La noticia cayó como un jarro de agua fría entre los fans del nu metal y la comunidad musical internacional. Sam Rivers, bajista y miembro fundador de la banda estadounidense Limp Bizkit, falleció el pasado 18 de octubre a los 48 años, según confirmaron las redes sociales oficiales del grupo. “Hemos perdido hoy a nuestro hermano y compañero de banda, nuestro latido. Sam Rivers no era solamente nuestro bajista, sino que era auténtica magia. Su bajo en cada canción, la calma en el caos, el alma de nuestro sonido”, señalaba el comunicado publicado por la formación liderada por Fred Durst.
Aunque la banda no detalló oficialmente las causas de la muerte, varios medios estadounidenses apuntan a que Rivers padecía un cáncer que habría agravado su estado de salud en los últimos meses. El músico ya había atravesado graves problemas hepáticos una década atrás, lo que lo obligó a apartarse de los escenarios durante casi tres años y someterse a un trasplante de hígado en 2017.
Nacido el 2 de septiembre de 1977 en Jacksonville, Florida, Sam Rivers aprendió a tocar el bajo a los doce años. Desde muy joven mostró una habilidad especial para el ritmo y una inquietud musical que lo llevaría a convertirse en una figura esencial del metal alternativo de los años noventa. En 1994, junto a Fred Durst y su primo, el batería John Otto, fundó Limp Bizkit, a los que más tarde se sumaría el guitarrista Wes Borland y el DJ Lethal. Lo que empezó como un experimento entre amigos se convirtió, en apenas unos años, en un fenómeno global.
Con discos como Significant Other (1999) y Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water (2000), Limp Bizkit definió el sonido del nu metal: una mezcla de guitarras pesadas, bajos densos, bases de hip-hop y letras que canalizaban la rabia de toda una generación. En esa ecuación, el papel de Sam Rivers fue determinante. Su bajo, potente y melódico a la vez, proporcionaba el equilibrio entre la agresividad de las guitarras y la energía del rap de Fred Durst.
Rivers fue el corazón rítmico de Limp Bizkit. Su precisión técnica y su capacidad para fusionar estilos hicieron que muchas de las canciones más emblemáticas del grupo -como Break Stuff, My Generation o Re-Arranged- funcionaran como himnos de una época. En directo, su presencia era discreta pero magnética: se movía con serenidad entre el caos escénico de Durst y Borland, sosteniendo la estructura sonora de una banda acostumbrada al exceso.
Ese exceso, sin embargo, tuvo consecuencias. En 2015, Rivers se vio obligado a dejar la banda debido a una enfermedad degenerativa de columna que más tarde se reveló como un problema hepático grave. “El alcohol fue parte de nuestra vida durante años, pero acabó pasándome factura”, reconoció en una entrevista años después. Tras un trasplante de hígado y un largo proceso de recuperación, regresó al grupo en 2018, retomando las giras y grabaciones. Su regreso fue recibido con entusiasmo por los fans, que veían en él el símbolo de la resiliencia.
La muerte de Sam Rivers llega en un momento en el que Limp Bizkit atravesaba un nuevo resurgir. La banda acababa de anunciar una gira por América Latina y trabajaba en nuevo material tras el lanzamiento de Still Sucks (2021), su disco más reciente. Su fallecimiento no sólo supone una pérdida irreparable para el grupo, sino también para una generación que encontró en su música un espacio de identidad y catarsis.
Fred Durst lo resumió con una frase que ya forma parte de la memoria colectiva de sus seguidores: “Sam Rivers era la calma en medio del caos”. En esa calma, en esas notas profundas que sostenían el ruido, queda su huella. Un recordatorio de que incluso en el exceso hay alma, y de que la música, cuando es sincera, sobrevive a quienes la crean.
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