En Consumidos, primera novela publicada de David Cronenberg, el cineasta canadiense aborda temas presenciales en su carrera como director pero buscando una correlación de su estilo visual en el terreno de la literatura, dando como resultado una obra inquietante, estimulante e inteligente que tan sólo adolece de algunas partes, sobre todo en la final, que se extiende demasiado, funcionando mejor en el caos que en el orden.
La novela gira alrededor de una pareja de fotoperiodistas e investigadores, Nathan y Noemi, que además mantienen una relación sentimental muy sui generis, basada en la comunicación a distancia –teléfono, ordenador…- y en intermitentes encuentros sexuales en hoteles o lugares de tránsito. Viven en un continuo no-lugar, desdibujándose, de esta manera, el espacio cotidiano, íntimo; o bien creando un contexto íntimo global. Una parte de la novela se desarrolla en Canadá; la otra en Japón, y entre medias hay alguna parada ocasional. Cada uno lleva a cabo una investigación que acaban poseyendo líneas de unión para crear un todo narrativo compuesto por un sinfín de cuestiones que, incluso en su variedad, tienen una correlación lógica. No se debe desvelar más de la trama de Consumidos, básicamente por la complejidad de ideas y de personajes, pero sí que Cronenberg da cita en sus páginas a muchos de los temas que han presidido su cine. Cuando éste parece haberse encaminado por otros derroteros, Cronenberg da un salto y recupera gran parte de la esencia de sus primeras películas para adaptarla a los tiempos actuales. Su mirada al mundo hipertecnológico parece, en realidad, una respuesta a muchas de las inquietudes de su primer cine tamizado por sus últimas obras cinematográficas.
No se trata de volver a la llamada “nueva carne”, sino asumir que ya está instaurada en la realidad, e ir más allá. Asentado en claras referencias literarias que han acompañado de manera directa su trayectoria como director –Burroughs, Ballard, DeLillo, entre otros-, Cronenberg construye una narración que avanza con un ritmo magnífico muy asentado en las descripciones, tanto objetuales como de contexto. Como escritor denota una gran capacidad para los diálogos y el detalle, consiguiendo con simples apuntes introducir en la narración objetos que aunque nimios aportan de mayor sentido a la historia. La constancia de nominar las marcas de los aparatos que utilizan los personajes –algo poco novedoso si se quiere, Ballard lo hizo ya- no solo contextualiza el momento –aunque hay algo etéreo en la trama que puede ser tanto presente como futuro inmediato, da igual- como para mostrar el hiperconsumismo intelectual-tecnológico, la obsesión por la novedad, por la mejora técnica.
Porque Consumidos es una obra en la que la obsesión de los personajes –cada cual tiene la suya; a veces confluyen- se transmite a la perfección por la escritura de Cronenberg, por su obsesión por el detalle, por lo nimio, por los nombres. Crea un sentido insano, una atmósfera malsana, que además es grisácea, metalizada. Porque no hay color en la novela, transmite una sensación de estar ante un mundo desfocalizado, a punto de descomponerse y perder su fisionomía, sus contornos.
Hay quien ha comparado Consumidos con Crash, de Ballard, quizá porque Cronenberg la adaptó a pantalla, quizá porque la novela del escritor inglés siempre ha estado presente en las películas de Cronenberg desde el comienzo. Pero sí es cierto que existe la idea de una sexualidad, no explícita en muchos casos, enfermiza que pasa por la tecnología, que se confunde con ella. De hecho, la relación de los personajes con los aparatos tecnológicos acaba estando más sexuada que cualquier otra.
Pero como novela abierta a muchos temas, quizá demasiados, Consumidos busca ser una visión poliédrica, con fines generales, creando una mirada amplia en la que importe más que las partes la atmósfera que crean en su conjunción. Una mirada a una realidad en la que la locura parece tener unos contornos, diríamos, incluso sensatos dentro de la ficción que crea Cronenberg, como una consecuencia, y no una causa, de ciertas derivas de la vida contemporánea. Así, el canibalismo, la paranoia, el sexo, la muerte, la tecnología, Corea del Norte, el espionaje, la creación… se dan la mano en una novela que va girando sobre sí misma para no estancarse en momento alguno en un género concreto, pasando del thriller de investigación al terror, de la sátira tecnológica al drama, de la intriga conspiratoria-paranoica al relato casi político.
Consumidos es para bien y para mal –dependerá en muchos casos del interés en su universo, ya bien perfilado en algunas constantes aunque abierto a nuevos derroteros- de Cronenberg, que tan solo pierde fuerza en su tramo final, cuando al cerrar, más o menos, todas las vías abiertas, se produce no tanto confusión como aglomeración. Todo encaja, por supuesto, pero la novela funciona más en su dispersión narrativa que en su ordenación. Y aun así resulta una obra fascinante en múltiples sentidos.