En las primeras secuencias de Dilili en París (2018), largometraje de animación de Michel Ocelot, nos encontramos con unas imágenes ambientadas en un paisaje africano que, sin embargo, poco después, tras un leve retroceso de cámara, descubrimos que en realidad se trata de lo que, a principios del siglo XX, se denominaba un “zoo humano”. La joven Dilili es una de las actrices de esa representación. Ocelot, con ese arranque, no solo contextualiza la acción, también compone las líneas que seguirá su animación a lo largo de la película, así como señala un relativo abandono de algunos de las directrices formales de sus trabajos anteriores en el terreno de la animación, con una tendencia a las ensoñaciones dado que, en este caso, parece tener un mayor apego con la realidad. Aunque sea, tan solo, en determinados niveles. Porque si anteriormente fabulaba con fantasías de mundos imaginados que podrían estar en el nuestro, ahora se centra en el pasado para, a través de una idea muy particular de la época retratada, introducir una historia detectivesca en la que lo irreal aparece en la forma de las conquistas de la época.

'Dilili en París', de Michel Ocelot

Porque en Dilili en París Ocelot despliega a nivel visual todo su virtuosismo en cuanto al trabajo con la animación, alternando personajes en 3D y 2D con fotografías, introduciendo lo irreal en un marco de representación realista como paisaje, mostrando de esa manera el artificio y dejando claro que estamos ante una fantasía que parte de unos contornos reales. Los estadillos de color con los que suele trabajar Ocelot se convierten aquí en manchas que dan forma a los personajes sobre esas imágenes reales de París, ciudad a la que de manera evidente rinde sentido homenaje en su película. Mejor dicho, a unos imaginarios muy particulares de París a través de una película que recrea los folletines detectivescos -a lo Louis Feudille- con la ciudad como fondo y sus grandes nombres literarios, artísticos, científicos y políticos de la época como secundarios que van dando sentido a las peripecias de Dilili y su amigo Orel a bordo de un triciclo muy singular que recorren diversos escenarios parisinos para intentar encontrar a las niñas secuestradas por una organización secreta.

Dilili en París, dejando de lado su gran interés a nivel visual, posee una narración de gran ritmo, que invita a dejarse llevar por unas imágenes de gran belleza e inventiva, con un sentido del avance argumental basado en pequeños cuadros narrativos cuya conexión interna no evita la sensación de que Ocelot está más interesado en crear un ritmo particular que en el desarrollo particular de la historia, con la búsqueda constante de un preciosismo visual que impacte al espectador. Algo que consigue de manera plena.

'Dilili en París', de Michel Ocelot

El problema reside que, bajo todo un operativo visual de gran invención e imaginación, Ocelot plantea una historia que poco a poco va respondiendo de manera poco sutil y en exceso subrayada a cuestiones de agenda ideológica de la actualidad, en particular hacia una reivindicación feminista a partir de la mirada de una niña que descubre en mujeres como Madame Curie, Colette, Louis Michel o Camille Claudel, ejemplos en los que mirarse. Algo totalmente lícito en cuanto a reivindicación de unas figuras que, por otro lado, no se encuentran ni mucho menos en el olvido. Pero que en el contexto que crea Ocelot poseen tanta fuerza como lo hacen los pintores, escritores o artistas que transitan por las imágenes de Dilili en París. Lo cual también sirve en momentos puntuales para entrar en otras cuestiones como la injusticia o el racismo.

Ocelot potencia cierta inocencia en la propuesta para enfatizar que estamos asistiendo a su historia a través de los ojos de la joven Dilili, pero eso no quita para que, según vaya avanzando la película, los discursos se hagan, por momentos, demasiado evidentes hasta llegar a ciertas resoluciones que ahogan en gran medida la fuerza de las imágenes. Así, Dilili en París acaba mostrándose como una película que a nivel formal resulta brillante y de gran belleza, pero cuyas imágenes acaban estando al servicio de unos intereses discursivos fácilmente compartibles, pero no de la manera en que Ocelot lo hace. No obstante, cabe quedarse con el sentido y el ritmo de aventura que impregnan sus imágenes, con una idea de entretenimiento puro y basado en la imagen.

'Dilili en París', de Michel Ocelot