En Equí y n'otru tiempu el cineasta Ramón Lluis Bande realiza un monumento cinematográfico a los maquis asesinados durante la Guerra Civil entre 1937 y 1952 a través de un ejercicio cinematográfico y político magnífico que debería ser ejemplo de una de las posibilidades de llevar a cabo un trabajo de memoria histórica.


Una de las sentencias más repetidas durante los últimos años es que en el cine español se hacen demasiadas películas sobre la Guerra Civil. Si bien no es del todo cierto, no se han realizado tantas, dicho lugar común en realidad oculta algo más, y que sí es posiblemente cierto: desde 1978 la tendencia en el cine español ha sido la de acercarse a la contienda desde una perspectiva casi programática en la que, con cierto toque de lógica revanchista aprovechando las nuevas circunstancias políticas, las narraciones se centraban en lo general en un solo bando. El maniqueísmo, también desde cierto punto de vista lógico, conllevaba la ausencia de reflexión alrededor del tema, la búsqueda de miradas más amplias y la apuesta por un consenso metodológico tan solo roto por algunos cineastas de manera puntual. Si bien esta problemática se puede extender también a la literatura, por ejemplo, el cine español ha tendido a acomodarse en una mirada y en un discurso que ha conllevado inevitablemente (y convenientemente) el repetir métodos del pasado, aunque estos estuvieran enfocados hacia otros intereses. Así, se ha apostado por un discurso basado en lo emocional, en la empatía fácil y directa, antes que por ahondar y narrar verdaderamente el conflicto bélico (y no solo en su desarrollo más físico, también en sus causas y en sus consecuencias), así como en una apuesta formal descuidada, obviando que el discurso se encuentra tanto en la puesta en escena como en los elementos argumentales. Que es igual de importante, o más, la elección de cómo narrar algo que el tema narrado.



Equí y n'otru tiempu (2014), de Ramón Lluis Bande, se sitúa en un lugar totalmente opuesto a todo lo anterior. El director y escritor asturiano ha ido construyendo desde los márgenes una filmografía poco complaciente, muy personal y política y cinematográficamente militante en un sentido bien diferente al que se suele dar al término, a veces más basado en la parafernalia discursiva que en la real construcción de un discurso propio y reflexionado. En 2003, con el mediometraje Extratexa, Bande retrataba al guerrillero comunista Manuel Alonso González, a quien también dedica su cortometraje Sangre (2010). En el mediometraje De la Fuente (2014) se centraba en la figura de Aída de la Fuente mítica figura de la revolución asturiana de Octubre de 1934 asesinada por los fascistas, y en Paisano: un retrato colectivo (2005) llevaba a cabo un acercamiento a Horacio Fernández Inguanzo, “El Paisano”, a partir del cual creaba un relato más amplio. Todos estos trabajos, de diferente duración y variaciones metodológicas, funcionan de forma individual, pero en su conjunto, sumando a ellas Equí y n'otru tiempo, podríamos decir que cada película es como una pieza de un todo coherente en su desarrollo, que se complementa y se amplía, enriqueciéndose con cada añadido.


Con Equí y n'otru tiempu Bande ha logrado una obra que va más allá de lo planteado anteriormente a la vez que es consecuencia de ello. A partir de un trabajo que remite a Jean-Marie Straub y Danièle Huillet en un sentido formal, y a Claude Lanzmann en el discursivo y en el acercamiento al material, salvando en ambos casos las distancias que se quieran, Bande ha creado una película que él mismo considerada como un monumento en tanto a que su propia realización y existencia, en su concepto diríamos, posee sentido y validez, porque las imágenes de la película, de alguna manera, sustituyen a los muertos.



Bande estructura su película en tres partes diferenciadas para restaurar la memoria de las víctimas del fascismo en Asturias entre los años 1937 y 1952. En la primera parte, a partir de las fotografías de Constantino Suárez, Bande nos muestra a los maquis en las montañas, imágenes que dan habida cuenta de una presencia, de unos cuerpos y unas personas. Que estaban ahí. En la segunda parte, y que ocupa el grosso del metraje, Bande se introduce en las ausencias a través de un recorrido por los nombres y los lugares de los caídos: un rótulo en negro explicativo, con los datos necesarios, nos informa de quiénes murieron y dónde para, a continuación, y durante alrededor de un minuto por espacio, mostrar el lugar exacto de la muerte en el momento actual. Bande sitúa al espectador, durante ese tiempo, ante un paisaje. La cámara no interviene, tan solo muestra, registra, obligando a quien mira a que se plantee su postura ante esas imágenes, ante su naturaleza. Este trabajo formal muy cartesiano, abraza un materialismo evidente al situarse ante las casas abandonadas, las carreteras, las nuevas construcciones, los bosques…  un paisaje que sigue estando ahí a pesar del paso del tiempo y en cuya memoria queda el recuerdo de lo que sucedió.



La información de los carteles en negro acaba creando una dialéctica con las imágenes de los paisajes evidenciando una ausencia de dos maneras: con su breve relato meramente descriptivo y con la pervivencia de los escenarios. Y ahí reside el componente político de Equí y n'otru tiempo, no solo recordar a los muertos, creando ese monumento a su memoria, tan individual como colectivo, sino posicionar al espectador ante un espacio vacío y que debe rellenarse de una forma u otra. Exige una postura, una reacción, una intervención. Evidencia que cada muerto es un individuo y que debe poseer el recuerdo como tal, no simplemente como alguien perteneciente a una masa informe, y poseer un tiempo preciso, igual para todos, para su recuerdo. Bande se aleja de la institucionalización de la memoria para poner de relieve que dentro del colectivo había personas, con nombre y apellidos.


La tercera parte de Equí y n'otru tiempo es sonora. Sobre la pantalla en negro suena la canción popular Benina Antuña, que acaba sintiéndose como un canto fúnebre. Primero la presencia, luego la ausencia, después, y finalmente, el espacio negro que canta a todo lo anterior y que cierra una película magistral.