En su segundo largometraje, El viaje de Nisha, la cineasta noruega Iram Haq, de padres pakistaníes, se basa en su experiencia siendo adolescente, cuando tuvo que enfrentarse a la colisión entre dos mundos, el representado por sus padres y la tradición, y su deseo de disfrutar de una vida con una mayor libertad con respecto a las constricciones impuestas por sus padres. Su rebeldía a los catorce años ocasionó que la familia de Haq secuestrara a la joven y la enviase a Pakistán para que no olvidase sus raíces. Haq recrea en su nueva película aquella experiencia con un claro deseo de conformar una ficción que denuncie algo que, en palabras de la directora, sigue sucediendo algunas décadas después de que ella lo sufriera, en países europeos.

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Así, El viaje de Nisha nos presenta a Nisha (una estupenda Maria Mozhdah), quien vive una doble vida: en casa, antes sus padres, es la hija que ellos esperan en relación a su tradición y su forma de ver y entender la vida; fuera, lleva a cabo una vida tan similar al resto de jóvenes noruegos. Una colisión cultura que tiene su punto de inflexión cuando el padre de Nisha, Mirza (Adil Hussain), encuentra a un joven en la habitación de Nisha. Tras convertirse en objeto de comentario en su comunidad, la familia decidirá enviar a Nisha, contra su voluntad, a Pakistán, donde esperan que aprenda su cultura. Allí tampoco encajará.

Aunque El viaje de Nisha no narra nada particularmente novedoso, no se puede negar que Haq, quizá por cercanía y conocimiento de lo que está hablando, logra conjugar una mirada racional, fría, casi distante, con un magnífico trabajo emocional -al que ayuda Mozhdah con su interpretación-, para transmitir con la historia, desde su ficción, un proceso personal que Haq plantea casi como una película de terror a pesar de que sus contornos visuales y estructurales sean muy otros. La directora apuesta por la sobriedad a la hora de construir la puesta en escena para situar a los personajes y a los diferentes paisajes en el centro de una imagen cuyo realismo persigue transmitir la asfixia existencial de la joven. Con momentos muy duros, rozando en ocasiones un tremendismo melodramático que Haq consigue evitar, El viaje de Nisha conforma un espacio de terror que tiene que ver con la imposibilidad de la joven de liberarse en el centro de una tradición tan férrea.

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Haq carga contra la familia de Nisha en una toma de posición que puede gustar o no pero que. al menos, en una época marcada por acercamientos tibios y equidistantes, por conveniencia o agenda, no se puede negar que resulta honesto. Que esa toma de postura conduzca a un cierto maniqueísmo compositivo por momento, quizá resulte algo más molesto. Sin embargo, al final de El viaje de Nisha, Haq regala una mirada de Mirza a su hija cuando comprende que está obligando a Nisha a casarse y a renunciar a un futuro de realización personal. Un plano que habla sobre esa colisión de culturas, sobre la posibilidad de encuentros entre ellas, pero también de ciertas e insalvables distancias que, sin embargo, pueden reconciliarse. Pero en medio de ese choque, Nisha sufre y debe tomar una decisión entre su vida y las imposiciones familiares. A este respecto, El viaje de Nisha no deja ser de una suerte de coming age con elementos de terror basada en un proceso de lucha interior y exterior por la joven y que Haq no oculta, aunque no enfatiza en momento alguno, posee el deseo de erigirse como denuncia de unos hechos que siguen sucediendo. Y lo hace, como decíamos, con honestidad y conocimiento de lo que habla, con elegancia visual y una construcción narrativa bien armada, que depara pocas sorpresas, pero que cumple que su objetivo.