En El comienzo de la madurez Henry James, en la llamada madurez, recuerda aquel momento del pasado que, de diversas maneras, considera como un punto de inflexión en su vida. Un instante en el que abandona su juventud para dar paso a ese nuevo estadio. James, el escritor norteamericano más europeo o el escritor europeo con apariencia de norteamericano, nos entrega un libro breve en el que narración y reflexión se dan la mano en un ejercicio de memoria basado en un intento de comprender al mirar al pasado y, al recordar aquellos momentos, vislumbrar lo incoherente y a la vez tan necesario que es todo ejercicio memorístico. En un pasaje, cuando se recuerda en la National Gallery frente a obras de Tiziano, Rembrandt, Rubens o Veronés, James escribe: “Pero hoy en día me parece cálido, íntimo y, quién lo diría, acogedor que el orden de lo antiguo, el estado de recogimiento y la penumbra poblada de tantos colores, inconscientes de los reajustes y los reveses, arrojando nuevas luces además de comparaciones odiosas y destructivas, prevaleciera y lograra mantener mi contemplación en un estado de cómoda confusión y serena reverencia que, en sus momentos más agudos y febriles, podía estar plagado de incoherencias”.

 

Este pasaje resulta significativo porque James resume su enfrentamiento, que descubre en Londres, entre el pasado y el mundo moderno que encuentra en las tertulias, en sus paseos por las calles londinenses. James se enfrenta a su condición de norteamericano al descubrir en su juventud el viejo continente, dialéctica que estará presente en gran parte de su narrativa futura, y ahí reside gran parte del interés de El comienzo de la madurez: James, convertido ya en un escritor de nombre, recuerda algunas de las raíces de su mirada, de su literatura. Esta postura entre dos continentes y dos culturas, posición fronteriza que sirvió a James para narrar esos dos mundos, los cambios sociales de la época, la colisión de culturas tan alejadas como, en ciertos aspectos, cercanas. Con su magnífica prosa, con un estilo cuidado en extremo, el escritor nos trasmite cómo en su juventud se despoja de cierta inocencia para abrazar una madurez basada en un conocimiento de ciertos aspectos de la vida hasta entonces desconocidas para él. Su relación con personajes como George Eliot, Alfred Tennyson, and James Russell Lowell sirven para ir ampliando esa mirada, para que la cotidianidad de la vida londinense, así como su movimiento cultural y literario, acaben calando en James.

 

 

El comienzo de la madurez, como La dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909), de Pío Baroja, es una novela sobre Londres, sobre el descubrimiento de un mundo desconocido a través de los ojos de recién llegados. La obra de James puede, además, disfrutarse de varias maneras. Como un libro que explica el comienzo de muchos elementos de la narrativa posterior de James. Como novela de aprendizaje bajo la máscara de relato memorístico o relato de memorias en modo de novela de iniciación. Pero también, se puede disfrutar por la capacidad evocativa y reflexiva de James, por su excelente prosa y construcción literaria que Juan Sebastián Cárcenas ha traducido de manera magnífica.