Cuarta versión –tercera en versión musical- de la historia iniciada en 1937 por William Welmann, que en 1954 George Cukor revisitó, cuya película Hollywood al desnudo, de 1932, sirvió de base para la primera, y que en 1976 Frank Pierson trasladó al mundo del rock siguiendo las canciones de la versión de Cukor. Ahora el actor Bradley Cooper debuta como director con Ha nacido una estrella, con él y con Lady Gaga como protagonistas, en una película irregular pero muy interesante en su conjunto.

Ha nacido una estrella

El potencial que esgrime la historia de Ha nacido una estrella, presente ya en el título de 1932 que sirvió de base, desplegada en todas sus versiones, justifica en gran medida cada nuevo acercamiento a una visión amarga sobre la fama y el mundo del espectáculo, iniciada la mirada en Hollywood y ampliada después al mundo del espectáculo. En su acercamiento, Cooper ha tomado el contexto rock de la versión de 1976 y la base y fuerza melodramática de la 1954, pero sin usar las mismas canciones que ambas. Cooper media la película a partir de esas dos premisas, lo cual se convierte al mismo tiempo en un interesante procedimiento y su mayor debilidad. Porque la primera parte de la película, más musical, posee gran fuerza y un ritmo extraordinario para relatar el encuentro entre un famoso cantante rock con problemas con el alcohol, Jackson Maine (Cooper), y una camarera con aspiraciones a ser cantante, Ally (Lady Gaga). La química entre ambos actores –que se mantiene hasta el final-, la puesta en escena de Cooper y la música transmiten a la perfección el sentido de fábula, de cuento hecho realidad para Ally, quien tras subir al escenario junto a Jackson, e ir de gira con él, logrará que un manager musical, Nez (Rafi Gavron), se fije en ella para lanzar su carrera en solitario. A partir de ahí, Ha nacido una estrella comienza a tomar una mayor gravedad dramática, con el alcoholismo y sentido autodestructivo de Jackson cada vez más agudizado. La presencia musical se desvanece en gran medida y queda el puro melodrama de un matrimonio, con un desarrollo más rápido de las situaciones, con menos solidez en la composición no tanto de las imágenes como de la estructura narrativa. Cooper evita en la medida de lo posible lo desaforado melodramático, pero sin caer en una exposición fría se queda en gran medida a medio camino de lo expuesto en la primera parte.

Ha nacido una estrella

A pesar de ese desajuste, resulta apreciable el punto de vista actual alrededor de una historia ya conocida. Si bien esta nueva Ha nacido una estrella tiene como referentes las dos anteriores y sigue más o menos su planteamiento argumental, adaptando a contexto actual, lo cierto es que plantea una interesante lectura en relación a la propia Lady Gaga y su carrera como cantante y, sobre todo, lanza una visión amarga sobre el éxito y el fracaso –siempre presente en las versiones anteriores- dentro de la industria musical –y que se puede ampliar a cualquier esfera del mundo del espectáculo-. También sobre el talento y su gestión, sobre, a partir del personaje de Jackson, el carácter maldito del artista como algo carente de romanticismo y sí de destrucción, en este caso con raíz en problemas no superados con el padre muerto. A pesar de haber alcanzado la fama, Jackson es incapaz de vivir con ello, atormentado y alcoholizado hasta el desastre personal, mientras que Ally tiene claro dónde quiere llegar, de manera más límpida, más correcta y, si es necesario, con más concesiones de cara a conseguir aquello que quiere. Entre esos dos polos de pureza y de sometimiento a la industria, se mueven los dos personajes de una historia trágica en un sentido casi atemporal, y fuera de época, dentro de los contornos de un melodrama musical que tenía todo, a tenor de lo planteado en su arranque y primera parte, para haber logrado mucho más de lo que consigue, que sin ser poco, deja la sensación de cierto atropello narrativo final.