Transcurridos catorce años desde Infiel, Liv Ullmann regresa a la dirección con La señorita Julia (Miss Julie, 2014), adaptación de la famosa obra de August Strindberg a la que Ullmann llega tras el fallido intento de llevar a la gran pantalla Casa de muñecas con Cate Blanchett y que cuenta en su reparto con Jessica Chastain, Colin Farrell y Samantha Morton.


La señorita Julia comienza con un prólogo en el que vemos a una niña, Julia, en su habitación para, después, abandonar la gran mansión en la que vive, perteneciente a su padre, mientras llama a gritos a su madre. Fuera, en las enormes extensiones que rodean la propiedad, encuentra clavada en un árbol a una de sus muñecas. La excelente fotografía de Mikhail Krichman, que se mantendrá durante toda la película, resalta los colores de un espacio infantil, puro y casi inocente que contrasta con la sordidez siniestra de la imagen de la muñeca. Después la acción salta a 1890, Noche de San Juan, en la cocina de la mansión. Ese inicio perfila de una forma excelente al personaje principal y a gran parte de sus problemas psicológicos antes de situarnos ante John (Farrell) y Cahtleen (Morton), quienes sirven en la gran casa que, en esos momentos, solo está ocupada por la hija del barón, Julia (Chastain). Ese prólogo también resulta relevante porque es la única vez que Ullmann se permite que la cámara y la imagen respiren, que haya un movimiento libre de cámara. Incluso los exteriores, que volverán a aparecer en un par de momentos durante la película y al final, están tratados de tal manera que se extienden, se abren, mientras que en el resto de secuencias Ullmann operará como en los interiores, recortando el encuadre y tendiendo al plano medio para acercarse a los personajes y, sobre todo, para ir creando una sensación de atmósfera asfixiante y lúgubre.


Ullmann ha optado por una adaptación fiel al texto teatral (exceptuando su ubicación en Irlanda) en la que evidencia ese origen sin problema alguno, lo cual conllevará que la película sea tachada de teatro filmado. Pero el trabajo visual de la cineasta evidencia que su apuesta reside en un trabajo visual imperceptible pero notable en el que el juego con los encuadres y con la distancia de los planos, así como con el fuera de campo, ante todo sonoro, rompa con el espacio teatral. Por otro lado, La señorita Julia sirve a Ullmann para indagar en la fuerza de la palabra y en su utilización en pantalla como vehículo emocional. Apenas hay silencios en una película completamente hablada pero también interpretada por la gestualidad de unos actores que se ven expuesto a un trabajo de gran exigencia y que solo Chastain brilla de manera total, dado que Farrell, curiosamente, se ocupa de acentuar demasiado lo que es, irlandés. Ambos, y Morton, se ven sometidos por Ullmann a un marco cerrado y asfixiante en el que apenas hay un espacio para respirar, creando un ritmo perfecto que, aunque parezca tedioso, en realidad, acompaña a la perfección las relaciones de los personajes, sus cambios de opinión, sus conflictos.


En el juego dialéctico y corporal que se establece entre Julia y John se encuentra la relación entre el siervo y el ama, el deseado y quien desea, la imposibilidad de dar forma a una pasión prohibida y, sobre todo, y aquí resulta Ullmann más atrevida, entre dos clases sociales enfrentadas. Ambos se atraen y se rechazan en una lucha violenta en la que el amor y el odio acaban siendo parte del mismo sentimiento, pero la cineasta despoja a la narración de todo dramatismo desaforado para acercarse a los personajes y sus emociones de manera directa, casi analítica. Sometidos a ese cuadro y espacio cerrado, parecen dos animales queriendo escapar sin conseguirlo, presas de sus propios comportamientos. Es posible que La señorita Julia, exenta de pasión desbordada, resulte demasiado fría, casi calculada, un desafío intelectual y cinematográfico, pero lo cierto es que gracias a esa distancia que nos impide posicionarnos con alguno de los personajes, encontramos un espacio para la observación, como si fuéramos la propia directora.



Con La señorita Julia Ullmann ha logrado una película hipnótica y absorbente, enormemente física y material, que cree en las palabras y en su expresión, en los cuerpos relacionándose en un espacio al que despoja de todo ornamento, como a la propia puesta en escena, de una gran inteligencia gracias a su apuesta por hacerla pasar inadvertida para lograr que aquello que acontece en pantalla sea proyectado en toda su crudeza. Pero con distancia y frialdad, logrando con ello, paradójicamente, un mayor impacto emocional.