujeres importantes del presente y del pasado. Yo lo celebro, de hecho, he trabajado mucho para favorecer esa receptividad (a través de mi ensayo Literatura y mujeres del 2000, a través de numerosos artículos y conferencias, y también con la asociación Clásicas y Modernas, de la que fui una de las fundadoras, en 2009, y la primera presidenta, hasta 2017...), pero creo que no podemos bajar la guardia, pues sabemos por experiencia que puede tratarse de una moda pasajera.