Treinta años después de El jugador (1974), primera película en Estados Unidos del británico Karel Reisz, Rupert Wyatt y William Monahan adaptan el guion original para trasladar la acción al momento actual con un relato cínico y nihilista sobre un personaje suicida y autodestructivo, interpretado por Mark Wahlberg, en clave de thriller.



En 1974 Reisz rodó su primera película en Estados Unidos seis años después de Isadora (1968), película que supuso para el director un auténtico calvario. James Toback tenía un guion sobre los bajos fondos y el juego que quería convertir en una película documental, para lo cual Reisz parecía una elección perfecta dado gran parte de su trabajo previo en el contexto del free cinema. Sin embargo, Reisz trabajó con Toback el guion para conducirlo hacia la ficción y acabar rodando El jugador, (The Gambler, 1974). De esta manera, Reisz se añadía a la lista de cineastas británicos que de una manera más o menos afortunada acabaron formando parte del llamado “nuevo Hollywood”. El personaje de Alex Freed (un sensacional James Caan) se adecuaba a los personajes anteriores de Reisz pero, a su vez, se adecuaba a los modos de aquel cine que, a caballo entre dos épocas, creaba la suya propia.


En los últimos años el cine norteamericano ha mirado de manera directa al “nuevo Hollywod” de los setenta ya sea mediante el remake directo o a través de resonancias visuales al recuperar su fotografía o bien ciertos aspectos paranoicos del momento. El jugador (The Gambler, 2014, Rupert Wyatt) toma el guion de Toback, adaptado para la ocasión por William Monahan, de una manera tan libre como fiel al texto original, para contextualizar la historia en la actualidad, recurriendo, como en la original, a ciertos ecos de la novela de Fedor Dostoievski.



Jim Bennett (Mark Wahlberg) es un profesor de literatura de familia muy acomodada que por las noches juega, mostrando un comportamiento entre lo convulsivo y lo suicida. Una noche se endeuda tanto con la mafia china del juego como con un prestamista negro, lo cual conduce a tener diez días para devolver ese dinero, tiempo en el que transcurre la película. Wyatt, tan británico como Reisz, y Monahan, optan por un relato más amable que el original, o, mejor dicho, mucho más cínico y nihilista, tono que se adapta a la perfección al personaje y al contexto en el que se mueve a la par que resulta una forma de alejamiento con la película de Reisz y una manera de lanzar una mirada hacia nuestra realidad. El problema reside en que ese tono acaba siendo demasiado hiperbólico en algunos sentidos y ciertos elementos acaban dando forma a una narración caricaturizada antes que dramática. El humor negro presente en el original acaba derivando hacia un cinismo que se escapa de las manos de Wyatt y Monahan, porque no se toman demasiado en serio el material que están trabajando, lo cual podría no ser malo sino acabarán conduciendo a su personaje y a la historia a tierra de nadie.


Los excesos visuales de Wyatt, haciendo gala de un neobarroquismo impactante y el uso de una banda sonora excelente y descriptiva, no solo mera acompañante, dan como resultado una obra desmesurada, tanto como su personaje. Su medita autodestrucción suicida viene a alzarse como representación de una época a la deriva como también lo era el Adam de Reisz. Este mostraba a una sociedad desquiciada, la norteamericana post-Vietnam, Jim la de una sociedad capitalizada y sin valores. La distancia entre ambos, en realidad, no es tan grande, y Wyatt/Monahan introducen no pocos matices y detalles para hacer del personaje un ente bastante complejo en sus contradicciones. Pero algo falla en la nueva versión, quizá que ese exceso visual que se pretende expresión formal de la narración termina asfixiando a la historia. Del mismo modo, El jugador (2014) desdibuja demasiado los contornos físicos, el paisaje, abstrayendo la historia y convirtiéndola en algo más universal, más general, mientras que Reisz buscaba radiografiar el paisaje en el que se movía su personaje para extraer de sus márgenes una mirada más amplia de la sociedad.



Y sin embargo resulta en muchos aspectos una fascinante puesta al día de una historia sugerente que mediante los modos estructurales del thriller nos sumerge en la caída y redención de un personaje. Redención que, por otro lado, no se le permitía a Adam en el original de Reisz. Al final de El jugador (1974), vemos a Adam con la cara ensangrentada, mirándose al espejo y sonriendo. En cambio, al final de El jugador (2014), Jim consigue encontrar el camino de la salvación al ritmo de M83. Dos finales bien diferentes, uno más pesimista, más derrotista, alrededor de un personaje que tiene en muchos aspectos resonancias con el Travis de Martin Scorsese y Paul Schrader. El otro, más condicionado quizá por asuntos comerciales que estéticos, pero que con ello abre una vía a la esperanza. Pero, como imagen de una época, aquel era mucho más certero que el actual, que rompe con el nihilismo tan bien elaborado del resto del metraje.